El pasado día 27, el arzobispo de Toledo, Braulio Rodríguez, se despachó con unas declaraciones sobre los motivos que impulsan a los maridos a asesinar a sus mujeres. Afirma el prelado que los asesinos matan a sus esposas porque éstas no aceptan sus imposiciones o porque las mujeres piden el divorcio. Aclara además que la raíz del problema es la ideología de género. No es la primera vez que el obispo sigue esta línea argumental, pues en noviembre pasado también aseguró: “La facilidad con que las leyes civiles propician la disolución del matrimonio incide igualmente en el bien de los hijos y, en consecuencia, en el bien de la futura sociedad”.
No me opongo en absoluto a que cualquier persona exponga sus opiniones, aunque éstas me parezcan estúpidas, pero sobre ciertos asuntos cualquiera tiene que mostrar una sensibilidad, un grado de compromiso y una prudencia que el prelado ha soslayado concienzudamente. Para Braulio Rodríguez, el núcleo del problema está en la pérdida de ciertos valores tradicionales, en la ley de divorcio y en la no aceptación de la situación por una de las partes, que curiosamente suele ser el asesino. En su homilía, sólo aparece una timidísima condena de los asesinatos domésticos y aparece una culpabilidad implícita de las mujeres asesinadas por haber dejado atrás la visión del matrimonio indisoluble. No hay una clara responsabilidad, por tanto, del asesino machista, que más bien parece verse obligado a matar a su esposa por la tozudez de ésta. Así de simple.
En todo este conglomerado ideológico subsiste la visión patriarcal, la supremacía del varón sobre la mujer a la que se culpabiliza y a la que con una escalofriante frecuencia se asesina. Y esta bazofia se expone desde la posición de autoridad moral de los católicos, desde el púlpito, desde la condición de Arzobispo. Repugnante.
Monseñor Rodríguez. Imagen de Uly Martín en El País
Creo que el prelado ha cruzado la línea de lo delictivo, pues está casi defendiendo a los asesinos de sus esposas, al culpabilizarlas. Viene a ser el “ella se lo ha buscado por su mala cabeza”, o aquello tan de otro tiempo de que la mujer “en la casa y con la pata quebrada”.
El contenido de la homilía creo que tendría que pasar, inexcusablemente, por la Fiscalía. Por declaraciones de menor calado, más de uno se ha visto acusado de algún delito. Recuerdo el caso de Guillermo Zapata, concejal electo de Podemos en Madrid, que en su cuenta de Twitter hizo crueles chistes sobre víctimas del terrorismo. Le costó presentar su dimisión. Bromear cruelmente sobre las piernas de Irene Villa es una conducta tan impresentable como darle cobertura, a través de un burdo entramado ideológico, al hecho de que cada año mueren en España entre cincuenta y sesenta mujeres a manos de sus ufanos maridos.
Pero la prevalencia de la iglesia en este falsamente aconfesional país evitará que el arzobispo pase por los juzgados, mientras que Zapata lo hará por su pésimo gusto y, sobre todo, por pertenecer a un partido al que todas las instancias del estado parecen temerle. La justicia no es ciega.
57 lágrimas por 57 mujeres asessinadas en 2015, imagen de Ramón Besonías
Las religiones europeas, desde algunos siglos antes de Cristo, ya desarrollaron ese pánico a las mujeres y al entonces rampante matriarcado. Léase El Matriarcado, de Paul Lafargue, genial análisis de ciertas tragedias griegas demostrando esa hipótesis. Luego, las religiones del libro, inspiradas todas por el judaísmo, han seguido con ese pánico a que las mujeres puedan siquiera emitir su opinión (si seremos gilipollas, que cuando San Pablo dijo en una epístola que las mujeres debían estar calladas en la iglesia, para conseguir voces femeninas en ella capaban a los muchachos para que mantuvieran el tono). También es cierto que, de la misma manera que ni la religión ni la ética ni el marxismo han podido con el hecho de que exista la prostitución, tampoco la ciencia o el socialismo real de los países del este han logrado desarraigar la religión, quizá porque es una necesidad de parte de los humanos (semejante al hecho de que parte de nosotros necesitamos ciertas medicinas, mientras otros no necesitan esas en absoluto). Algunas personas me ha reprochado esa idea, y curiosamente para enterarme luego de que se casaron por la Iglesia o dieron el bautismo y la comunión a sus hijos. Tengo el honor de, pensando así, haberme casado por lo civil cuando era señalarse ante el franquismo, y luego por la Iglesia porque mi esposa es creyente, pero en matrimonio mixto, es decir, un ateo con una católica. Tal vez debiéramos también analizar nuestra necesidad de parafernalia, de espectáculo, teatrico que la Iglesia nos ofrece generosamente y del que dependemos. No se olvide que, con tal de conservar el teatrico, se ha inventado incluso comuniones laicas. ¿Somos tan ridículos como religiosos, o tan religiosos como ridículos?
Yo tendría que saber algo de antropología para entender por qué el ser humano creó las religiones. He imaginado más de una vez al chamán de la tribu intentando explicar a su gente el sentido del trueno, de la muerte, dela felicidad, de… Seguramente ahí surgió la necesidad de inventar a seres poderosos que suponían una esperanza protectora o un desastre vengador. De ahí a Bergoglio sólo ha hecho falta esperar.
Muchas gracias por aparecer por aquí y un abrazo.
AG