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El aljibe


 

A Enrique “Riki” Apperley, agradecido por el

entusiasmo con que ha acogido la idea de

este relato, basado en un cuadro de su padre

 

 

 

 

Angustias

 

 

Es la primera vez que Angustias sale al aljibe desde la muerte de Agustín. No le apetece ver a nadie y sabe que ir a por agua supone encontrarse con las vecinas, pero no puede permitir que Conchi, la de la casa de al lado, siga echándose la obligación de traérsela, por buena y sincera que sea. A fin de cuentas, lo de su marido no hay quien lo remedie. Ni su muerte, ni lo de antes. Recoge el cubo y la cántara y sale vestida con sus ropas de viuda.

Aunque es temprano, la mañana se presenta calurosa. El luto y las medias le hacen sudar. Se ve a sí misma hace unos días tintando sus vestidos en un barreño, manchándose los dedos de aquel negro de luto riguroso. Cuando se dio cuenta, la cara era un puro churrete oscuro después de haberse limpiado tantas veces las lágrimas desconsoladas que le nublaban la vista. Al verse en el espejo y advertir las manchas del suelo, se vino abajo y deseó haber muerto mil veces antes que pasar por todo aquello.

Eran sus vestidos.  ¡Eran tan bonitos! Los había ido comprando con toda su ilusión y algo de coquetería. Le dolió especialmente sacrificar el vestido blanco de flores azules y la falda amarilla, adquiridos sólo tres años antes, para el viaje de novios a Sevilla. Guardaba en la cómoda una foto hecha por un fotógrafo ambulante en el Parque de María Luisa: ella, vestida con aquella falda y una blusa blanca, cogida del brazo de Agustín, ambos con una sonrisa llena de vida y optimismo… y ahora esa ropa es la irrefutable señal de su desgracia, la evidencia de que su juventud y sus sentimientos están definitivamente destrozados.

Cede a la tentación de compadecerse de sí misma. Aunque se le saltan las lágrimas, se controla al doblar la esquina. El aljibe aparece al fondo. Paquita la del mulero está tirando de la cuerda, llenando sus cántaras y en la fila hay varias vasijas más cuyas dueñas hablan a la sombra de un pruno. Al verla, la miran y se quedan en silencio, atentas a su llegada. Sabe que va a tener que soportar otra vez sus muestras de condolencia, recibir sus abrazos y palmadas, sus palabras de aliento, ser objeto de su conmiseración… Solo de pensarlo se le hace un nudo en la boca del estómago. Teme que antes o después se encontrará con Mercedes. No sabe cómo reaccionará ella misma, ni si habrá algún desplante por parte de ese mal bicho. En cualquier caso, la vida está para hacerle frente cada día y no queda más remedio que afrontar los inconvenientes, incluso los más desagradables, los más vergonzantes.

Desde la calle Peral surge la figura de don Tomás, el viejo capellán de las Trinitarias. La conoce desde que era una niña y le da la mano para que se la bese. La coge de un brazo a la vez que le recomienda mucha resignación. Le sugiere que busque consuelo en la oración y que piense en los sufrimientos de Cristo Nuestro Señor. La muchacha asiente agradecida y se vuelve para ver al viejo cura perderse calle abajo. Recuerda que a los trece o catorce años pensó en meterse a monja y lo que don Tomás le dijo:

-Vamos, vamos, Angustias… Eres aún era una niña aunque te veas ya de mujer. Mira, chiquilla, no es lo que tengas en el cuerpo, sino lo que haya aquí dentro –y el cura se señaló la frente-. Te quedan aún unos años para pensar en ser monja, que con esas cosas no se juega. Tienes que esperar un tiempo para tomar una decisión así de seria.

Le hizo caso pero siguió pensando en unirse a las hermanas del convento. Iba todas las tardes a aprender a bordar junto a otras chicas y se sentía feliz en aquella atmósfera de paz, tan distinta del infierno que se vivía en su casa cada vez que el padre llegaba borracho y golpeaba a su madre… La hermana Concepción les hablaba de los gozos de la vida monástica, de la tranquilidad de espíritu, de la tentación y la satisfacción de vencerla, de la castidad… Ella era apenas una niña, pero veía en todo aquello algo que la alejaba de la brutalidad de los hombres y de las trampas del mundo.

Durante años siguió pensando en hacer los votos, pero al cumplir los diecisiete apareció Agustín y removió todo su mundo de ensoñaciones místicas. Agustín era un aldabonazo de la realidad. Supuso el ruborizarse cada vez que se cruzaban, el sentir la sangre correr alocada por sus venas, el pensar en él de día y de noche y el desearlo con una fuerza que la hacía sentirse triste, sucia y culpable.

De nuevo don Tomás acalló sus escrúpulos: se estaba haciendo una mujer, se había enamorado y no había nada extraño en todo ello. Eso era lo normal. Sólo tenía que decidir a cuál de los dos mundos renunciaba. Tras mil dudas y zozobras, ganó Agustín, pero ella siempre tuvo insalvables escrúpulos respecto a los deseos carnales, los de Agustín y los propios. Su estricta conciencia siempre le hizo frenar las demandas de su novio, al que tenía que contentar a duras penas con alguna migaja de su cuerpo ante las amenazas de abandonarla si no accedía a ciertas concesiones. Hubiera sido una situación deshonrosa  que se habría comentado en todo el barrio. Además, él fue venciendo poco a poco sus resistencias y enseñándole que las caricias, los besos y el placer también eran algo natural en la vida de una pareja de novios.

Se sintió muy feliz cuando se casaron y se instalaron en su propia casa. Era la primera vez que tenía un espacio propio, un ámbito para disfrutar con su marido, al que quería con locura. Le gustaba tener la casa reluciente de limpieza y llena de flores. Se esmeraba en la cocina para agradar a su hombre. Necesitaba recibir los deliciosos besos y las caricias agradecidas de Agustín, pero no necesitaba pasar de ese límite y siempre se mostró mojigata en cuestiones de sexo, pese a que don Tomás le hacía ver que era su obligación permitir a su marido el acceso carnal cuando éste lo requieriera. Ella intentaba conciliar escrúpulos y obligaciones, pero no conseguía aplacarlo. Harto de su eterna reticencia, Agustín comenzó a ir a la taberna y a volver cada vez más tarde. Angustias se arrepentía entonces de haber olvidado su vocación religiosa por un hombre, pero un instante después se daba cuenta de que lo quería con toda su alma, ya que no con todo su cuerpo. Lloraba continuamente y su vida era un infierno de dudas, escrúpulos y entregas culpables, sin demasiadas ganas, ni demasiada iniciativa.

 

 

 

GEORGE OWEN WYNNE APPERLEY La enlutada

 GEORGE OWEN WYNNE APPERLEY, «La enlutada» (Imagen de culturadeandalucia.com)

Muy pronto se comentó en el barrio: Agustín se había liado con Mercedes. A ella se lo dijo su madre:

-Niña, tú sabrás como va lo vuestro, pero tienes que enterarte: tu marido te la pega. Y no de cuatro días, que ya lleva tiempo que no sale de casa de ese pendón de la Mercedes, la de detrás de la huerta de don Jesús…

Creyó que el mundo se hundía bajo sus pies. Se sintió insignificante, ridícula, herida en lo más doloroso. Entendió los silencios que se producían cuando entraba a la tienda de Frasquita, cuando llegaba al aljibe o cuando salía de misa en el Salvador y comprendió que además de la dimensión personal de su desgracia, ésta también tenía una dimensión social que la convertía en el hazmerreír del vecindario.

Cuando le pidió explicaciones, Agustín fue tajante:

-Si busco fuera es porque no encuentro en mi casa lo que necesito, ¿te enteras? Si no querías lo que quiero yo, no te tendrías que haber casado. Ni más ni menos.

Angustias llega al aljibe sumida en estos tristes recuerdos que la torturan, pero su discurrir se ve interrumpido por las preguntas de las vecinas:

-¿Cómo estás, Angustias? Venga, hay que animarse, mujer…

-Mira que te diga, ¿le vas a decir alguna misa más? Que me avises, que tú sabes que yo os tenía aprecio a los dos…

-¿Y ese ánimo? Lo que necesites, ¿eh?…, ya lo sabes…

La muchacha agradece cumplidos y ofrecimientos, aun con dudas sobre su sinceridad, y busca salir de aquello, así que deja sus vasijas en la fila e inicia una estúpida conversación sobre el tiempo. Con la cháchara se olvida de sus penas, pero observa un repentino silencio tenso en aquellas comadres e intuye que el momento tan temido ha llegado. Elenita le dice:

-Mira, Angustias, te cedemos el turno. Llena tus cacharros rápidamente y vete, que viene por ahí quien tú sabes y se va a liar…

 

 GEORGE OWEN WYNNE APPERLEY El aljibe, 1931

 GEORGE OWEN WYNNE APPERLEY «El aljibe», 1931

 

Mercedes

 

 

…¡anda, si está ahí la santurrona esa…! bueno, alguna vez tenía que encontrármela, así que ahora que no me frena Agustín, si me busca me va a encontrar, que yo no me acobardo, ni ahora ni cuando se lo quité… aunque yo no se lo quité: lo perdió ella solita por beata y pavisosa, que en eso bien distintas somos…. no es que yo esté contenta de ser como soy… mis buenos disgustos me he llevado siempre… desde que empecé con Antonio el de la Huertecilla siempre he necesitado a un hombre que me sobara y que me diera gusto, y desde entonces soy esa clase de mujer que nadie saluda a la vista de los demás, aunque sé que las otras se preguntan en secreto cómo es mi vida y más de una querría disfrutar como lo hago yo, y más de uno querría gozar de mis favores… ¿a ver qué le puedo hacer yo, si es mi naturaleza…? no puedo evitar que me guste que los hombre me miren con ojos de perro en celo, que dejen la conversación cuando paso, notar que se ponen calientes al verme… y mira que no me visto de forma provocativa, que llevo las mismas ropas que cualquier mujer de las llamadas decentes, que la misma Angustias, pero a mí me lucen y a ella no le hacen favor ninguno… si es que ella ensombrece el día más luminoso porque parece la noche y yo soy como un día claro y alegre de primavera, si ahora vestida de negro está para salir corriendo y yo estoy como una rosa… ¿por qué soy yo la mala y ella la buena…?, ¿porque un cura los bendijo…? pues bien que me buscó Agustín pocas semanas después de la boda, que me salió al paso y me puso una mano en la cintura, una mano que ardía como un tizón en la oscuridad, cuando me dijo:

-¡Ay, Merceditas, ya que vas a hacer que me condene, mejor nos condenamos juntos, ¿no? ¡Qué bien se tiene que estar en tu cama!

…y yo se lo pregunté:

-¿Es que los hombres pensáis con la bragueta?, porque tu mujer es más joven que yo…, tuya a estrenar, no como yo, que ya llevo mi historia…, así que ¿por qué vienes a babear aquí en vez de irte con la Angustias?

-¿Cómo va a ser igual, mujer? –me dijo mientras me abrazaba…

 

 

GEORGE OWEN WYNNE APPERLEY Modistilla

GEORGE OWEN WYNNE APPERLEY, «Modistilla»

…y yo lo dejé hacer, esa noche y otras muchas… me hubiera ilusionado con él si no hubiera comprendido ya que yo sólo servía para esos desahogos de los hombres, para las indecencias que los curas prohibían a sus mujeres en el confesionario, pero que estaban muy bien en las mujeres ajenas, en las mujeres perdidas como yo, porque yo soy una perdida sin arreglo, ni ganas de solucionarlo… ¿para qué me voy a engañar…? nunca tendré un hombre que me quiera por mi manera de ser, que se encandile por lo que pienso o lo que me pueda ilusionar o me guste… eso se queda para las mujeres que aceptan ser de un solo hombre para toda la vida, para las decentes…  lo he pensado muchas veces desde que a los catorce años perdí la flor, como decía mi madre: yo hubiera servido para hacerme de la vida, pero siempre me ha quedado un resto de decencia que me lo ha impedido… además, las de la vida no eligen nunca y a mí me gusta decidir con quién sí y con quién no… eso sí que lo puedo decir honrosamente: ni un solo hombre ha estado conmigo si no lo he querido yo y jamás les he aceptado ni un real a ninguno de los que se han acostado conmigo, ni un pañuelo, ni unos pendientes baratos, nada de nada, que más de un señorito se ha estrellado con todo su dinero… yo vivo como quiero, nada más, así que la señora no se crea que vale más por ser su mujer legítima… si lo hubiera visto chillar de placer, si lo hubiera visto suplicarme cuando nos enfadábamos…, que también las mujeres como yo tenemos problemillas de pareja, cuando me decía que se iba a matar o que la iba a abandonar y nos íbamos a vivir juntos… pero yo siempre haciéndole ver que no había que confundir el culo con las témporas y que su mujer estaba en su casa, que era donde tenía que estar él, y yo en la mía… ahí viene, con unas ojeras que parecen pintadas, como si sólo ella hubiera sufrido su muerte…, pero no, amiga mía: yo también me he quedado sola y sin su abrazos sabios, porque sabía lo que hay que hacer con una mujer, ¡vaya si lo sabía…!, ahora cuando nos crucemos te voy a mirar a los ojos para ver qué encuentro dentro de ti… sí, ya sé que hay pena, pero nada más… y es natural: has perdido a tu marido, su afecto, su ternura…. pero yo he perdido el fuego que me quemaba más que con ningún otro hombre… mira, que soy también viuda suya y quiero que lo entiendas cuando me mires, porque sé que me vas a mirar… yo también estoy triste y sé que soy la comidilla de todas aquellas comadres que te han dejado el turno para que nuestro encuentro sea corto y no te comprometa…  por eso vienes hacia mí, con cara de dignidad, como si fueras superior, como si yo no valiera lo que un escupitajo tuyo… ¡no, mujer! no te lo creas, si tu decencia valiera tanto como piensas, no se hubiera venido conmigo jamás…, ya vamos a cruzarnos una vez más, aunque ya no es igual que antes…, te acercas y ya es cosa de un segundo…, nos miraremos a los ojos, una mirada rápida con que nos mediremos como dos leonas, cada una defendiendo su parcela, pero no seré yo quien baje los ojos, que no me avergüenzo de nada… si tú eras su mujer legítima, yo soy su viuda entre las sábanas de esa cama que tantas noches deshizo nervioso y caliente… ¿…lo ves? …tú has bajado los ojos, que hoy también te he ganado la mano aunque no me satisface en nada, que ahora que no me ves ni me ven las vecinas me limpiaré las lágrimas y ocuparé de nuevo mi triste lugar… tú quédate con tu papel de viuda deshecha de dolor, de mujer honesta que lo ha perdido y déjame a mí el verdadero dolor de no volver a tenerlo calentándome, haciendo que mi piel hierva de deseo, …día tras día vendré al aljibe a mirarte a los ojos, que seguro que lo echaré de menos más tiempo que tú…, a ti te queda la ropa negra de viuda y a mí me queda que mi cuerpo lo añore para siempre…, me queda que su ausencia se convierta en una eterna sed que no se apague nunca, ni con toda el agua de mil aljibes…

 

Alberto Granados

22 comentarios el “El aljibe

  1. Alberto, lo he leído varias veces y cada vez me gusta más. Te felicito. Enrique Riki Apperley

    • Riki, celebro haber acertado en el tono y en las imágenes. Desde luego el cuadro merece algo más, pero he hecho lo que he podido. La pintura de tu padre tiene tantos matices, que mis dos mujeres, mi angustiada Angustias y mi entregada Mercedes, un regalo de vitalismo y pasión, se mereecían un relato más profundo.
      Yo cada vez que miro el cuadro y los gestos de ambas damas, le encuentro más enjundia, más registros.
      Ahora sólo queda que nos tomemos una café una de estas mañanas.

      Saludos,

      AG

  2. Agua que no has de beber…El aljibe, la fuente, el lavadero… Tantas veces va el cántaro…Todo un espacio secular y un tiempo vivido -¡y vívido!- en esa dualidad tan hermosamente reflejada, tanto en el cuadro como en el relato. Una narración intensa y fluida, en la línea de sombra y luz tan personal de un Alberto Granados, en cuya voz narrativa parecen mezclarse (para adquirir, eso sí, su propia tonalidad, su propio timbre) colores de Valera, de Clarín, de Lorca, de Sender, de Quiñones…
    Y ahora me dirás exagerado, pero no me importa. Aquí, si se dejan «cabos sueltos», será para tejer el tapiz que esperamos.

    Un abrazo .

  3. Primorosa esta descripción tuya de una realidad tan dura.
    Un beso.

    ALICIA

    • Ali, ¡cómo me gusta verte por aquí! Respecto al cuento, es que encontré el cvuadro de Apperley y me quedé enganchado con el semblante y la expresión de ambas mujeres y empecé a pensarles su biografía. La angustiada Angustias necesitaba un narrador omnisciente, pues es muy frágil y no tiene ni voz prtopia; la otra (la otra, la otra / porque lo dice un papel)se basta y se sobra con su pensmaiento asertivo y decidido, puro vitalismo, así que su poquito de monólogo interior…
      A mí me gusta, pero ya esóy pensadno en los degfectos que le he ecnocntrado…

      Un beso para ti y todos los tuyos.

      AG

  4. Tus relatos son crónicas de lo cotidiano, Alberto. Me ha gustado. Gracias. Celia Correa.

    • Muchas gracias, Celia, pero me parece un milagro técnico que tu comentario aparezca enlazado con mi nombre, como si lo hubiera escrito yo. ¡Qué raro!

      He leído en Facebook que el motero del que te hablé firma ejemplares de su libro sobre el viaje a África.

      Un abrazo,

      AG

  5. Estupendo relato, alberto. Un abrazo muy fuerte.

  6. Tu relato albaicinero -con la aljibe de San Nicolás al fondo- me ha encantado. Escribes con el aroma de la <, cuentas las cosas como si las hubieras vivido y consigues que uno se cuele dentro y presencie la historia en vivo y directo. Al final creas una tensión que, creía, ibas a resolver de manera distinta -veía a la viúda dando el pésame, desarmando a la amante y creciendo como personaje central del relato.

  7. <> -la última palabra se perdió en el camino.

  8. Pues se ha perdido otra vez, es… VERDAD

    • Te ha costado, ¿eh, Nicolás? Para mí no había otra solución. Nada de perdonar un agravio así. Y eso de las dos mujeres, la decente y la mala, la de casa para lo social y la de fuera para lo clandestino, la legítima y «la otra»… eso era moneda común.
      En cualquier caso, el cuento lo escribió con sus pinclees don George Apperley. Yo sólo lo he leído con atención, pero todo está en los semblantes de las dos mujeres, en los colores que las rodean, en la magia del aljibe del fondo…
      Me ha gustado mucho escribirlo.

      Un abrazo.

      AG

  9. Me encanta. situado en una época en la q las Mercedes eran como describes y las Angustias como las q están apareciendo de nuevo en esta sociedad de mojigatas. Ver diputadas, alcaldesas y demás fauna del pp.

  10. Los pueblos, los barrios y ese siglo XIX que duró más de ciento setenta años. Esperemos que no vuelvan más y si vuelven como dice Raquel, que encontremos la fuerza necesaria para aplastarlos.

  11. Pues tal com van las cosas, Coco, creo que nos aplastarán. Se impone una nueva «bien-pensancia» en la que la gene de a pie no se merece nada. Todo para empresarios, banqueros, católicos y nacionales. De los de antes, vamos.
    Cada día un poco más miserables.

    AG

  12. Me ha gustado mucho Alberto. Como músico que soy, tiene una intensidad que va en crescendo y solo hubiera faltado que Mercedes con su mirada echara por tierra el cantaro de la Angustias, la explosión final del crescendo. Pero está muy bien como está. Enhorabuena¡¡¡ Eres un artista.

  13. Que no puse lo más importante: Que me ha gustado mucho.

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