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¿Cayó la estaca?


El otoño de 1975 vino bien cargado de hechos que hoy, con treinta y cinco años de perspectiva, me parece que fueron decisivos en mi vida. Por aquel entonces, yo tenía 26 años recién cumplidos, estaba a punto de casarme,  estudiaba Filología Hispánica en el Colegio Universitario de Jaén (aún no era Universidad propiamente dicha, sino una especie de sección delegada de la de Granada) y trabajaba de maestro en un centro de adultos en el barrio jiennense de Peñamefécit. Ya tenía mis ideas izquierdosas, aún tenues y ciertamente confusas, y los encontronazos ideológicos con mi madre y mis tíos empezaban a ser constantes: cuarenta años de franquismo completamente asumido chocaban frontalmente con mi nueva manera de ser, pensar, vestir, dejarme barba… que ellos juzgaban como una desgracia y una degradación moral. Con el tiempo, la generación vieja fue asumiendo, con más o menos resignación, las nuevas costumbres e ideas, y yo, por mi parte, aplaqué mi virulencia de entonces, de manera que terminé por llevarme bastante bien con mi entorno familiar.

La realidad era, desde hacía ya algún tiempo, que el régimen estaba desmoronándose y que se veía como una autentica ruina. No existían los partidos políticos (sólo el Movimiento Nacional, como es lógico) pero, se empezaba a tolerar unas llamadas “asociaciones políticas”, todas vinculadas a la democracia cristiana,  al grupo liberal y a ciertos políticos de una derecha mucho más coherente y civilizada que la actual. Se fraguaron una llamada Plataforma Democrática y una Junta Democrática, después unificadas en la llamada “platajunta”, con el objetivo de acercarnos a una transición a la democracia.

La Iglesia, por su parte, también era enormemente batalladora y pedía desde los púlpitos el reconocimiento de los derechos civiles. El obispo de Bilbao, Monseñor Añoveros, escribió una pastoral sobre la identidad del pueblo vasco que enfadó a Franco, hasta el punto de que estuvieron a punto de romper relaciones diplomáticas con el Vaticano y renunciar al Concordato (¡ojalá lo hubieran hecho!) y Tarancón, que presidía la Conferencia Episcopal, era un objetivo de la derecha franquista, que pintaba las paredes con el eslogan “Tarancón al paredón”.

Las demás potencias europeas llamaban con frecuencia a las cosas con sus auténticos nombres (dictadura, dictador, crímenes, violencia institucional, falta de derechos…), que lo oíamos en la Pirenaica (una emisora del Parido Comunista, más que clandestina, casi mítica en nuestra memoria) y Franco se retorcía de espanto en unas rabietas más teatrales que s¡nceras, a tenor de la evidencia: no aflojó jamás en su perversa misión mesiánica.

(Imagen de kaosenlared)

El desmoronamiento del régimen se presentó muy peligroso, como un animal moribundo que saca toda su ferocidad, dispuesto a morir matando, como quedó demostrado con los fusilamientos del 27 de septiembre, apenas dos meses antes de la muerte del cruel dictador. Los reos fueron condenados por tribunales militares, sin mucho rigor procedimental, ni garantías procesales, ni ganas de aparentarlas y la ejecución provocó un gran revuelo internacional, hasta el punto de que muchos estados retiraron su personal diplomático y cerraron sus embajadas en Madrid. Algunos de los que murieron fusilados tenían escasamente veinticinco años y no tenían más delito que ser militantes de un llamado FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico), igualmente confuso en sus objetivos y prácticas militantes. Luis Eduardo Aute compuso su canción “Al alba”, en una disimulada referencia a las asesinas ejecuciones, tan injustas como innecesarias.

Muchos militares, abiertamente en contra de defender un estado antidemocrático, habían creado una clandestina UMD (Unión Militar Democrática), por lo que más de un oficial o jefe tuvo que dar cuentas ante la justicia militar, salir del país o enfrentarse a la expulsión del ejército. Acababa de suceder la revolución de los claveles en Portugal y muchos castrenses pensaban que ese era el camino.

Marruecos, como viene siendo habitual, aprovechó la debilidad del régimen para ocupar el Sahara, en lo que periodísticamente se llamó la marcha verde. Ni entonces, ni ahora, se ha hecho justicia con la ex-colonia, abandonada a su suerte (tal vez también a su muerte civil, e incluso física: ya se habla de limpieza étnica) y dejada al afán carroñero de Marruecos y Mauritania, que quizá terminarán por masacrar a la población saharaui mientras en la ONU se discute si son galgos o podencos y en Madrid se mira para otro lado (¡qué vergüenza!).

Una flebitis dejó a Franco postrado en lo que todos sabíamos que eran sus últimos estertores. Cada telediario (sólo existía TVE, que tenía dos canales) incluía la lectura del parte médico, firmado por el “equipo médico habitual”, expresión que ya empezó a sonarnos a chiste. Una madrugada, en la pensión, el vecino de habitación tocó en mi puerta y me dijo: “Ha muerto el abuelo”. Fui al Colegio Universitario, que estaba cerrado a cal y canto, busqué a mi novia, que se iba a su pueblo, la mayor parte de mis amigos se marchaban también, llamados por sus padres para evitar complicaciones, así que yo me fui a Alcaudete, pues disponíamos de siete días de luto y había auténtico miedo. Se contó que en algunos pueblos, la extrema derecha sacó armas a la calle, dispuesta a “intervenir”.

Yo ponía una casete de Lluis Llach y oía L’estaca, la canción donde se hablaba de una estaca vieja y podrida, en cuya letra se decía aquello tan pegadizo de: “Segur que tomba, tomba, tomba / ben corcada deu ser ja.  (Seguro que cae, cae, cae, / pues debe estar ya bien podrida).

El texto decía:

L'avi Siset em parlava 
de bon matí al portal, 
mentre el sol esperàvem 
i els carros vèiem passar. 

Siset, que no veus l'estaca 
a on estem tots lligats? 
Si no podem desfer-nos-en 
mai no podrem caminar! 

Si estirem tots ella caurà 
i molt de temps no pot durar, 
segur que tomba, tomba, tomba, 
ben corcada deu ser ja. 

Si jo l'estiro fort per aquí 
i tu l'estires fort per allà, 
segur que tomba, tomba, tomba 
i ens podrem alliberar. 

Però Siset, fa molt temps ja 
les mans se'm van escorxant 
i quan la força se me'n va 
ella es més forta i més gran. 

Ben cert sé que està podrida 
i és que, Siset, pesa tant 
que a cops la força m'oblida, 
torna'm a dir el teu cant 

Si estirem tots ella caurà 
i molt de temps no pot durar, 
segur que tomba, tomba, tomba, 
ben corcada deu ser ja. 

Si jo l'estiro fort per aquí 
i tu l'estires fort per allà, 
segur que tomba, tomba, tomba 
i ens podrem alliberar. 

L'avi Siset ja no diu res, 
mal vent que se'l va emportar, 
ell qui sap cap a quin indret 
i jo a sota el portal. 

I, mentre passen els nous vailets, 
estiro el coll per cantar 
el darrer cant d'en Siset, 
el darrer que em va ensenyar. 

Si estirem tots ella caurà 
i molt de temps no pot durar, 
segur que tomba, tomba, tomba, 
ben corcada deu ser ja. 

Si jo l'estiro fort per aquí 
i tu l'estires fort per allà, 
segur que tomba, tomba, tomba 
i ens podrem alliberar.

El texto, en castellano, dice:

El viejo Siset me hablaba
al amanecer, en el portal,
mientras esperábamos la salida del sol
y veíamos pasar los carros.

Siset: ¿No ves la estaca
a la que estamos todos atados?
Si no conseguimos liberarnos de ella
nunca podremos andar.

Si tiramos fuerte, la haremos caer.
Ya no puede durar mucho tiempo.
Seguro que cae, cae, cae,
pues debe estar ya bien podrida.
Si yo tiro fuerte por aquí
y tú tiras fuerte por allí,
seguro que cae, cae, cae,
y podremos liberarnos.

¡Pero, ha pasado tanto tiempo así !
Las manos se me están desollando,
y en cuanto abandono un instante,
se hace más gruesa y más grande.

Ya sé que está podrida,
pero es que, Siset , pesa tanto,
que a veces me abandonan las fuerzas.
Repíteme tu canción.

Si tiramos fuerte…

El viejo Siset ya no dice nada;
se lo llevó un mal viento.
– él sabe hacia dónde -,
mientras yo continúo bajo el portal.

Y cuando pasan los nuevos muchachos,
alzo la voz para cantar
el último canto que él me enseñó.

Si tiramos fuerte…

 

 

(Imagen de labellea.blobic)

Curiosamente, en los días de las exequias del dictador, tan llenas de boato y sacralización del régimen, yo estaba leyendo «Los funerales de la Mamá Grande» y me reía mucho, con una risilla malévola que mosqueaba a mi madre. Después, la transición nos hizo olvidar todo aquello, y creímos que la vieja frase del dictador, según la que «todo estaba atado y bien atado”, era algo pasado. Hoy me asalta la duda al ver envalentonada a la derecha; al ver la indecencia de algunos tertulianos que, sin ningún empacho, vuelven a discursos políticos de entonces, tan llenos de miseria moral; al ver de nuevo la defensa furibunda de valores caducos que yo creía olvidados para siempre; al ver a la iglesia, de nuevo montaraz y mezquina; al ver a Garzón apartado de la carrera judicial; al ver la deriva moral en que estamos. Ya no sé si los pequeños tirones que dimos muchos millones de personas sirvieron para hacer caer la estaca o para levantarla, de nuevo amenazadora,  contra nosotros mismos.

Alberto Granados

9 comentarios el “¿Cayó la estaca?

  1. te felicito, muchos zocatos no vivieron esos tiempos, conviene que se enteren. creen que franco solo fue un dictador y franco fue un ideologo… que caló… tanto caló que todavia lo añoran.

  2. Respondiendo a tu pregunta: sí, cayó la estaca. El problema es que todavía hoy no la hemos recogido del suelo, a mi entender. Me explico. Esos tertulianos a los que te refieres son personas que si vivieron la Dictadura fue de niños y desde luego no la sufrieron. Yo tampoco, desde luego. Pero quizás el famoso «espíritu de la Transición», ese que incitaba descaradamente al olvido, además de al perdón (con lo que sí estoy totalmente de acuerdo, pues no quiero nacer con las rencillas del pasado y vuestro trabajo desde el 75 es importantísimo). Pero nunca se incitó a la justicia, al menos a ese segundo escalón tras la Ley de Amnistía, que debía haber sido dar a conocer los crímenes franquistas y poner en valor a quienes lucharon contra ellos. Vamos, que nos falta educación a los de mi generación. Que es vergonzoso que la Guerra Civil y el franquismo (y no digamos la II República) se traten por primera vez con 17 años por encima y sea en la facultad cuando hayamos de enterarnos de qué pasó, cuando ya muchas de nuestras ideas ya están formadas. No digo que haya que enseñarlo en párbulos, pero tampoco esconderlo por miedo a no sé qué.

    El problema es que la derecha cada vez más resucita viejos discursos que nos inculcan terror, que la red es suya en gran parte, que de los medios mejor no hablar y cuando se inculcan valores democráticos desde la infancia (véase EpC) nos dicen que adoctrinamos…

    En fin, que estamos en un día de celebración, por fin cayó la estaca.

    Un abrazo.

  3. Aunque no sean los mejores de los tiempos, tampoco son malos del todo. El funeral del Papá Cabrón. Me gusta tu Memoria, este 20N.

    Un abrazo.

  4. Enhorabuena por esta memoria tan estupendamente reflejada de un tiempo que ha dejado peligrosas resacas.
    El verano pasado, Lluís Llach declaró que si las canciones que había escrito hacía más de treinta años, reivindicando unos derechos, se mantenía vigentes, significaba que las cosas no había cambiado tanto. Y lo dijo molesto.
    Un petó, Alberto!

  5. Por aquel otoño, qué quieres que te diga: la misma edad, la misma profesión, el mismo ambiente, las mismas circunstancias, las mismas inquietudes y tirando de la estaca como buenamente se podía. Eso sí, recuerdo (hasta donde mi memoria alcanza) escuchar todos los días en mi casa, con un silencio reverencial exigido por mi padre, la BBC de Londres a las 14: 15 y Radio Paris a las 23 emitiendo para España. El antifranquismo familiar se respiraba entre interferencias.

  6. Enhorabuena, amigo Alberto, por estas hermosas páginas recordando aquellos días en que, muerto el tirano, nos abrieron las puertas de la libertad. Aún no se ha conseguido la libertad total -basta comparar, por ej. Francia y España para comprobarlo-, pero algo sí se ha conseguido. Todavía quedan asesinados en las cunetas, todavía queda, erguido y altivo, el adefesio faraónico del Valle de los Caídos, todavía sigue amenazante y belicosa la Iglesia, casi tan belicosa como en los tiempos del nacional-catolicismo, -basta echar una ojeada a los últimos dardos del papa y antiguo hitleriano Benedicto XVI-, todavía sigue en pie la ignomia de los juicios sumarísmos, et. etc. Todo esto debe incitarnos a no darnos por satiefechos y, como en el famoso poema de Paul Eluard, seguir anhelando su nombre: Libertad. Hasta conseguir que sea plena y nos llegue a todos.-F. Gil Craviotto.

  7. Yo tenía solo 6 años y no se más que lo que familiares y colegios explican, ambos desde puntos de vista bien diferentes. Ahora bien, lo que recuerdo con mucha claridad es el silencio sepulcral. Nadie hablaba y los niños éramos callados con un contundente Shhhhhssss, como si aún pudiera oirnos……Y aún hoy día hay gente mayor que no quiere hablar de él como si siguiese aún vivo y fueran a arrestarles por hacerlo.
    Exageración o no, está claro que lo vivido sigue vivo y que puede que en 50 años más, con los que estuvieron ya muertos y silenciadas sus memorias, pase a ser tan solo un algo que pasó pero que muy bien nadie sabe.
    Me ha encantado leer cómo fue para ti, Alberto:)

  8. Gracias, amigos, por acercaros a mis recuerdos de aquel 20N. Anoche salí a dar mia paseata por Granada. A la altura del antiguo Gobierno Civil, había una manifestación de antifascistas. Supongo que junto a la catedral, estarían los nostálgicos del franquismo. Leo enla prensa online que no hubo ofrenda floral en el inexplicable monumento a José Antonio, que para vergüenza de toda Granada, aúsn se mantiene (lo puso el padre de Sebastia´n Pérez, cuando era Secretario Provincial del Movimiento, y su hijo, se empeña en mantenerlo, pese al dictamen de Cultura).
    Lo que más gracia me hizo ayer fue ver en la pantalla, en La vaquilla, tanto falangista y tanto fascista recreados por la magia de García Berlanga. Era un homenaje al realizador, pero también una venganza de alguien de TVE. Nunca una inocente consecuencia.
    Y me ha encantado la reflexión de Juan Andrés, que es un chavalón jovencísimo y sanísimo de nuestras Juventudes.
    Abrazos. (Y oíd a Llach: imprescindible)

  9. Me ha encantado y emocionado este artículo, amigo Alberto. Es tanta la calidez y cercanía que transmite que verdaderamente es un testimonio fabuloso de un tiempo que no viví, pero cuyas consecuencias disfruto y sufro.

    Tal vez es que haya ahora que preguntarse si acaso queremos derribar las nuevas estacas que nos acechan.

    Un fuerte abrazo.

    PD: Y «La vaquilla»… por algo es una obra maestra y ya un clásico. Sencillamente genial.

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