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Cosas de maestros


-¿Cómo puedo enseñar a saltar el potro a mis alumnos sin tocarlos? Si no puedo, me limito a ponerlos a dar vueltas al patio como gilipollas y ellos pensarán de mí que soy otro gilipollas –dice el profesor de educación física, sorprendentemente parecido a Mourinho, en la película “El profesor Lazhar” (Philippe Falardeau, 2011), una producción canadiense que he visto este fin de semana y que me ha hecho reencontrarme con viejos aspectos de la docencia que ya estaba olvidando tras casi tres años de jubilación.

¿Cómo debe ser el proceso por el que un maestro trasmite contenidos a sus alumnos? ¿Qué contenidos deben ser? ¿Meros conocimientos? ¿Debe haber una implicación personal, un intercambio de afecto y emociones, un compromiso personal? ¿O, por el contrario, el maestro tiene que ser frío, aséptico y distanciado de la sensibilidad de sus alumnos? ¿Incluso cuando todos los niños de una clase, a sus once años, están marcados por el suicidio de su profesora? ¿Cuándo están angustiados y no encuentran ningún apoyo en sus casas o la psicóloga escolar no consigue disipar su secreta congoja? Esta viene a ser la situación de la que parte la película, candidata al Oscar a la mejor película de habla no inglesa del pasado año, ahora estrenada en España.

En la película canadiense (refleja el ambiente escolar de Montreal, bastante avanzado por cierto) aparecen dos referencias explicitas a las precavidas prohibiciones con las que choca el buen Lazhar: administrar sedantes a un niño que sufre feroces migrañas y acariciar a los niños, incluso cuando están pasando por un auténtico calvario de soledad, sentido de la culpabilidad y obsesión por la muerte. Una simple aspirina o una caricia quedan prohibidas, aunque la una calmaría la migraña que tiene al niño postrado sobre la dura tabla de su pupitre y la otra acrecentaría la corriente de empatía surgida entre el excelente maestro y sus alumnos. Pero un efecto secundario del sedante podría tener consecuencias fatales si lo administra alguien sin título de médico y una caricia a un niño puede convertirse en sospecha de pederastia. Son dos riesgos actuales de la profesión de maestro (especialmente en el caso de los varones, pues las maestras vienen aún a representar una continuación de la madre y están libres de sospecha, al menos en las edades de la escuela primaria).

Nuestra sociedad se ha encontrado con el lamentable hecho de que la infancia corre peligro de abusos (la Iglesia y sus internados, por un lado, e Internet por otro, han tenido mucho que ver en la situación). Pero del diagnóstico se ha pasado al prejuicio y a la alarma social y ahora cualquier actitud normal puede caer bajo la sospecha. Si antes se hacían fotos a los niños pequeños en plena desnudez y nadie veía nada malo en ello, esta sociedad actual, tan liberal en todo, podría ver síntomas de pedofilia, así que los padres ocultan esas viejas fotos de sus vástagos en la playa o la bañera, en la misma medida en que los docentes ocultan su afecto a sus alumnos por no dar lugar a que se sospeche en ellos una conducta próxima a la pederastia, y el resultado viene a ser una relación cada día más “profesional” y desapasionada, más temerosa, menos libre.

Alice en una imagen de la película (vía winniepegfilmgroup.com)

El profesor Lazhar, refugiado político argelino, que lleva en secreto una auténtica tragedia a sus espaldas, da a la clase su propia impronta. Niños y padres empiezan a comprobar inmediatamente que el grupo mejora y todos están contentos del sustancioso avance, pero cada propuesta que hace es rechazada, cada discusión es cortada en seco por la directora, cada muestra que da a los niños de que él sabe lo que es el sufrimiento es tomada como una desagradable injerencia fuera de lugar en la vida de los niños.

A partir de ahí, Lazhar empieza a ser aceptado (sintomático el tuteo que se inicia), algún compañero se queja de cómo están las cosas (el comentario con que inicio esta entrada), una colega parece querer iniciar una relación con él, pero todo se desvanece por los límites que impone una absurda sociedad basada en la sospecha y el descrédito. Algún padre le pide que se limite a enseñarles conocimientos a sus hijos y acota su papel educativo, opina sobre su labor docente, presiona para que actúe en tal o cual sentido, se investiga su pasado y su situación, tal vez, incluso esté latente la etnia del protagonista. Y el sueño se desvanece…

Alice y Simon hablan de sus cosas

He conocido muy bien a ese tipo de padres que te perdona la vida por darle clase a sus hijos y te evalúa cada día, incluso en áreas de conocimiento que les son totalmente ajenas. Fue mi propio caso: maestro de inglés en Primaria, a veces puesto en cuarentena por familias que habían estudiado francés en EGB. Después se llevaban a los niños a los colegios privados de más prestigio de Granada y sacaban la máxima nota en la prueba inicial, incluso por encima de los que llevaban allí todos los cursos. He de decir que hubo una señora que vino a reconocérmelo y a disculparse por sus reticencias.

Los casos de los dos alumnos que más empatía han suscitado en el profesor, Alice (una niña solitaria y madurísima, gran lectora, analítica y sincera, magníficamente interpretada por Sophie Nelisse, toda mofletes y ojos inquisitivos ante el mundo) y Simon (lleno de sentido de culpabilidad, incapaz de liberar la gran carga emocional que lleva dentro y siempre próximo a la anterior, interpretado por Émilien Néron) romperán el obligado equilibrio y desencadenarán el desesperanzador final, que nos demuestra que hemos llegado a un modelo de sociedad que ha perdido el norte con los niños y ha cambiado el análisis de las situaciones particulares por la generalización, el afecto inherente a las relaciones humanas por la prevención y la sospecha y lo normal por lo patológico.

Aunque  afortunadamente yo ya me he jubilado, sentí muy de cerca esa sensación de enseñar a un grupo de críos, de obtener éxitos y fracasos, de gustar a unos y desagradar a otros, de asumir alabanzas  y críticas. Fue toda una nueva inmersión en la escuela, que me hizo sentirme más vivo.

Afortunadamente ya me he jubilado, pero pensé que tenía que volver a ver a mis niños y tomar un café con mis compañeros, con los que aún mantengo una excelente relación.

Afortunadamente ya me he jubilado, pero me pregunto qué tipo de sociedad puede generarse partiendo de ese vacío humano, de ese sentido casi mecánico en que la enseñanza puede llegar a convertirse.

Alberto Granados

6 comentarios el “Cosas de maestros

  1. El problema desde mi punto de vista es que hemos perdido la sensación de lo que significa la palabra «Maestro» y la hemos sustituido por funcionario.
    Hemos dejado que nos dejen de considerar algo consustancial a la educación, por una profesión colateral a un sueldo.
    Creo que a la vez los padres hemos dejado de lado la educación de nuestros hijos, para delegarla en cualquier estamento de la sociedad, estimando que no somos responsables de ella.
    Siempre he pensado que la educación es el motor de un pueblo, y lamentablemente entre unos y otros la estamos convirtiendo en un concepto de poder, al que se suben los que pueden ( osea los de siempre) y asumimos sin rechistar que los demás no tenemos ese derecho porque al fin y al cabo no nos va a servir de nada.
    Es como la crisis, una forma de adoctrinar a la sociedad para cambiar el modelo.

  2. Alberto, gracias por ponerme sobre la pista de esta película. No es una película vulgar. Me ha interesado mucho. Un saludo afectuoso.

  3. Enrique, el único motor de un pueblo es la pasta, pero com está en manos poco de pueblo (más bien en manos «populares», que es distinto) pues estamos como estamos. En cualquier caso, mi idea es que la prevención, la sospecha, el miedo se están cargando lo que de humano había en el acto de enseñar.

    Pablo, a mí no me ha parecido una pel´cicula grandiosa, pero me hizo reflexionar sobre las mil tonterías que están acosando al docente.

    Saludos,

    AG

  4. Para mí el maestro es un artesano antes que un pedagogo (que en un principio -hemos de recordarlo- era un esclavo). Destacaría su labor proletaria, su trabajo duro y machadiano (mil veces ciento, cien mil; mil veces mil, un millón…). Valdría la pena echar un vistazo a la obra de Luis Bello «Viajes por las Escuelas de España» (existe una edición circunscrita a las de Andalucía), basada en una serie de reportajes que realizó este regeneracionista allá por los años 20 del siglo pasado en el diario El Sol, para no perder de vista de donde venimos y lo que nos ha costado ir consolidando, muy lentamente, nuestra dignidad, aun así todavía en entredicho.
    Por otra parte, siempre he creído que nuestra labor sería tanto más fructífera cuanto más recurriéramos al afecto y a lo que ahora se llama empatía para tratar de despertar el deseo de aprender, la inquietud por descubrir, sin perder nunca de vista el máximo cuidado en el trato y respeto por el alumno. Comparto, por fin, tu reflexión al cien por cien. No en vano nuestras trayectorias profesionales y vitales han transcurrido cual vidas paralelas sin que Plutarco interviniera.

    Haz clic para acceder a viaje-por-las-escuelas-de-espana.pdf

  5. Miguel, el afecto, el ponerte a su nivel, el hacer de cómplice-crío y jugar con ellos.. La película, sin ser espectacular, me hizo reflexionar en la enseñanza «funcionarial» y desapasionada, que sólo es un trasvase de conocimientos y de actitudes distantes y frías. O sea, no-enseñanza.
    Me hizo volver a ser maestro si es que he dejado de serlo un solo día.

    Un abrazo. Le daré un vistazo al libro, que seguro es todo un hallazgo.
    AG

    • No sé por qué demonios aparezco como Plinio el Viejo, pseudónimo que usé hace mucho tiempo, y con «comportamientos» extraños en el blog. Me temo que he pillado un «bicho».
      Pero sigo siendo Alberto.

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