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Café cantante


NOTA PREVIA: Dos lectores me han hecho observaciones sobre las inexactitudes que he cometido al escribir este relato, ya que los personajes, que existieron en la realidad, no se corresponden en sus datos biográficos contrastados con los que aparecen aquí. «Café cantante» es sólo una ficción, una reinvención de unos hechos que sólo vagametne se parecen a la realidad. Mi agradecimiento para ambos comentaristas, que me han sacado de mis errores, lo que espero no le reste valor literario a mi relato, si es que tiene alguno.

Hoy no sale nada bien. Encarnita lo sabe y se exaspera. Su padre la observa con aire preocupado. Sabe perfectamente lo que le pasa, el origen de su inseguridad, la causa de sus fallos. La ve entonar la voz, calentar la garganta, prepararse para subir al tablao, atacar los garganteos de los palos difíciles y quedarse siempre a medias. Parece que las únicas  que agradecen el esfuerzo son las burras de leche del corral, que ordeña cuidadosamente Paquito, un sordomudo que la mira embobado por su belleza, no por el cante. El guitarrista está incómodo y el padre trata de animarla con la mirada, pero está claro que la noche no va a salir bien y los tres saben que el plato fuerte de la velada,  el Canario de Álora, ha llegado con antelación, ha cambiado el turno del cante metiendo prisa para irse y que está cantando ya, entusiasmando al público justo antes de que actúe ella, Encarnación Santisteban, la joven promesa del flamenco, más conocida y admirada como “la Rubia de Málaga”. ¡Maldito Canario! Cree que puede humillar y ofender a todo el mundo.

Lorenzo Colomer, “el Catalán”, aunque no es realmente su padre, la ha criado y la quiere con locura, que son muchos años cuidando a esa chiquilla, hija del anterior marido de su difunta. Sabe que él es el único apoyo que tiene en el mundo, y que la voz de la niña es una mina. Por eso liquidó una pequeña finca en Málaga y se han venido a Sevilla. Cada vez que la oye cantar se da cuenta de que esa garganta puede echar fuera los cantes más audaces, los que gustan al público del café cantante de Manolo el Burrero, una masa heterogénea de aficionados entre los que se cuentan varios señoritos crápulas, un torero arruinado, un canónigo de la catedral que asiste vestido de paisano y oye a los cantaores y, sobre todo, mira a las bailaoras desde el rincón más oscuro del café, un veterinario de Triana, un afilaor de Cádiz, dos maestros poetas, de nombres don Miguel y don Nicolás, que acaban de jubilarse, y un buen montón de trabajadores muy humildes, que apuran un par de copas de manzanilla, cuentan alguna procacidad o comparten secretos, bromas y chismes sobre la sociedad sevillana mientras oyen cantar.

Ese es el universo del café del Burrero, un hombre honrado y enamorado del flamenco, que ha puesto el negocio en el corral donde tiene a las burras de leche, un negocio que se le viene abajo, pues ya nadie quiere leche de burra ni hay Quilopatras –como dice él- que la usen para suavizar la piel y mantener la belleza. Allí reina, como un déspota oriental, Juan Reyes Osuna, el Canario de Álora, un cantaor que sabe hacer todos los palos apurando al máximo la hondura de su voz y hablar en cada una de sus letras de los más genuinos miedos e impulsos del ser humano, desde el deseo a la ternura, los celos, la amargura, la frustración, el dolor o la exultación de la felicidad. Todos lo admiran, los señoritos y aristócratas lo invitan a sus palacios y exhiben su amistad como un triunfo y las gacetas hablan continuamente de su éxito. Los hay que van cada noche a oírlo con un silencio reverencial, que comentan hasta el alba la profundidad de esa malagueña o la ligereza de esos tangos, esos fandangos o las tonás con que empezó la noche, que hay que estar bien de garganta  para empezar con unas tonás, con lo duras que son.

(El Café del Burrero)

No siempre salen las cosas como el Burrero deseara, que con las copas, hay quien tira de faca o de pistola y ya ha habido más de un muerto junto al puente de Triana. Los conservadores piden continuamente que se cierren todos los cafés cantantes porque, aseguran, son sólo focos de inmoralidad y malas costumbres. Los púlpitos repiten cada domingo los anatemas contra esta música de gitanos y gentes sin honradez ni decencia.

Lorenzo, aun sabiendo las dificultades que entraña triunfar en este  ámbito, ha metido a su hija en este mundillo, peligroso y tentador, y la chica va abriéndose camino y haciéndose un nombre. El padre sabe que su voz puede dejar embelesado a cualquiera y que está ganando muy buenos reales, lo suficiente como para vivir mejor que nunca. Hacer carrera en el cante requiere sacrificios y constancia, y ahí está él, mimando a su hija y a su garganta. Su pequeña, ya hecha una buena moza, guapa y rubia, con un cuerpo bien vistoso y deseable, no sale de las retinas rijosas de algún señorito que cree que todo está al alcance de su cartera. Él ya ha tenido que pararle los ímpetus a más de uno, y el Burrero les tiene dicho a toda su gente que los amoríos no entran en el cartel. Ya ha habido casos en que un cantaor y una bailaora o una cantaora y su guitarrista se han quedado sin trabajo por liarse. Recuerda que Manolo se lo dijo una vez:

-Lorenzo, tú eres un buen hombre, pero mira por tu chiquilla y apártala del Canario, que todo lo que tiene de buen cantaor lo tiene de dañino. Te lo digo porque os aprecio a los dos y porque sé lo que me digo.

Y es que, recién llegados, a la niña le entró como un desasosiego al oír cantar a ese mal bicho. Él, que no le quitaba ojo, se dio cuenta de que la chica estaba enamorándose, que para eso tenía dieciocho años. Lorenzo echó de menos a su difunta, que estas cosas son de hablarlas entre mujeres, pero la vida es así. La chica empezó con las malagueñas, precisamente la especialidad del Canario, que al principio le daba consejos sobre cómo había que cantarlas, pero después los celos lo hicieron un auténtico desalmado con su joven y enamorada admiradora.

(Única foto que se conserva del Canario)

Todo empezó cuando una noche, ella anunció al público que iba a cantar unas malagueñas de su compañero. La gente lo miró para ver su reacción y ella se arrancó con una sonrisa que, poco a poco, se fue apagando en su rostro:

“Aunque me den más balazos

que adarmes tiene un navío,

no se han de romper los lazos

de este querer tuyo y mío

hasta morir en tus brazos.”

La cantaora había conseguido poner el más sincero sentimiento en su cante, lo había bordado y la gente miraba entusiasmada a la chica, que había seguido la estela del que dio naturaleza de obra maestra a ese cante de su propia tierra. En cambio él se levantó, ostentosamente displicente, y abandonó la sala. Al día siguiente, el Burrero habló con el padre y le prohibió a la niña cantar más malagueñas y usar letras del de Álora. La guerra entre ellos había estallado, sólo que él era el hombre en una época en que ser mujer ya era, de por sí, una calamidad social. Él ya era un cantaor consagrado, muy conocido en toda Sevilla, rico e influyente entre los conservadores, que lo recibían en su círculo como a un igual, mientras que ella sólo era una recién llegada, una advenediza, a la que no costaba nada sacrificar.

Desde entonces, él no ha cejado en imitarla de manera burlesca, de interrumpirla cuando está cantando, de forzarla a seguirlo hasta donde sabe que no puede llegar… Hay cierta malévola expectación del público para ver de qué modo la va a dejar en ridículo, hasta dónde va a llegar en su afán de arrasarla, de pisotearla. La gente se hace lenguas de cuál pueda ser el verdadero origen de esa absurda pugna entre dos cantaores de tanta valía y ella sufre en silencio la decepción y las zancadillas, las burlas crueles, la maledicencia y las calumnias, siempre apoyada por su padre.

Lorenzo ve venir a uno de los camareros por el amplio patio. El hombre lo mira y él comprende que el Canario ha tenido un exitazo. Es probable que incluso se haya metido en alguno de los cantes que hace su hija, para dejarla en evidencia, para que el espectáculo vaya de más a menos y el Burrero ponga mal gesto. Mira a su hija fallar una y otra vez.

-Hoy no está el galgo pa ir de caza –se dice para sí-. Pero, ¿y mañana? Tengo que hacer algo –reflexiona gravemente.

El hombre ve levantarse al guitarrista y a su hija, que se dirigen al tablao. Él la besa tiernamente y le desea suerte. Lía un cigarro y piensa en el futuro de la muchacha, en el esfuerzo hecho y el camino recorrido, el desarraigo padecido al venirse de Málaga a una ciudad donde no tenían ningún vínculo, ningún familiar ni conocido. Todo eso sólo habrá valido la pena si ella sale adelante y llega a lo alto, si alguno de los cantaores que han dado el salto a Madrid tira de ella y hay suerte.

Lo piensa y sabe que tiene que velar por su Rubia, aunque en la cédula no lleve su apellido. Ese mundo es tan peligroso, tan lleno de señoritos y de borrachos pobres como las ratas… La gente bebe, los ánimos están muy exaltados entre los partidarios de Cánovas y los de Sagasta. La República creó muchas ilusiones y la vuelta de Alfonso XII ha sentado como un tiro a mucha gente, los que creyeron que la igualdad iba a ser posible… Y su hija en medio de todo eso, tan frágil, tan inerme…

Lorenzo apura el cigarro y sale a la calle, que el olor a estiércol y a leche agria lo marea. Fuera, el aire de agosto es denso y quema como un tizón. Quiere hacerse el encontradizo con Juan, el Canario. Le gustaría pedirle una tregua, suplicarle, si hace falta, que deje en paz a su hija hasta que pueda dar el salto a Madrid.

-Suplicarle… -reflexiona el hombre-. ¡Qué poco he suplicado en mis cincuenta y tres años de vida! Y estoy dispuesto a hacerlo por mi hija…

-¡Hombre! ¡A quién tenemos aquí! Al padre de su hija… ¿o ni eso? –el Canario sale de la oscuridad y mete el dedo en la llaga, con ganas de hacer daño.

-Canario, ¿siempre tienes que ofender? ¿Por qué no nos dejas en paz? Yo estoy dispuesto a…

-¡Que os deje en paz! ¿Cómo se puede dejar en paz a gitanos como vosotros? ¿Se deja en paz a las ratas? Nunca. Se les pisotea y ya está.

-Canario, sabes que somos payos, pero eso es lo de menos. Cada cual es quien es, eso no tiene remedio. Mírate a ti mismo… Te reconcome la mala sangre y eso, antes o después, te dará algún disgusto.

-¿Me estás amenazando? Muy poco hombre eres tú pa venirme con amenazas –dice, mientras se oye el breve chasquido de abrirse una navaja.

-Canario, yo sólo quiero hablar. Guarda el corte, que no he sido hombre de navajas nada más que cuando me ha hecho falta y…

-Un cobarde es lo que eres, so gentuza. Así es el palo, así es la astilla –interrumpe el Canario.

Lorenzo intenta una última vez apaciguar al cantaor, pero este confunde sensatez con cobardía y amaga un ataque, que el padre de la Rubia consigue burlar mientras abre su navaja, la misma que clava en el pulmón derecho del ofensor. Lorenzo se sorprende de lo frágil que es el hilo de la vida, de lo fácil que resulta matar a alguien, incluso por una razón tan nimia como los celos entre dos cantaores.

(La noticia de la mueerte del Canario, tal como aparecía en La Iberia del 16 de agosto de 1885. Imagen cedida por David Pérez, de papelesflamencos.com)

A lo lejos se oye a la Rubia, que en el tablao canta una de sus letras favoritas:

“De Cartagena a Herrería

Han puesto una gran pared;

Por la pared va la vía,

Por la vía pasa el tren,

Dentro va la prenda mía.”

El cante le sale de dentro y parece que toda la tarde de fallos y mal fario ha quedado atrás. Los aplausos y olés se oyen en la oscuridad de la noche y apagan los estertores y borbotones de sangre de quien jamás volverá a cantar otra malagueña ni a humillar a Encarnación Santisteban, la Rubia de Málaga. El hombre sonríe al pensar en el éxito de su hija y, tras limpiarse las manos ensangrentadas, entra en la sala con una amplia sonrisa dibujada en el rostro. Aplaude mientras piensa lo bonitas que son las carceleras, un palo que su hija nunca ha cantado hasta ahora.

Alberto Granados

23 comentarios el “Café cantante

  1. «Pasión gitana, sangre española…» como cantaba Manolo Tena. El primer olé -mejor, óle- como espectador en directo en «El café del Burrero» (aunque, ya puestos, me podrías haber adjudicado el papel de señorito crápula, como a Juan Diego le asignan el de señorito facha o general franquista, que los borda). El segundo óoooléeeeeeeeeeee,con redoble de vocales y de acentos, para este pedazo relato, cuyo arte no se pué aguantar por la gloria de mi mare.

    Un abrazo, Alberto.

  2. ¡Quillo, que ehtah mu flamenquito tú, que eh que no se pué de aguantah.
    Gracias Miguel, pero no eres un señorito crápula. Te veo más como maestro poeta, recién jubilado. Es lo tuyo.

  3. Buen relato.
    Un abrazo.

  4. Realidad ficcionada. La ficción que interpreta la realidad. ¡Olé!

  5. Tele y Jesús, gracias. Por cierto, os habéis reconocido ya?

  6. Lo tenías ya preparado? porque fue ayer miércoles que te dije que a ver cuando mandabas otro relatillo, y hoy, ¡hala! como quien no quiere la cosa, y encima, documentando un relato ocurrido hace un pico de años. Ea! Que lo tuyo con la narración es arte, y no nos haces caso. Costumbrismo en una època de costumbres que ya no son, ¿o quizás sí?; el final era previsible pero muy bien trenzado. Y por cierto, siempre me sorprende la documentación gráfica que intercalas. Chapeau! Un abrazo.

  7. Manol, cuando nos encontramso iba ya bastante avanzado el asunto. Le faltaba el último hervor. Y se lo di. Creo que no está mal como ha quedado.
    Respecto a la documentación, básicamente he usado un libro de una antigual colección de esas de quiosco sobre cultura andaluza. Uno de los 75 volúmenes se ocupa de los canataores flamencos y ahí pillé la historia. Luego yo la convertí en relato (espero que literario) reinventando la mayor parte de la historia y de los personajes.
    Abrazo.

  8. Alberto, eres un gran cocinero. Me gusta tu mezcla, el punto exacto de realidad y ficción, para enganchar a esta humilde lectora y terminar cantando por bulerías…
    ¡Gracias!

  9. Muchas gracias, Alejandra. He terminado tus deliciosos Cuentos Chinos, de los que pienso escribir una reseña, pero eso tendrá que espeerar a que me centre y termine dos cosas que tengo a medias. Mientras, en honor a ti, voy a oír a Camarón:

    Aquí metío, en la trena,
    yo te recuerdo llorando
    que me moriré de pena
    mientrs tú estás disfrutando, ayayayayaya

  10. Me gusta esta temática de la Andalucía profunda,creo haber vivido algo parecido entre las contestaciones por fandangos que se hacían El Curro y el Compadre en las cuevas del Sacromonte…y luego las continuaban en la gasolinera de S. Fé. Me ha gustado tu manera de narrar y…ya te digo, he revivido un periodo de mi vida muy feliz. Abrazo. Carmen

  11. Carmen rondeña, gracias por tus críticas, siempre benévolas. Sigue leyendo los relatillos que mi ego se vaya amortizando (decía mi profe de Literatura de masas que todo acto de creación artísitica es un acto de narcisismo).

  12. Qué manera de aprovecharse del trabajo de los demás. ¿Conoces el libro El cartel maldito?

  13. Yo he consultado el libro «Cantaores Andaluces», de Guillermo Núñez y varias páginas de internet, lo cual no creo que sea un crimen. El resto, es mío, una creación novelesca. El material gráfico se ha usado pidiendo permiso, cuando es de alguien concreto.
    ¿Eso es aprovecharse del trabajo de los demás?
    Atentamente,

    AG

  14. La Rubia de Málaga no se llamaba Encarnación, sino Francisca Colomer Sierra. Y su padre no era el padrastro, sino su padre verdadero. La Santisteban era la Encarnación Santisteban Elamade, de Valencia. Hay que estar al día, aunque sea para escribir novelas.

  15. Le agradezco sus sabias consideraciones, pero nunca he pretendido ser un erudito en cosas de flamenco, sino un modestísimo blogger que de cuando en cuando escribe un relato para mi grupo de seguidores, con los que hay una maravillosa complicidad. Nada más.
    Si hay alguna inexactitud, algún cabo suelto, alguna incoherencia, para mí es problema menor, si el relato funciona bien.
    Respecto a si aprovecho el trabajo de los demás, le diré: siempre que dispongo de la dirección electrónica de la fuente, me pongo en contacto y pido permiso paa usar su material. Cuando no aparece, o implica configurar una cuenta de correo en Outlook, no lo hago, pero indico la procedencia.
    Me figuro que los que han insertado materiales más o menos suyos en la red, saben que están ahí, al albur de que alguien los use. Yo siempre indico procedencia. En otro tiempo no lo creía necesario y me gané una regañina y un mal rato.
    No sé si con esto, queda satisfecho.
    Finalmente, y con toda sinceridad, en sus dos comentarios veo una especie de suficiencia autocomplaciente que me desagrada profundamente. Aquí tiene mi blog, si le gusta entre y si no deje de hacerlo, pero no me venga con milongas, por favor.

    Un saludo,

    Alberto Granados

  16. Hay que ser más humilde, hombre. Descuide, que no volveré a entrar. Sólo he querido darle alguna información que conozco porque me gusta estar informado.
    Saludos.

  17. No se trata de humildad. se trata de que usted me acusa, en primer lugar, de «aprovecharme del trabajo de los demás» y en segundo de que «hay que estar al día aunque sea para escribir novelas».
    Posiblemente lleve razón en ambas cosas, pero la pierde en el tono de «sobrao», lo que hace que, a lo mejor, el que necesite un dosis de humildad sea usted.

    AG

  18. Un buen relato novelesco para un sainete, pero como dice Juanillo del tardón , mejor sería que para estar informado y al dia sobre la historia de este relato, se lea el libro de Manuel Bohórquez Casado, «El Cartel Maldito· Y es que ya ha habido bastante confusión con ambas cantaoras y este relato viene a enredar más el asunto. Y es que cualquiera que lo lea puede dar por cierto los datos y no interpretarlo como un suceso novelado. Vd. mismo dice, «el reto es mio..»
    Buen alumno de Guillermo Nuñez.

    • Gracias por su benévola crítica de mi relato, pero sólo es un relato.
      Del libro que menciona, tuve conocimiento cuando preparaba mi cuentecillo. Vi una reseña sobre el libro y me enteré de esa especie de fatídico sino de los que cantaban en ese cartel, pero mi relato aparece dentro de una categoría que se llama «Ralatos (Mucho cuento)», así que no creo que nadie se pueda llamar a engaño.
      Un saludo,

      AG

      • Si, Sr. Granados, así lo he tomado yo, como un relato novelado. Pero es que Vd. no tenia base documental para decir que la Rubia de Málaga se llamaba Encarnación Santisteban, que al darse cuenta que no coincide con el apellido Colomer, se inventa que era hija de su esposa. Su primera esposa se llamaba Anselma Sierra Osman, que era la madre de Francisca Colomer Sierra «La Rubia de Málaga» y su segunda esposa fué Francisca Lasso de la Vega Becerra, con la que casó en 1871. Por lo tanto por los años 80 no podias «echar de menos» a su mujer. Por otra parte la Srta. Santisteban puedo decirle que se llamaba Encarnación Santisteban Elamade, según viene registrada en catálogos de discos de la marca Gramophone de 1903, de los cuales tengo copia. Así que, ninguna de las esposas tenia estos apellidos.
        En mi comunicado anterior puse mi correo equivocado. Si me contesta Vd. el de ahora es el bueno. Y si lo desea, puedo enviarle copia del catálogo aludido.

  19. Sr. Granados :
    Perdona que insista en el tema del titulo «Café Cantante». Permitame que le aconseje una solucíon para arreglarlo. Poner junto al titulo la denominación «(Relato novelado)». Creo que así, se entendería como tal y nadie se engañaría. Atte. José Muñoz

  20. Sr. Granados, encuentro muy acertada la nota que ha incluido en su relato. Es más de lo que le pedia y ahora queda aclarada su intención de hacer un relato sin intención de dar los datos autenticos de los personajes. Su maestro Guillermo Nuñez de Prado, hacia lo mismo. Lo malo es que aún hay quien se basa en sus narraciones. Le felicita, José Muñoz

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