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Conflicto ideológico

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Cosecha de odio

Imagen del bronco debate de Atres Media

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La España sanchista

«O el sanchismo o España», ha sido una de las admoniciones que Núñez Feijóo ha esgrimido durante su acoso al Presidente Sánchez. Feijóo y sus adláteres (Cuca Gamarra, Elías Bendodo, Carlos Herrera…) han hecho, no una campaña electoral, sino una campaña de acoso y derribo que casi siempre ha sido marrullera y dañina, desde cuestionar la legitimidad de Sánchez hasta acusarlo de complicidad en el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Todo era válido con tal de echar a Pedro Sánchez y al PSOE de la Moncloa, incluso usar los recursos más indecentes, como la mención a Txapote.

Hemos asistido a una cadena de desvergüenzas, de indecencias, de pérdidas de la dignidad y muy pocas voces han desenmascarado la maniobra (entre estas, la de A. Muñoz Molina, en su columna La era de la vileza, del pasado día 15 en El País).

Imagen de Infonoticia

Tras la jornada electoral del 28 de mayo, en que e PSOE parecía haber tocado fondo, los populares pensaron que el poder omnímodo estaba de nevo en las manos de donde nunca debió salir: las suyas. Esta gente lleva inscrito a sangre y fuego que son los depositarios esenciales del poder y cuando manda la izquierda les parece un contradiós que hay que arreglar cuanto antes, de ahí la agresividad que son capaces de destilar, como un veneno social que siembra odios y los abona, si hace falta, con mentiras y bulos.

Se consideran tan legitimados para el poder que Feijóo, que no me parece a mí un superdotado, se inventó el mantra mencionado: «O el sanchismo o España», con el que miles de personas que simpatizamos con Sánchez y lo votamos quedábamos fuera de esa españolidad que no se quitan jamás de la boca.

Sánchez ha sido Perro Sánchez, lo iba a votar Txapote, era un traidor por haber pactado con Bildu y los separatistas, era filoetarra, su gobierno era comunista bolivariano (nunca he entendido exactamente el concepto, ni ellos tampoco, ya que es solo un insulto). Cualquier lindeza descalificatoria les resultaba válida con tal de echar a Sánchez y a sus socios de la Moncloa. Hemos tragado quina y casi dábamos la batalla por perdida, pero Sánchez, el supuesto presidente ilegítimo, el traidor, el ineficaz peor presidente de la Historia reciente, es decir, Pedro Sánchez les dio anoche un mal rato, otro más, a tanto cretino.

La cara de Bendodo… (Imagen de Atlántico.net)

Cada vez que he usado las redes para hablar de los méritos (también de los deméritos) de Sánchez y su gobierno, me he llevado el rapapolvo de tres o cuatro paisanos. Ayer mismo, a las 20,00 h. recibí un puyazo sobre la credibilidad de Tezanos, al que, por cierto yo habría cesado hace tiempo. Pero el recuento electoral fue avanzando y aparecieron argumentos de mil colores, lo que no aparecía era la derrota absoluta, la trituración de Pedro Sánchez, el tiro de gracia al gobierno que ha bregado con pandemia, volcán, guerra de Ucrania, inflación, precios abusivos de las fuentes energéticas… y lo ha gestionado de la forma más digna posible, pese a la interesada propaganda negativa de esa desleal oposición que más que debate usa el denuesto tabernario, más que inteligencia política, usa el desahogo soez y más que diálogo el desplante chulesco.

Ya había demasiada perplejidad en los resultados del 28 de mayo. Ya había demasiado insulto, demasiado incumplimiento (las alianzas con VOX, después de descalificar a Sánchez), demasiada arrogancia. Porque la diferencia de votos no llega a 300.000 y, lo que les estará dando una muy mala noche es que ellos, los mandatarios naturales, los amos del cotarro, no están a tiro del poder ni aliándose con algo tan repugnante como el pensamiento cromañón de VOX.  

Feijóo hizo mal en no acudir al último debate. Iba tan subido que creyó no necesitarlo. Le temía a que su alianza con los neonazis le pasar factura, pero esta vez el electorado ha querido enmendar el desaguisado de mayo, la desafección de la izquierda y ha habido una verdadera movilización. Y los salvadores de la patria, los paladines del neoliberalismo, los amiguetes del sector financiero-empresarial, han obtenido una victoria pírrica por insuficiente. Yo, que pertenezco a la España sanchista, me alegro mucho. Y los que no se alegran se lo han buscado.

Alberto Granados

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Inflación de patriotismo

El signo de los tiempos parece ser acogerse a un ultranacionalismo patriótico que, como una peste bíblica, se extiende por el mundo haciéndonos sentir bichos raros a quienes no sufrimos esa picazón patriótica y tendemos más bien a considerarnos ciudadanos del mundo, cometiendo el pecado de poner al ser humano muy por delante de algo tan artificial como las fronteras, las patrias y la llamada geografía política.

Viñeta de El Perich

          Cuando leo una invectiva contra los inmigrantes, cuando además es falsa, me sale la vena universalista y humana y me convierto, según algunos dogmas que desprecio profundamente, en antipatriota. Cuando oigo a Feijóo postular que en unos días decidiremos si “sanchismo o España”, me pregunto qué delito cometí para que este señor me despoje de mi condición de español, pues desde luego prefiero, mil veces, a Sánchez, sin ser un forofo del actual presidente, pero reconociendo y agradeciendo muchas medidas que en mi modesta opinión han salvado al país de toda una secuencia de situaciones críticas y me pregunto qué habría hecho el PP y, la mera hipótesis me hace vomitar, pues no soy la clase de persona que gozaría del favor de los populares: no soy empresario voraz, ni financiero, ni corrupto ni corruptor, ni carezco de sentido crítico, así que habría servido para engrosar las estadísticas macabras de, por ejemplo, la comunidad madrileña.

          Ya digo que prefiero al sanchismo. Los patriotas del PP y los de Vox son, en mi opinión, un grave peligro y no la solución de problema alguno. Antonio Machado fijó para siempre el paradigma de las dos formas de patriotismo en una conferencia para las Juventudes Socialistas valencianas allá por 1936, en aquella guerra civil que nos trajeron los patriotas de entonces: «En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva». Y en esas seguimos, con una derecha montaraz que se llena la boca de patriotismo y una extrema derecha que lo ha convertido en eje de sus bizarros postulados decimonónicos, mintiendo hasta perder la dignidad, formulando hipótesis catastrofistas que muchos ciudadanos aceptan cándidamente, solo por odio a Sánchez (quién no ha oído a la caverna definirlo como un chulo prepotente, solo por la realidad incontestable de que ganó dos elecciones seguidas, en las que nadie propuso, como hacen ahora, que gobernara la lista más votada) y dejando entrever el peligro de sus políticas, como por ejemplo, la Doñana que el PP andaluz está dispuesta a sacrificar, con tal de que alguien salve su negocio.

El odio, la mala baba, la mentira, la falsedad intencionada, el juicio basado en sospechas no demostrables, en juicios de intenciones, han envenenado nuestra convivencia hasta límites que haría falta evaluar. Por poner un ejemplo: el comunismo ha formado parte de nuestro sistema político desde la transición sin producir el menor problema, pero estos cantamañanas resucitan los valores demoníacos de los tiempos del franquismo y crean un concepto para denotar y denostar a Podemos: comunismo bolivariano. Si le pidiéramos a alguno de ellos que definiera el concepto no sabrían hacerlo, pero han conseguido desprestigiar al Partido Comunista de España, que sobrevive al amparo de Podemos manteniendo una dignidad política realmente meritoria.

          Feijóo y Gamarra: saben sonreír a pesar de todo. (Imagen de Voxpopuli)

Es solo un ejemplo de cómo esta gente ha envenenado los conceptos y ha resucitado miedos guerracivilistas, siempre imputados al bloque del gobierno, con lo que se pierde el alcance real de sus políticas y las promesas de retroceso que no se cansan de repetir: derogar leyes como la reforma laboral, la del matrimonio homosexual, la del sí es sí, la ley trans, la de memoria democrática, negar el cambio climático, la violencia de género, autorizar las macrogranjas… para convertirnos en un apostólico país del siglo pasado. Todo, en nombre de un desaforado amor a la patria y a lo que ellos consideran sus esencias: la tauromaquia, las procesiones, el chiste casposo sobre las mujeres y los gays, y, muy especialmente, el pelotazo económico.

PP y Vox nos ofrecen volver a unos esquemas rancios, recuperados de la guardarropía de los tiempos en que me crie, allá por los cincuenta-sesenta. Un tiempo gris que yo esperaba haber superado definitivamente, pero que está empezando a aflorar de la mano de esta caverna impresentable, esa caverna que censura a Lope de Vega o que pretende hacer oír el latido fetal a las mujeres que pretenden abortar.  Jamás los votaré. Es que debo de ser un mal patriota.

Alberto Granados

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Objetivo: Derribar a Sánchez

La forma de hacer política que ha creado la derecha queda cristalizada en una estrategia, la del antisanchismo, que merece la pena revisar. Se trata de desalojar a Pedro Sánchez de la Moncloa a toda costa, por los medios que sea, sin descartar los más viles. Y desde hace cuatro años, se viene oyendo que Sánchez es un Presidente ilegítimo, porque habiendo dicho que no pactaría con Bildu, lo hizo, algo que supuestamente deslegitimaría su mandato. Callan, interesadamente, que Sánchez ganó dos veces en las urnas. Si los comprometidos con la legitimidad hubieran querido, Sánchez habría llegado a la presidencia sin Bildu: habría bastado con que el PP se hubiera abstenido, en vez de votar no en la investidura. Y lo hizo porque, pese a su cacareado patriotismo, lo que perseguía era una tercera confrontación electoral, por si se hacía con el poder, aunque fuera con los de VOX.

Pedro Sánchez en una imagen oficial de la Moncloa

Otra jugada del antisanchismo de nuestra caverna, ha sido el intento de deslegitimar el gobierno resultante, gobierno que ha sido adjetivado de comunista, bolivariano, filoetarra e independentista… algo que parecería un ramalazo de surrealismo al estilo de los hermanos Marx, si no fuera tan patético: ¿quién me aclara qué es ese estado bolivariano, filoetarra e independentista? Si se le preguntara a gente como Casado, Feijóo o la propia Ayuso no tendrían respuesta, porque es un absurdo, que crearon ellos y que hasta ahora no les ha dado el resultado apetecido. Solo ha calado en gente de escasa capacidad crítica, que, eso sí, repite la estupidez como si se la creyera.

Si se repasan los hechos, toda ley aprobada por el Congreso acaba en el recurso de inconstitucionalidad, que meses después resulta derrotado. Es que esta derecha, escasamente democrática, no soporta según qué realidades sociales y tiende al abuso de los altos tribunales. Y si hablamos de sus comparecencias en el exterior, suelen ser inoportunas, coincidir con visitas internacionales o con momentos en que en Europa se debate sobre concesión de fondos a España.

Renuncio a añadir la astracanada de los últimos días sobre la ilegalización de Bildu, algo que se les ha ido de las manos incluso a los creadores de la patraña: no ha sido Sánchez quien ha llenado las candidaturas de gente con delitos de sangre, algo que sabíamos todos, pero que interesaba imputarle a Sánchez, con plena conciencia de la desvergüenza que supone recurrir a trucos de tan escaso calado moral.

El PP lleva en sus genes ideológicos el axioma de que son ellos los merecedores del poder, algo así como por la gracia de Dios, y que las urnas den el gobierno a una fuerza de izquierdas (si es que a estas alturas el PSOE lo es, que yo creo que no) es algo que les produce un escozor difícilmente superable. Si se mantienen en la admiración y el apoyo al franquismo, cómo van a aceptar que pueden estar en la oposición. Sale más rentable desprestigiar, incluso basándose en embustes que se reproducen como si fueran verdad. Este es el PP por sí mismo. Si hablamos del PP apoyado en VOX, basta con pensar en la propuesta de poner el latido cardíaco de un feto a la mujer que se plantea el aborto y ya nos acercamos al medievo mental.

Nuestros patriotas en una imagen de Público

No soy un entusiasta de Pedro Sánchez, a cuya gestión le veo muchas fisuras (junto a indudables aciertos), pero los ataques inmisericordes de que ha sido objeto me lo ponen en el punto de mis simpatías, por lo que lo he votado por correo. No sé si habrá mucha gente que reaccione a la beligerancia contra él de modo análogo. Ya me gustaría, pese a los vaticinios de las encuestas.

Reconozco que mi punto de vista está sesgado hacia el partido que yo hubiera deseado que fuera el mío, y del que me salí tras siete años de militancia, sintiéndome, como decía Muñoz Molina, un socialista sin partido. Pero las encuestas se empeñan en dar los avances más inexplicables para mí (mayorías absolutas incomprensibles, gobiernos en ciudades que hasta ahora eran del PSOE…), de ahí mi urgencia por hacer patente el sistema de mentiras en que se basan esos eventuales resultados, siempre según mi segada toma de postura. Sesgada, supongo, por los riegos ilegales, o la urbanización de lujo de Doñana, por los proyectos descabellados pero rentables aun a costa del medioambiente, por las subvenciones a los colegios de lujo y la desatención a los de la red pública de centros, por esa concepción global de la política que lleva a identificar la libertad, teóricamente usurpada por Sánchez durante el confinamiento, con poder tomar una cerveza mientras morían como chinches los mayores de las residencias, por tantos y tantos desvaríos y mentiras que todos hemos oído, repetidos como mantras, incluso en gente que siempre habíamos considerado sensata. Las figuras de Cuca Gamarra, Elías Bendodo, Pablo Casado, Díaz Ayuso… tendrán su mención en la historia general de la infamia, si algún historiador le toma prestado el título a Borges.

En síntesis: cada ciudadano es dueño de su voto. Pero también es responsable del mismo, y de sus efectos. No nos planteemos echar a Sánchez sin prever lo que puede llegar a ser un Feijóo o una Ayuso en la Moncloa, acompañados o no de sus mariachis de VOX. Demasiado lúgubre.

Alberto Granados

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Rafael Guillén en el recuerdo

Hace apenas unas horas murió en Granada, su ciudad de siempre, el poeta Rafael Guillén, en mi opinión uno de los poetas más solventes de las últimas décadas. Su figura y su obra están apareciendo en los medios, por lo que voy a centrarme aquí en el aspecto humano del personaje, con el que mantuve algún contacto y al que saludé en tantos encuentros del panorama cultural granadino.

Rafael Guillén (Imagen de Álex Cámara en Ahora Granada)

Fue uno de los más reputados poetas de la generación del cincuenta y dio un impulso a la poesía en Granada, muda desde el asesinato de García Lorca. Junto a otros poetas y artistas plásticos locales fundó un movimiento poético, Versos al aire libre, en que cupieron las diferentes concepciones de cada uno de sus miembros sin el menor problema por el eclecticismo. Poco después, se refundaron en el grupo Veleta al Sur, que hizo de nuestra ciudad un verdadero faro del que irradió una resplandeciente fuerza creadora.

Desde los cincuenta hasta ahora, Rafel Guillén ha publicado unos 25 poemarios, uno de los cuales, Los estados transparentes, le valió el Premio Nacional de Poesía en 1994. También ha escrito libros de viajes y uno muy especial sobre Granada, Granada. Invención del aire, con fotografías de Ángel Sanchez.

Repartió su vida entre su trabajo profesional como empleado de banca y sus grandes pasiones. La primera de estas fue Nina (en realidad se llama Áurea), su mujer, amante, musa y eterna acompañante. Otra de sus grandes aficiones fueron los viajes, algo que llevó a la pareja a recorrer medio mundo y que sirvió de tema para muchos de sus poemas y libros de viajes. La edición fue otra de sus aficiones y una colección de cuadernillos, manuscritos e ilustrados por pintores locales, salieron de su iniciativa, la colección Papeles de Carro de san Pedro, nombre tomado de la calle en que vivieron tanto él como su compañero de armas Francisco Izquierdo. No conviene olvidar su decisiva respuesta a una convocatoria de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, que cristalizó en la Academia de Buenas Letras de Granada, en cuya formación tanto tuvo qué ver.

Andrés Cárdenas, Rafael Guillén y Eduardo Castro en las jornadas sobre periodismo y literatura

Cada vez que don Rafael participaba en un acto, allí iba yo: anónimamente lo acompañé cuando el Centro Andaluz de las Letras le invitó en la Cuadra Dorada de la Casa de los Tiros a una lectura de sus poemas, o cuando el Centro Artístico lo homenajeó. o cuando la Biblioteca de Andalucía presentó la recepción de su legado y su biblioteca, generosamente donados por el poeta.

La «Capilla Pichina», en el Restaurante Carmen Mirador de Morayma

Era muy serio, pero cuando entraba en materia desplegaba un humor socarrón y divertido que contrastaba con su contención habitual. Participó en unas Jornadas sobre periodismo y literatura que organizaron la desaparecida Asociación de la Prensa y la Academia de Buenas Letras. Contó cómo accedió a la poesía, cómo conoció a su compañero José Carlos Gallardo que pasó de ser un interno en el correccional de San Miguel Alto a ser monitor de la institución, de la noche al día y sin transición. Contó, entre las carcajadas de los asistentes, como se reunían en su casa los pintores y poetas para preparar las publicaciones del grupo. Las sesiones creativas daban paso a beber unos vinos y a las bromas, a veces subidas de tono, hasta que Nina intentó poner orden porque los temas y las carcajadas no se adecuaban a una casa donde vivían cuatro niños. Se trasladaron entonces al Carmen que Mariano Cruz tenía unos metros más arriba en el Albayzín. De cuando en cuando, con una amplísima sonrisa, decía “¡Qué tropa!”. Recuerdo aquella tarde en que lo presentaban los periodistas Andrés Cárdenas y Eduardo Castro. Andrés le insistía: “Rafael, Rafael, cuenta lo de la Capilla Pichina”, y embalado lo contó: cuando se fueron al Carmen de Mariano Cruz, actualmente Restaurante el Carmen Mirador de Morayma, y desapareció la presencia de los hijos, los pintores decidieron decorar el aljibe ya sin cortapisas ni censuras. Lo contaba: “Cayetano Aníbal pintó una verga monstruosa y encabalgados íbamos todos los demás. O un cielo que empezaba mostrando nubes que poco a poco se convertían en culos y tetas…”. Y repetía su mantra: “¡Qué tropa!”.

Durante una actividad del Centro Artístico alguien le preguntó cómo era posible que aún su ciudad no le hubiera concedido el Premio García Lorca de Poesía: “Porque no he nacido ni en Cuba, ni en México, sino al lado de san Juan de Dios”. Al año siguiente fue premiado.

Le dediqué uno de mis relatos, uno de los que más me gustan, La mujer que leía a Machado y cuando en 2017 tuve la osadía de publicar mi libro autoeditado Mariana contemplando las mareas, le llevé a su casa un ejemplar. Me atendió de una forma tan hospitalaria que me daba apuro, pues ese día cumplía años y la casa se iba llenando de sus hijos y de un enjambre de nietos. Tuvo la gentileza de regalarme dos de sus libros; Prosas viajeras y Versos para los momentos perdidos, un libro delicioso que guardo con verdadero cariño.

En su poema Ser un instante escribió un verso que siempre me ha sobrecogido: Todo lo bello es triste mientras exista el tiempo. El tiempo, la edad y la pérdida no consiguen ni conseguirán enturbiar la contundente belleza de su poesía. Que la tierra le sea leve.

Alberto Granados

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José Antonio Mesa Segura en el recuerdo

Cualquiera que haya cumplido mi edad tiene que ser consciente de que atraviesa un campo de minas y de que cada noche, al acostarse vivo, es como si hubiera levantado un pie sin ninguna consecuencia y debe celebrar haber vivido un día más. Dicho de otra forma, vivimos en tiempo de descuento. Lo sé por haber perdido a mis padres, a un hermano, a varios primos y a un número tristemente dilatado de amigos y soy consciente de que cualquier día una simple disfunción vital, una gotera, puede sobrevenirme y terminar conmigo. Pese a aceptar esa determinación fatal, cuando se me muere alguien querido lo paso muy mal y hasta tengo cierta fobia a los pésames y muestras públicas de dolor, que me hacen ver que me acerco a los primeros puestos de la fila de espera.

          El último amigo que he perdido ha sido José Antonio Mesa Segura, miembro de la tertulia que tuvimos en la cafetería del hotel Juan Miguel, en Puerta Real. Lo conocí a través de mi querido amigo Francisco Gil Craviotto, el escritor y hombre bueno de la intelectualidad granadina, que fue quien me llevó a la tertulia, voluntariamente mínima.

          En la tertulia surgía un tema local y todos mirábamos a José Antonio, esperando la anécdota o las circunstancias biográficas del aludido. Empezaba siempre: Vosotros conocéis a…?  Y al decirle que no, abría su capacidad de evocación y nos dejaba embobados, hasta el punto de que cuando yo volvía a mi casa, mi mujer me preguntaba qué me había contado José Antonio. Era muy ameno, muy honesto y rehuía as circunstancias que pudieran enturbiar al biografiado, aunque a veces me miraba y me contaba alguna de estas circunstancias con mirada pícara diciendo: Dos segundos de chismorreos y volvemos a la seriedad, que es muy higiénico desmadrarse un instante de cuando en cuando. Junto con sus anécdotas, refrendadas la semana siguiente con las fotocopias que nos traía, tuvo el mérito de sacarse de la manga una editorial, Albaida, que estuvo funcionando unos 20 años y que se dedicó a los autores que habían escrito sobre Granada. Sé que me hizo una ficha en que apuntaba los libros que me iba regalando, el último de ellos el pasado 23 de diciembre, que fue la última vez que estuve en su casa: Granada insólita, una colección de textos y plumillas de Enrique Villar Yebra, del que fue amigo y quedó como albacea junto al pintor y profesor de Bellas Artes Juan García Pedraza, que asistía a nuestra tertulia ocasionalmente.

José Antonio era granadino por los cuatro costados, nieto de Juan Pedro Mesa de León, el periodista que dirigió varios periódicos en Granada y otras ciudades con notable solvencia en el cambio de los siglos XIX al XX. También era hijo de Mesita, cariñoso apodo con que se conoció a su padre en el mundillo periodístico local. Ambos fueron entrevistando a personalidades granadinas y de ámbito nacional. Ambos fueron acumulando una biblioteca y un archivo documental del que José Antonio era depositario y que lo convertía en verdadero maestro de la memoria oral de la ciudad, y en la tertulia desgranaba anécdotas o nos traía fotocopias de revistas y periódicos que atesoraba con verdadera ansia. Su prodigiosa biblioteca se acercaba a los 30.000 volúmenes, de los que una buena parte eran primeras ediciones, firmadas por gente de la talla de Pío Baroja o Valle-Inclán, con los que mantuvo una correspondencia que él archivaba con todo el amor del mundo.

Una de sus preocupaciones de los últimos años era precisamente qué hacer a su muerte con esa biblioteca-archivo. Le producía horror que ninguna institución acogiera ese legado, que ocupaba dos pisos. Ni la Biblioteca de Andalucía podía afrontar el reto por falta de espacio físico y eso la ha estado corroyendo los últimos meses de su vida.  

          No sé por qué, se sintió atraído por una figura que rozaba lo grotesco: José María Carulla, el canónigo que escribió la Biblia en versos ripiosos y quiso ser miembro de la compañía de zuavos que defendían, en teoría, los Estados Pontificios. Realizó una curiosa investigación, a medias con José Luis Garzón. Apareció también en un librito dedicado a doña Paquita, la maestra purgada por su republicanismo que montó en su casa una escuela en que él hizo sus primeras letras. Y su firma también estuvo presente en otras publicaciones colectivas y bastantes artículos aparecidos en Ideal. Hubo un momento en que pensé que no debía perderse su capacidad narrativa ni su memoria de la ciudad y su gente y le propuse montarle un blog en el que diera rienda suelta a sus recuerdos. Me dijo que no quería reconocimiento alguno ni encontronazos con esta ciudad tan rara que él tanto amó. Casi no salía de su casa y cada sábado, cuando los demás miembros de la tertulia volvían a sus casas, él se venía conmigo hasta Correos, donde recogía su correspondencia en un apartado que se empeñaba en mantener.

          Todo eso se pierde con él. Lleva solo unas horas muerto y ya lo extraño con verdadero dolor de pérdida. Ahora quedan Encarnita, una viuda que se queda sola y una biblioteca que raramente será frecuentada por nadie. Y el silencio que siempre acompaña a la muerte. A sus amigos contertulios (Francisco Gil Craviotto, Manuel Arredondo, Francisco Luis Díaz Torrejón y yo mismo) nos quedará el recuerdo de tantos momentos gratos y de su humildad. Que la tierra te sea leve, compañero del alma, compañero.  

Alberto Granados

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Crónica de un sueño. En recuerdo de Antonio Ramos Espejo

Quienes compramos El País el 28 de febrero de 2000, encontramos dentro un libro de difusión gratuita, probablemente pagado por la Junta, en que, para celebrar el Día de Andalucía, se hacía un recorrido, entre histórico y sentimental, de la transición en nuestra tierra: Crónica de un sueño. Memoria de la Transición Democrática en Andalucía (1973-83). Aparecía El País, como editor y en cada provincia andaluza tuvo un título y unos autores diferentes.

Esta pasada festividad cívica, lo desempolvé y, al abrirlo y mirar el índice, me encontré que para hablar de 1975, el recientemente fallecido Antonio Ramos Espejo incluyó un artículo, La agonía, en que hacía un retrato exacto de la comunidad autónoma y de la Granada de entonces. Me dejé llevar y lo revisé. ¡Qué malas faenas nos gasta la memoria! Recordaba muchas de las cosas de que habla el texto, pero el paso de los años había borrado por completo de mi memoria muchos nombres y algunas situaciones que en su momento me produjeron una verdadera reacción anímica, de entusiasmo o de rechazo. Y esos recuerdos me trajeron otros y otros.

Confieso no haber sido nunca demasiado autonomista y mucho menos, andalucista. Una cosa es descentralizar la administración de un estado y otra organizar diecisiete satrapías (Muñoz Molina, suele llamar a nuestras comunidades con este apelativo), estancas entre sí, muy encantadas de un pasado y una tradición, históricos o creados ad hoc, al que sublimar en falso, y muy distintas de la deriva por la que nos lleva la sociedad, que tiende cada vez más al agrupamiento en organizaciones más extensas, mientras las autonomías parecen mirarse su propio ombligo.

Me pareció un artículo demasiado largo para un blog, pero después pensé que tenía un denso contenido histórico que solo recordamos, y con lagunas, los que ya llevamos acumulada demasiada juventud. Por ese motivo y como recuerdo a la figura de Ramos Espejo, lo traigo hoy a este blog:

Antonio Ramos Espejo, La agonía

Noté que se apoyaba en un coche con la mano temblorosa y la mira­da cansada. No había nacido para mártir, sino para jornalero o peón de la construcción, lo que constituía un martirologio, aún más grave que predicar en tierra de infieles y vérselas con jalifas y mandarines. Y, sin embargo, su carrera evolucionó hacia un sacrificio peor, que con­llevaría malos tratos, multas y entradas y salidas de la cárcel. Me quedé observando, a cierta distancia, a aquel hombre de edad madura hasta comprobar que se trataba, efectivamente, de Paco Portillo. Su carrera volvía a ser como siempre, la de un asalariado en las escalas inferiores del mercado, de guardacoches del parking del Palacio de Exposiciones y Congresos de Granada. «Aquí me tienes», me dice con una mueca de sonrisa nerviosa. Me recordó después nuestro primer encuentro. Fue antes de este año de la agonía interminable cuando entró en mi casa fingiendo ser vendedor de libros, su coartada, para sincerarse después y aclarar que era el secretario general del Partido Comunista de España en Granada, que le habían seguido hasta allí los de la brigada social, que lo sentía mucho pero que quería contactar conmigo como redac­tor deIdeal, para que el periódico de la Editorial Católica tuviera en cuenta la voz de los comunistas. Entonces me recordó la necesidad de salir de las catacumbas en aquella Granada de puño férreo, tristemen­te famosa por la espiral de represión que seguía practicando el fran­quismo a través de los herederos de los que habían cometido el asesi­nato de García Lorca en el verano de 1936, y de aquellos otros que ordenaron disparar contra los obreros que en el verano de 1970 pedían un aumento salarial. Cayeron tres albañiles muertos. Otra vez, recor­dando a Antonio Machado, el crimen fue en Granada.

LARGO TÚNEL

Nos encontramos ya recorriendo ese largo túnel del año de la agonía. Hay una España vestida de azul, condecorada y con patentes de corso, Soficos y Matesas, nacional católica, de Franco y de monseñor José María Escrivá de Balaguer, de José Antonio Girón de Velasco y de Carlos Arias Navarro; otra España sueña con ver la luz y recuperar el tiempo perdido. Carrillo, desde Francia, al frente de la Junta Democrática, y Felipe González, el joven líder socialista, que ha trasladado su residencia de Sevilla, desde primeros de año, a un pisito de Madrid, donde despliega la tarea no sólo de organizar a viejos y nuevos socialislas, sino de participar en la creación de la Plataforma de Convergencia Democrática. La oposición tiene de su parte a la otra Iglesia que le abre los templos y cuenta en sus filas a miles de políticos, estudiantes, profesionales, sindicalistas, militares rebeldes, que están multados o en las cárceles. Como los que figuran en el sumario del «1.001»: Marcelino Camacho, Nicolás Sartorius, etc., y sus compañeros sevillanos en Carabanchel, Francisco Acosta, Fernando Soto y Eduardo Saborido. Abogados laboralistas que no dan abasto, ¡lustres letrados que se arriesgan a defender a los empapelados por el régimen y que, además, se sienten obligados, como Adolfo Cuéllar, a declarar sobre su condición política: «En tiempos, estuve adscrito a un pequeño grupo político constituido, de hecho, por Manuel Jiménez Fernández, cuyo ideario podría ser de izquierda demócrata cristiana. Yo soy católico y procedo de Acción Católica, en la que tuve un curio­so incidente a cuenta del baile, cuando fue prohibido por el cardenal Segura. Lo cierto es que yo, que no sabía bailar, me pasé un mal rato por defender el baile». ¡Qué tremendo el cardenal Segura! Franco y él no cabían en el mismo palio, los dos eran poder, los dos Iglesia Católica Apostólica Romana; pero el cardenal los ponía encima de la mesa para enseñarle al dictador que para mando el de su Iglesia. Sin embargo, cuando el arzobispo cardenal muere en 1957, Franco, con la excusa de honrarlo, colocó al prelado bajo jurisdicción militar al decretar para sus honras fúnebres honores de capitán general con mando en plaza. Ya no son sólo los obreros y los intelectuales, a los que los comunistas unen como las fuerzas del trabajo y la cultura. Los estudiantes que se encierran en las aulas, con graves conflictos en las de Sevilla tomadas en el mes de febrero por dos mil estudiantes; seguirían manifestaciones con incidentes, cierre de la Universidad y dolores de cabeza para su rector, Manuel Clavero Arévalo, al que el destino le reservaría una brillante carrera política.

La oposición logra abrir dos brechas importantes: la primera con el éxito de la Unión Militar Democrática (UMD), que se extiende por los cuarteles con la llamada rebelión de los capitanes; y la segunda, la huelga convocada por los actores. Nada menos que la farándula, que para sorpresa del dictador también parece decantarse del otro lado de la frontera, como esos demonios comunistas y masones que agravan sus dolores flebíticos y cuestionan los poderes mágicos del brazo incorrupto de santa Teresa que guarda en la alcobapara que lo pre­serve del maligno. El 9 de febrero son detenidos los actores Tina Sainz, Enriqueta Carballeira, José Carlos Plaza,Daniel Dicenta, Pedro Mari Sánchez, etc.Algunos de ellos sufren pena de cárcel.  La rebelión se le desmadra al régimen además del importante número de actores que la secundan, como Lola Flores, Manolo Escobar o Sara Montiel.

Los periódicos del régimen se emplearán desde entonces en combatir a estos artistas, dedicando especial atención a Sara Montiel: «Era demócrata antes de El último Cuplé, durante y lo he seguido siendo después. Y mis éxitos no se los debo a nadie; sólo yo sé lo que me ha costado obtenerlos y los impedimentos que he tenido que superar hasta por detalles tan irrisorios como los escotes de mis vestidos, ya que mi busto era considerado pecaminoso, y me consta que en cier­tos centros se advertía del peligro en que podían caer (¡pecado mor­tal!) aquellos que fueran a ver mis películas. ¡País!».

Para la prensa es un año de afinidades o de choques. El TOP del magis­trado Rafael Gómez Chaparro hace estragos. Unos periodistas acaban en la cárcel, otros son multados; otros, como en el caso del sudameri­cano Joaquín Mejías, casado con una granadina, y padre de cuatro hijos, es expulsado de España porque a unos cacicones de Granada no les gusta la línea informativa de la revista Granada semanal. Cuando el TOP no actúa, los guerrilleros de Cristo Rey se toman la justicia por su mano, propinando una paliza de muerte en Madrid al periodista almeriense José Antonio Martínez Soler, director de la revista Doblón, que había osado publicar un reportaje sobre el ejército. Para los fieles servidores de la cruz y la espada el derecho de réplica, ni gaitas, arro­pados desde arriba, presumen de tatuaje en la piel y exhiben cadenas y pistolas como santo y seña de los nuevos chulos del régimen. Los aires de libertad en la prensa se consiguen con cuentagotas y en algu­nos casos ni tan siquiera eso. Es cerrado Sol de España, el periódico malagueño, por una información sobre el “León de Fuengirola», José Antonio Girón de Velasco, al parecer metido en una oscura operación para hacerse con el poder antes de que Franco muera. Era director en funciones Rafael de Loma y redactor jefe, Juan de Dios Mellado. La revista Cambio 16, imprescindible en aquellos años, de la mano de Juan Tomás Salas, José Oneto, Román Orozco, Miguel Angel Aguilar, Federico Ysart, José Manuel Arija, Carmen Rico Godoy, y en Andalucía, Juan de Dios Mellado y Antonio Guerra convierten a la publicación en clave para entender el cambio que estaba ya a las puertas. Secuestros, multas y amenazas son casi permanentes.

La revista Triunfo, dirigida entonces por José Ángel Ezcurra, varias veces sancionada, es otro de los estandartes de la oposición contra el régimen con las firmas de Eduardo Haro Tecglen, Manuel Vázquez Montalbán, los andaluces Víctor Márquez Reviriego, Antonio Burgos, etc. Y el psiquiatra y analista político, José Aumente, que publica el artículo “¿Estamos preparados para el cambio?» (Triunfo: n° 656, 26 de abril). El régimen se dispone a darle una lección justiciera a la publicación hostil: secuestro de ese número y sumario abierto para depurar responsabilidades, que se saldarían con la máxima sanción de cuatro meses de suspensión de la publicación y dos severas multas, a Jsé Aumente como autor y a Ezcurra como director. Pepe Aumente, que comenzaba ya a liderar ideológicamente el nuevo andalucismo, se convierte en un referente nacional, como Carlos Castilla del Pino y Antonio Gala desde esta Córdoba califal, que se dispone a dar la últi­ma batalla al franquismo desde la plataforma del Círculo Juan XXIII, con el abogado y defensor de los derechos humanos, Joaquín Mar­tínez Bjorkman, el abogado Rafael Sarazá, Balbino Povedano, Rafael Vallejo, Jaime Loring, Paco Martín, liberales como Carmelo Casaño, en línea directa ya con el «Grupo Libra» de Joaquín Garrigues Walker y Soledad Becerril, etc. Se prepara ya el desembarco del vivero de profesores comunistas de Montilla, donde Julio Anguita experimenta, como Pablo de Tarso, una conversión radical y sincera, de judeocristiano a marxista-leninista. Cordobeses que van y que vienen en este trasvase histórico que aupará a unos al poder y a otros al reino de las sombras, como a estos dos ministros de Franco, el educado Cabello de Alba y José Solis Ruiz, la sonrisa del régimen.

REINO DE PENUMBRAS

Pero todavía estamos en el reino de las penumbras, donde quieren mantener al profesor don Alfonso de Cossío y del Corral, catedrático de Derecho Civil, al que le retiran el pasaporte para que no acuda a          Estrasburgo. Víctima de la intransigencia, el ex decano del Colegio de Abogados recibe un homenaje de sus compañeros en. «Si a don Alfonso de Cossío le quitan el pasaporte —se decia la  la gente que en Sevilla está en el ajo del cambio democrático— ¿a quien se lo van a dejar?, escribe  Antonio Burgos en Triunfo. También a don Ramón Carande catedrático de Hacienda, de 88 años, se le veta para ser doctor honoris causa por la Universidad de Madrid; y,  como respuesta, los estudiantes de la Universidad de Sevilla le organizan un acto de desagravio.

A unos les quitan el pasaporte, a otros los confinan, como a Alejandro Rojas M arcos, que lo destierran a Écija, desde donde tiene más tiempo para preparar, junto con Luis Uruñuela en Sevilla y Miguel Ángel Arredonda en Màlaga, la salida de las cavernas andalucistas en las que han logrado sobrevivir los históricos Juan Álvarez Ossorio, Emilio Lemos y Rodríguez Aguilar. Los políticos con más visión de futuro van descubriendo sus cartas, definiendo posiciones partidarias o indepen­dientes pero de clara oposición. La Junta Democrática lanza su Ma­nifiesto de la Reconciliación. Son mensajes que van calando en el teji­do social de una población que permanece callada, que tiene miedo, pero que está muy atenta a los cambios. La reconciliación a la herida de las dos Españas tendrá necesariamente que imponerse. Sor Clara Vinuesa, que es la madre superiora del convento de San Diego, de Alhama de Granada, me abriría años después las rejas de la clausura para decirme: «En nuestro pueblo la transición se hizo pacíficamente gracias a Marín». Por Marín, zapatero de profesión, portero del con­vento, secretario local del PCE, responde Salvador Fernández Pavón.

La primavera andaluza produce los grandes sarpullidos. Andalucía es un hervidero. Se intensifican las manifestaciones, las persecuciones de los policías contra estudiantes, profesores, obreros, todos preparados para correr los cien metros lisos y librarse de las porras, de las balas perdidas, lo mismo en Granada, con los Portillo, Terriente, Verdejo, Cid la Rosa, María Izquierdo, Díaz Sol, Mariló; los peteneros de Roberto Mayoral y Enrique Cobo; los libertarios de García Rúa, los poetas García Ladrón de Guevara y Antonio Carvajal; que en Sevilla, con el superclandestino Manuel Benítez Rufo, los Pérez Royo, Amparo Rubiales, Aristu, Pina López Gay, etcétera. En Jaén, se reorganizan los discípulos de Fernández Torres, su hijo Fernández Malo, y los comunistas de Ignacio Gallego, todavía en el destierro, con Felipe Alcaraz, los Anguita Peragón, etcétera. En Huelva, el socialista Navarrete es un referente obligado, como Juan Ceada, que sería un año después carne de presidio. Los abogados laboralistas no dan abasto, lo mismo los del despacho de Felipe González en Sevilla, con Rafael Escuredo, Ana María Ruiz Tagle o Manuel Chaves; los de Filomeno Aparicio en Córdoba; que los de otros despachos repartidos por Andalucía, en los que no sólo se defiende a los trabajadores, sino que se redactan comunicados y se capta para su causa a los periodistas que se atreven ya a escribir entre líneas sobre un conflicto laboral o dar cuenta de una manifestación en la que la policía ha repartido palos y practicando detenciones , de las que la autoridad gubernativa informa siempre falseando la realidad. Y lo mismo los curas que entran en acción.

Hay ya dos iglesias: la de Marcelo González Martín, la del régimen y los guerrilleros de Cristo Rey; y la de Tarancón.

En la diócesis de Córdoba, Cirarda se resiste a abrir los templos para que la policía se lleve a los encerrados. Los curas son carne de cañón de las multas, fuertes sanciones económicas a sacerdotes del Campo de Gibraltar (Avelino González, Ramón Pérez, Manuel Gaitero…); en Málaga José María González Ruiz lidera la oposición eclesial contra la imagen prostituida de Andalucía en la Costa del Sol; Esteban Ramírez influye en los nuevos sacerdotes desde la dirección de Cáritas en Jaén; Elías Alcalde en el Llano de Zafarraya, Rodríguez Quirantes en la Alpujarra, y tantos otros que aparecen como aliados imprescindibles en la defensa de las libertades y de los derechos humanos.

CURAS «ROJOS»

Pero es en Granada donde la alianza de las Hermandades Obreras Católicas (HOAC), con CCOO y otros sectores de la Iglesia, pondrá en jaque al nuevo gobernador, José Manuel Menéndez-Manjón y Sancho-Miñano, así, con todos sus apellidos, que jura con el traje oscuro de falangista en sustitución del Leyva Rey, más conocido por Carateja, ascendido al gobierno de Sevilla, tras haber aprobado el máster en represión que había hecho en la ciudad de la Alhambra. Se intensifican los encierros de trabajadores contra las alar­mantes cifras de paro. Destaca la ocupación de la Curia por 35 traba­jadores, entre ellos los hermanos Cervilla, Luis Gálvez…, además de los sacerdotes Antonio Quitián, Ángel Aguado y el jesuíta José Godoy, El Pope, fundador de Solidaridad Andaluza. El arzobispo de Granada, monseñor Benavent Escuin, soporta las críticas del Gobierno por con­sentir el encierro. Aquí entra de nuevo Paco Portillo en escena, cuan­do en los alrededores de la Curia lanza unas octavillas que contienen las reivindicaciones laborales de los encerrados. Portillo es el primero en desfilar hacia la cárcel fría de Granada. Aunque el arzobispo no da su consentimiento, la policía entra en la Curia. Amanece el día de la Cruz. Qué cruz esta que padecen siete de los líderes del encierro. Multas que ascienden a cinco millones de pesetas. Entran en acción los abogados, Jerónimo Páez y Antonio Jiménez Blanco —fundadores del Club Larra, plataforma fundamental para entender la transición en Granada—; Luis González-Palencia, el despacho de Miguel Fernández-Aceytuno…, mientras Fermina Puerta, sor Encarnación y Antonio Lozano, el gitano de oro que predicaba la no violencia, y otros muchos militantes de la solidaridad recaudan fondos, y Bruno Alcaraz envía las listas de los detenidos a Amnistía Internacional. Cárcel para los cabe­cillas principales, entre los que se encuentran los sacerdotes Quitián y Aguado, que son enviados a Carabanchel —dos días después tuve la oportunidad de llevarles sendas maletas preparadas por sus familiares a la cárcel madrileña, y Pope Godoy, que, en su condición de jesuita, cumple cárcel concordataria en un convento religioso de Cájar, en la periferia granadina, donde se declara en huelga de hambre.

Funerales por Franco en la catedral de Málaga

Monseñor Bueno Monreal tiene revuelta su Iglesia en Sevilla. Las extravagancias folclóricas y milagreras de la conjura de sacristanes que encabeza Clemente en el Palmar de Troya son una anécdota de la iglesiamarginal, en comparación con larebelión de curas que se asocian  a los trabajadores en la protesta contra el paro. De la comarca de Osuna surge, entre otros sacerdotes, la figura del párroco de Los Corrales, Diamantino García, que destacaría como un auténtico apóstol obrero, emigrante en las vendimias, y pieza fundamental del movimiento jornalero del Sindicato de Obreros del Campo (SOC), fundado ese mismo año —con el apoyo del Partido del Trabajo de España de Eladio García Castro, Antonio Zoido, etcétera— que arraiga con fuerza por esta zona y otras comarcas de Sevilla y del Marco de Jerez. Pero el cura que más dolores de cabeza crea a su propio arzobispo y a la policía se llama José Antonio Casasola, malagueño de Alcaucín, que destaca en la eclosión del movimiento jornalero de Lebrija, junto al indomable Gonzalo Sánchez —uno de los muchos sindicalistas infiltrados en el Sindicato Vertical—, y después por su activismo en Sevilla, donde se convierte en carne de cañón de la policía por el número de veces que es multado, apaleado y encarcelado.

Con Soto, Saborido y Acosta en la cárcel —este último sería el primero en salir en libertad—, el cura Casasola se convierte en una mosca cojonera que trae en jaque a la policía sevillana. Un cura con una Vespino es un peligro público y como tal hay que cazarlo para que deje de enredar en todos los conflictos y de forma aún más desafiante en el de la construcción de los últimos meses del año y primeras sema­nas del siguiente. Su testimonio es impresionante: lo mismo recibe multas de casi un millón de pesetas, que el impacto de una bala en el pie, que le abofetean al entrar en comisaría, que le encarcelan y, vuelta a empezar, se le propina una paliza histórica dentro de la iglesia de la Corza. Entre 1975 y 1976, Casasola es detenido nueve veces: una vida entre rejas, sometida al dolor de los golpes, a los temblores de las huelgas de hambre… Y en los claros que le dejan sus actividades revo­lucionarias, ganándose el pan a pico y pala e instruyendo, a su mane­ra, eso sí, a los feligreses a interpretar el Evangelio en la Sevilla del paro y el señorío.

HUELGAS Y REPRESIÓN

La represión en Andalucía sigue el modelo del castigo colonial. ‘Pan y palos’ —artículo de Jaime Jover en la revis­ta Mundo— resume la memoria histórica de Andalucía: «Algunos, resistiéndose al sacrificio, se revuelven. Pero se encuentran siempre con el orden público y con multas de hasta 200.000 pesetas. El dine­ro que les falta para comer ellos y los suyos se lo exigen en sancio­nes. Dura ironía que, naturalmente, se resuelve con la cárcel». Esta Andalucía de 1975 no parece haber avanzado con respecto a aquella que encontraron Blasco Ibáñez, Leopoldo Alas Clarín, Azorín, también en la trágica Lebrija, en las descripciones de Blas Infante, de Juan Díaz del Moral, de Gerald Brenan, de Jean Sermet, de Antonio Miguel Bernal, de Tuñón de Lara, del malogrado Antonio María Calero Amor, etcétera, la que había encontrado Juan Goytisolo en los Campos de Níjar, en la Chanca, ésa de los Juan sin tierra, título de la novela que el franquismo le acaba de prohibir; esta Andalucía de los obreros agrícolas de Palma del Río que se declaran en huelga para pedir el aumento salarial de 455 pesetas a 700 de salario mínimo; ésta de los 20.000 albañiles de Cádiz en huelga; muchos de ellos multados y detenidos; ésta de los 40.000 andaluces que se van, como cada año, a la vendi­mia francesa, y luego al espárrago de Navarra, a las frutas de Lérida, temporeros sin fortuna, que caminan cabizbajos como si se tratara otra vez de moriscos expulsados; los miles de emigrantes fijos ya en Cataluña, en el País Vasco, los gasterbeiter, o trabajadores invitados, que he visto en las fábricas de Frankfurt, donde se organizan y espe­ran que pasen los años de la agonía, mientras recuerdan que llegaron con números en las espaldas, cruzando fronteras clandestinamente, o formando partidas de trenes especiales, como salió Luis Blas Infante, el hijo de la Patria andaluza al que encontré de camarero en un bar de Amsterdam, andaluces que escaparon del hambre y de la dictadura, que no se resignaron a ser topos escondidos, republicanos, maquis, hijos de los derrotados, hijos simplemente de la España de la corrup­ción y el trapicheo, jornaleros de sol a sol, carne de cuartelillo.

Gerald Ford, presidente de EE UU, no tiene en Madrid el recibimiento que se esperaba. Franco quiere más peaje por las bases americanas en España. En las ciudades andaluzas, donde campan por sus respetos los soldados yankis. «Yankis, no; bases, fuera». Ya Alberti había formulado su poética protesta en Rota, un pueblo para la muerte.

Carlos Cano cantó por primera vez el Himno de Andalucía

Alberti es una referencia en el Trastévere de Roma, desde donde espe­ra llegar algún día a su Puerto de Santa María. En Roma vive también, hasta este año, el fundador del Opus Dei, José María Escrivá de Balaguer, que murió en el mismo año en que se celebró el aplazadísimo juicio sobre Matesa,. En este caso es muy probable que la Providencia quisiera evitar al fundador del Opus el mal trago de un Rafael Calvo Serrer sentado al lado de Dolores Ibárruri, en el transcurso del homenaje a La Pasionaria, celebrado en Roma, o el peor trago de ver cómo un buen puñado de los hijos de la Obra empeñados en afanes económicos tenían que escoger entre la cárcel y el exilio.

En el nuevo cambio de Gobierno, sale el malagueño José Utrera Molina; entran Fernando  Suárez y Fernando Herrero Tejedor, que pro­mueve en su ministerio a toda una promesa política: Adolfo Suárez, como la joven guardia del Movimiento. Al poco tiempo muere en acci­dente de tráfico Herrero, y la figura de Suárez parece quedar, momen­táneamente, huérfana. En sustitución del ministro desaparecido, entra, de nuevo en un gabinete de Franco, José Solís, que acompaña a otro andaluz, el jienense León Herrera y Esteban en Información y Turismo. Ni la sonrisa del régimen sirve ya para levantar el ánimo del Genera­lísimo en su última agonía. Desde Estoril, don Juan de Borbón juega sus propias cartas en la ofensiva que contra el régimen despliegan los comunistas de Carrillo y sus aliados, y un Felipe González que cuenta con su compañero inseparable, Alfonso Guerra, que recorre Andalucía levantando adhesiones inquebrantables. González, que se codea con los socialistas François Mitterrand, con el líder de los socialistas portu­gueses Mario Soares y con el alemán Willy Brant, que se encuentra sin pasaporte y no le faltará razón a uno de los policías que intervienen en una nueva detención: «Me parece que dentro de poco nuestro trabajo dependerá probablemente de este señor».

La Junta Democrática y la Plataforma se unen en la Platajunta para hacer una oposición más efectiva. Monseñor Enrique Tarancón pre­senta peticiones de amnistía e indulto a Franco. El cerco se está ce­rrando. Ya dice doña Pilar Franco, la inefable hermanísima, que su hermano «se merece un descanso».

VERDE, BLANCA Y VERDE

Al que no dejan descansar ni en su tumba de Colliure (Francia) es a Antonio Machado, junto a su madre, doña Ana Ruiz, en el día de su centenario —Sevilla, 1876—. Meses antes, Juan Rejano evocaba su figura en Triunfo, en la última imagen que recordaba del poeta: «Porque también nosotros sentimos el corazón de Antonio Machado: lo seguimos sintiendo entre esta brisa o, más bien, bruma de nostalgias y esperanzas que nos envuelve lejos de España”. Qué suerte la de los poetas andaluces. Lorca, fusilado; Machado, muerto en el exilio, como Cernuda; Aleixandre, postrado en una cama con ventanales hacia el mar azul de Málaga

          Y Alberti que pregunta: «¿Oué cantan los poetas andaluces de ahora?” lmiar Canta Meneses cuando no le prohíben las letras de Moreno Galván, canta Enrique Morente a Miguel Hernández, canta Gerena Los cantes del pueblo para el pueblo, canta Benito Moreno en la emigración, cy Carlos Cano que va desde Ronda, de pueblo en pueblo, con una canción que es himno y es bandera rescatada de la memoria: Verde, blanca y verde, que se canta en sustitución del himno de Andalucía creado do por Blas Infante, que está prohibido y que contiene, además, esa estrofa de «Andaluces, levantaos, pedid tierra y libertad», subversiva a flor de piel. Salvador Távora difunde el nuevo mensaje teatral de Los palos y Juan de Loxa se ha inventado el Manifiesto Canción del Sur y Poesía 70 para denunciar cantando verdades como puños. Y en Barcelona, el Premio Espejo de España se le concede a la obra García Lorca asesinado, asesinado, ¿toda la verdad?, de Carlos Vila San Juan, para ofrecer una lina cierta versión que no dañara mucho la responsabilidad del réqimen, mientras llevaban años prohibidos los libros donde se decía la verdad que se buscaba, los de Gerald Brenan, Couffon e Ian Gibson.

Tengo entonces la oportunidad de publicar en Ideal, con el riesgo asu­mido de mi director, Melchor Saiz-Pardo, una serie de entrevistas sobre la muerte del poeta, entre las que me impresiona el encuentro con Angelina Cordobilla, la criada que vio por última vez al poeta, y sintió «dolor de vientre», «dolor de madre». «¡Qué lástima de familia!”. Poco tiempo después muere Francisco, el hermano de Federico, de vuelta ya en Madrid. Años antes había fallecido en accidente de trá­fico su hermana Concha, la viuda de Fernández Montesinos, el alcal­de socialista fusilado días antes que su cuñado. Queda Isabel, infati­gable guardiana de la memoria.

La crónica de la agonía tiene sus ribetes rosas y negros fuera y dentro de España. Amarcord entra en nuestras vidas, como Pippi Calzaslargas, o el folletín Simplemente María; en París se manifiestan las prostitutas y aquí se critica tamaña barbaridad, dé usted libertad para esto; detie­nen en París al terrorista internacional Carlos; asesinan al rey Faisal de Arabia y a Paolo Pasolini en Ostia (Roma); muere el multimillonario griego Onassis, y Jacqueline, la ex de John F. Kennedy, enviuda por segunda vez; el socialista Mario Soares gana las primeras elecciones democráticas de Portugal y Enrico Berlinguer destroza la hegemonía de la Democracia Cristiana en Roma. A Vila Reyes le pide el fiscal trece siglos de cárcel y cae el imperio Sofico, o el imperio de la corrupción que tenían montado militares, falangistas y empresarios del régimen.

LOS GALINDOS

Verdaderamente, este calor de la agonía causa estra­gos. Julio es un mes que desata las pasiones. No sabemos qué pasio­nes son las que provoca este crimen de los Galindos, ocurrido el día 23 en Paradas (Sevilla), que se salda con cinco muertos. El cortijo es propiedad del marqués de Grañina. Hay un aristócrata, un legionario de pasado oscuro; se habla de drogas, de asuntos turbios, pero no apa­rece ni el rastro de los asesinos. Hay suceso para rato, con todos los ingredientes para que en su investigación consuma toda sus energías el novelista sevillano Alfonso Grosso, con Los invitados, una novela que sería llevada al cine, con Lola Flores en el papel estelar. Se llega a decir que «la Guardia C¡vil pudo borrar huellas de unos asesinos». Los reporteros no cesan de viajar a Paradas. El periodista Ismael de la Fuente le dedica también un libro de investigac¡ón, como lo hará después Paco Gil, basándose en reportajes publicados en El Correo de Andalucía. El crimen perfecto de los Galindosviene a contribuir a la oscuridad del túnel del franquismoen la que tantas otras muertes graves acaecieron en los campos aislados de Andalucía.

El crimen de los Galindos convulsionó Andalucía

SEPTIEMBRE NEGRO

Continúan los estados de excepción, los conse­jos de guerra, las tropelías de la extrema derecha, frentes de oposi­ción abiertos por todos los flancos. El régimen parece acorralado. Pero conserva las energías propias de los últimos estertores. El 27 de septiembre no hay piedad: se cumplen las sentencias de muerte con­tra los miembros del FRAP y de ETA: José FHumberto Baena, José Sán­chez Bravo, Ramón García Sanz, Ángel Otaegui y Juan Paredes Manot, El Txiki. Es la revista Cambio 16 la que publica la exclusiva mundial y Román Orozco el periodista que consigue vivir todo lo que rodea a los fusilamientos. De todas las voces que se alzan en contra, es la del papa Pablo VI la que más mella hace a los hombres que firmaron las sentencias de muerte.

La salud de Franco se agrava. El NODO y las emisoras retumban los ecos del «¡Franco, Franco, Franco!», en el homenaje que se organiza al enfermo el primero de octubre. Un acto de desagravio, en el que Fran­co, apenas ya sin poder levantar el brazo derecho, y con la voz apaga­da, responde con el clásico “Españoles: gracias por vuestra adhesión…» y la cantinela de siempre: «Todo lo que en España y en Europa se ha armado obedece a una conspiración masónica-izquierdista en la clase política, en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social que, si a nosotros nos honra, a ellos les envilece».

Pero es también Hassan II el que entra en acción con la marcha verde, la invasión hacia el Sáhara. Franco no se lo puede creer y se resigna a aceptar su última y definitiva derrota. Como si el destino le mos­trara el final de su hoja de servicios: el general que se sirvió de África para lanzarse sobre la España de 1936 pierde su última batalla, humi­llado por el rey africano que hasta entonces había sido su protegido. ¿Qué está pasando? Los días del franquismo parecen contados. Gobernaba Carlos Arias Navarro, ex ministro de Gobernación y cono­cido en la oposición como Carnicerito de Málaga por su afán fiscal durante la posguerra. Luis María Ansón ya oía entonces un ruido de ratas que abandonaban el barco. ETA seguía matando -16 víctimas mortales en 1975-, los GRAPO se habían estrenado con cuatro mise­rables asesinatos (de ahí su nombre: Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre), y la oposición pasaba de la represión sin cuento —fusilamientos, cárcel y torturas y cárcel (había en esos momentos 1.800 presos políticos)— a la perplejidad, y de la perplejidad, a la actividad fre­nética. Pero todavía tenían que pasar algunos días para que los espa­ñoles se enteraran de lo que sucedía en El Pardo, «aquel destartalado palacio que desde 1940 fue más cuartel que casa de gobierno» (José María Izquierdo en Memoria de la transición).

LA MUERTE

Franco cae gravemente enfermo. Ni sus médicos, ni sus familiares, ni sus herederos políticos parecen tener piedad con esta agónica sentencia de muerte, como si quisieran ganarle aún más tiempo a cuarenta años de dictadura. Los partes médicos hablan de «heces fecales sangrientas en forma de melena…», en comunicados que parecen redactados por sus peores enemigos. A las 5.20 de la madrugada del 20 de noviembre se consuma la vida del dictador. A las portadas plañideras de los periódicos, a los días de luto, de cele­braciones clandestinas, siguen jornadas de incertidumbre.

Franco yace en el Valle de los Caídos y Juan Carlos I es coronado Rey. En el primer Gobierno de la Monarquía aparece de ministro el gran tapado, Adolfo Suárez, ante la perplejidad tanto de los huérfanos del régimen como de los artífices de la oposición. Pero ésa es ya la his­toria que continúa con las reformas, los indultos que producen los reencuentros de Soto y Saborido con su gente de Sevilla al salir de la cárcel de Carabanchel, los movimientos de nuevos estrategas políti­cos en una etapa que se abrirá a la reconciliación, la tesis que habrá de imponerse sobre cualquier intento de ruptura traumática.

En Andalucía, como si nada hubiera ocurrido, retirados los hirientes crespones negros de las fachadas blancas, la vida sigue en toda su crudeza, con los trabajadores de la comarca del mármol de Macael, que, por primera vez, consiguen que algunas empresas les den 22 días de vacaciones al año, aunque otras sólo están dispuestas a ceder sólo una semana y las hay, incluso, que insisten en que los trabajadores no tienen derecho ni a un solo día de descanso; con la huelga que afec­ta a 8.000 familias del Marco de Jerez, la explotación colonial que sufren los mineros de Río Tinto, como ejemplos de lo que ocurre en los pueblos del Sur, castigados por la mala vida, vacunados así para cualquier conato de rebeldía. Recuerdo también que en aquel último encuentro, Paco Portillo, el líder que acabó de guardacoches, sin pasar más facturas que las recibidas en su cuerpo, heridas ya escon­didas en los repliegues del alma, se refirió al día después del año de la agonía: «Aquella noche soñé que era mentira».

Alberto Granados

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Carmen la de Ronda. Entre el mito y la historia

Los viajeros románticos que visitaron España contribuyeron a fijar una imagen falsa y llena de tópicos que aún se notan en algunas producciones cinematográficas cuyos guionistas no se han tomado la molestia de documentarse sobre nuestra realidad. Uno de esos tópicos, convertido en mito universal, es el de Carmen la de Ronda, la mujer fatal que juega con sus amantes confiada en sus artes de seducción. El personaje salió de la pluma de Prosper Mérimée en una novela corta que fue publicada en 1847. El autor aseguró que la historia en que se basa la oyó en los salones granadinos de la Condesa de Montijo, Dª María Manuela Kirpatrick. En la breve novela, Mérimée convierte a su protagonista en una joven gitana.

Asentado el mito, Bizet compuso su ópera Carmen, estrenada en París en 1875. Algunas de sus composiciones consiguieron rápidamente una enorme popularidad (La Habanera, por ejemplo), lo que afianzó al personaje, que se universalizó, convertida en arquetipo literario. Se trata de una mujer de clase humilde, poco ilustrada, que ha aprendido a sobrevivir con el conocimiento de los estragos que su belleza ocasiona en los hombres, de cuyo deseo está dispuesta a sacar partido. Una buscona, en definitiva, que hace de los hombres verdaderos peleles.

El personaje tenía algo morboso, justamente lo que se convirtió en su mayor atractivo. La aparición del cine trajo consigo bastantes revisiones del mito, ya desde la época muda, pasando por una versión afroamericana (Carmen Jones,de Otto Preminger, 1954), convertida en ballet (Carmen, Carlos Saura, 1983) o la versión de Vicente Aranda (2003), que explota la sensual belleza de Paz Vega.

Sin embargo, la realidad del personaje fue bien distinta. El pasado noviembre se presentó en Ronda el último libro del historiador asentado en Granada Francisco Luis Díaz Torrejón, Carmen la de Ronda. Entre el mito y la historia, (Ed. La Serranía, Ronda, noviembre de 2022). En Granada, la presentación fue el pasado 10 de febrero, en el Centro Artístico, donde yo hice de gustoso presentador.

Se trata de un libro del que hace años conocí el planteamiento general por boca del propio autor, mi contertulio y amigo de las amenas charlas de los sábados en el hotel Juan Miguel. Allí nos contó cómo había encontrado un hilo del que tirar para conocer la realidad de aquella mujer rondeña que, por amor, provoca la deserción de un suboficial del ejército napoleónico y su heroísmo al desactivar las cargas y mechas que los franceses habían dejado preparadas para volar la ciudad.

Y aquel hilo del que tiró el autor ha ido encontrando documentación en diversas fuentes, lo que ha permitido establecer la identidad y buena parte de la peripecia vital del francés enamorado y de su joven esposa, que se llamó en realidad Isabel y que podría cantar perfectamente la copla de Carmen Sevilla Carmen de España, que desmentía la fama de devora-hombres del personaje de Mérimée y Bizet. Es curioso que Carmen Sevilla, en pleno franquismo, intentara deshacer la mala fama de Carmen, para adecuarla al modelo de mujer española que quería la Sección Femenina:

Pero no es verdad la historia
que de mi escribió un francés
al que haría pepitoria
si yo lo volviese a ver:
iba a servirme de camafeo
si atravesara los Pirineos.

Carmen de España…manola
Carmen de España…valiente
Carmen con bata de cola
pero cristiana y decente.

          El perfil de la copla se ajusta mucho más a la realidad de la mujer de carne y hueso que Díaz Torrejón ha retratado, hasta donde ha podido, pues a lo largo de su libro se queja varias veces de que el hilo de su investigación se pierde más de una vez porque los archivos rondeños fueron saqueados y destruidos durante la guerra civil.

          La reconstrucción del historiador combina la más rigurosa sistemática historiográfica con la fértil imaginación que formula hipótesis, deslindando honestamente los hechos probados de los idealizados en su reconstrucción literaria. De esta forma, los archivos demuestran que el suboficial francés, tras ocultarse para evitar el regreso a un ejército en retirada y el alejamiento de Isabel, se queda en Ronda y evita la voladura retardada de las principales fortificaciones. Convertido en héroe declara que se ha quedado porque ama a una adolescente de catorce años. También está probado que se le concede una recompensa que pierde cuando lo atracan en las anfractuosidades de la serranía, algo muy común en aquella España que pasa hambre y favorece el bandolerismo. De igual forma se comprueba que pasa a formar parte de una fuerza armada que vigila el contrabando, y que durante el trienio liberal pierde dicho empleo por lo que abre un pequeño telar familiar con el que malviven su mujer, él y dos hijos habidos del matrimonio. Díaz Torrejón especula con la ideología: el francés es un relista devoto de Napoleón y del absolutismo, por lo que tan pronto como Fernando VII deja sin vigor la Constitución liberal de 1812, vuelve a alistarse a las órdenes del ejército que persigue a los liberales, el mismo que fusila a Rafael Riego.

          En cualquier caso, Pedro Depa (ese es el nombre con que aparece desde que abandona el ejército napoleónico) regresa a su vida de miseria, de indigencia casi, en Ronda hasta que, sin que se haya podido averiguar la causa, desaparece de los censos definitivamente. ¿Una de las epidemias de cólera lo ha fulminado? Isabel, su esposa y trasunto de la Carmen de Mérimée, aparece tiempo después en una paupérrima corrala de la Málaga de las últimas décadas del s. XIX y sigue en la más amarga pobreza, hasta que muere en un hospital de caridad. Una biografía triste que no tiene nada que ver con la desenvoltura del personaje literario y operístico que los dos autores franceses crearon.

          Francisco Luis Díaz Torrejón hace un libro rigurosamente historiográfico, al que añade una versión imaginaria de los hechos no constatables documentalmente. Mezcla, con ello, historia y ficción. Ya conocíamos la capacidad literaria del historiador, que despliega una amenísima prosa en todos sus libros, incluso en los pasajes más documentados y exactos. A la doble labor de historiador y prosista, casi novelista, hay que agradecerle la de desmitificador de una figura universal.

          Mostrar la verdad oculta tras un mito universal implica una valentía heroica. Basta con extrapolar la situación: imaginemos que un investigador encuentra de manera fortuita documentación fehaciente sobre la verdadera identidad del hidalgo manchego don Alonso Quijano, y que esos datos no concuerdan con la biografía novelada que creó Cervantes para su personaje inmortal: el hidalgo podría ser un manchego mezquino sin una sola idea caballeresca ni la menor pulsión justiciera. Podría ir siempre a lo suyo, sin pensar jamás en desfacer entuertos ni imponer su justicia. Sería echar abajo toda una realidad teórica sobre la que hemos asentado nuestro pensamiento occidental y el propio hidalgo se quedaría en un personaje más, nunca en arquetipo literario.

Algo similar supone el enorme reto que ha afrontado nuestro autor, con este libro  que se centra en la humanidad del personaje real, frente a los oropeles exóticos de la novelita romántica de Prosper Mérimée, o al mito racial de la cigarrera sevillana, promiscua y perversa, la perdición de los hombres, según el universo de la copla, un esquema abiertamente misógino que culpabiliza a la mujer de todos los desvaríos del hombre, ya desde el relato bíblico de la pérdida de la inocencia y de las ventajas de habitar ni más ni menos que en el Edén. Carmen la de Ronda, o Isabel,  es solo una víctima más de la Historia que nunca salió de la pobreza, ni murió asesinada por un amante celoso, ni tuvo el glamour culpable de los personajes que fue generando. Descubrirnos la humilde verdad de una mujer normal, es sin duda, la gran vuelta de tuerca, el indiscutible mérito del libro de Díaz Torrejón, al que deseo mucho éxito y una larga trayectoria editorial.

Alberto Granados

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Amor y morriña (Theodor Kallifatides)

Tenía yo curiosidad por leer algo de Theodor Kallifatides, el autor griego emigrado a Suecia, y los Reyes Magos me trajeron su última novela publicada en España: Amor y Morriña (Galaxia Gutenberg, octubre de 2022, 221 páginas, traducida del sueco por Carmen Montes Cano y Eva Gamundi Alcaide). Leída en unas 72 horas, hubiera pasado por otra novela más de iniciación o de amores imposibles o incluso por una fotonovela de peluquería, pero la prosa del autor, la amenidad del relato y el conjugar perfectamente los elementos narrativos de la trama con los planteamientos éticos la convierten en algo mucho más sólido que las simple novelas de iniciación al uso. Pensaba que la última novela de amores imposibles era Travesuras de la Niña Mala, de Vargas Llosa, y este autor demuestra que es un campo argumental inagotable. He sentido que no era yo, el lector, quien tiraba del hilo, sino que la novela me engullía y era quien buscaba los ratos libres para tirar de mí, una sensación muy grata para mis aficiones lectoras.

         

Kallifatides nos presenta un microcosmos, el de una residencia de estudiantes en Estocolmo durante los sesenta o setenta (da leves pistas sobre la guerra de Vietnam o la inminencia del golpe de los coroneles). Allí confluyen Christo, un emigrante griego y pobre, tal vez el trasunto del propio autor, Thanasis (igualmente, griego, pero con mayor capacidad económica), y el matrimonio formado por Matías y Rania, que tienen una niña pequeña. Cada uno se dedica a sus estudios (Christo estudia filosofía e intenta presentar una tesina sobre el concepto de catarsis en Aristóteles; Thanasis estudia empresariales y lo hace con ahínco, Matías trabaja como diseñador y Rania, su esposa, estudia algo equivalente a nuestras Bellas Artes, destacando en fotografía.

          Christo ve a la chica salir semidesnuda de la sauna y queda fascinado. No sabe si es amor o una desmedida pasión sexual, pero no encuentra la paz, pese al desahogo verbal con el racionalista Thanasis, que le hace ver que no tiene derecho a interferir en una relación consolidada y con una hija pequeña. Pese a la búsqueda del equilibrio, el protagonista no encuentra la catarsis aristotélica sobre la que intenta escribir su trabajo académico, en el que ha dejado de creer. ¿Qué catarsis puede describir alguien que vive en un mundo de celos, deseo, angustia y sensación de culpabilidad?

          Va conociendo a personas que hacen frente a sus vidas como buenamente pueden. Encuentra la comprensión de varias mujeres, al tiempo que descubre los engaños del adulterio, la pena de quienes se sienten traicionados, el gozo de la entrega amorosa, la muerte de sus padres, la lejanía de su tierra y sus costumbres, y en definitiva, se inicia en la vida adulta, la de cualquier hombre que goza y sufre o convierte su vida en pura contradicción. El conjunto supera con creces lo que se puede esperar de la suma de sus elementos: la novela iniciática, la fotonovela o la novela de amoríos tempestuosos y eso es indudable mérito del narrador.

          Un acierto la creación del personaje Rania, una mujer que quiere ser libre pese a todos sus condicionantes, contra los que estaría dispuesta a luchar si no fuera por tener un marido y una niña, cuyo universo no puede romper en pedazos. En un momento del relato dice: “Estoy harta de ser siempre de alguien: la hija de, la mujer de, la amante de, la madre de… ¿Cuándo voy a poder ser yo misma, sin condicionantes?”

          Si la narración resulta amenísima y ligera, el tratamiento de los conflictos humanos de la extensa galería de personajes complementarios, de los sufrimientos del amor, de la consolidación de un sistema ético adulto lleno de coherencia y honesto, que le exigirá nuevas renuncias, está tratado con sutileza, usando refranes griegos llenos de lirismo o versos de Kavafis y Seferis, junto a los postulados aristotélicos y platónicos.

          Me ha hecho gracia el uso de erotismo cómplice que hacen dos personajes del adverbio “concretamente”. El desenlace es agridulce, que es la única salida que el relato admite.

En síntesis, otro autor del que voy a leer más libros con toda seguridad. Yo cumplo con recomendarlo.

Alberto Granados

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Vidas provisionales (Gabriela Adameșteanu)

Quienes nos educamos durante el franquismo, no tuvimos muchas oportunidades de conocer la realidad histórica de los totalitarismos comunistas, en parte por la interesada opacidad de estos, en parte porque el régimen franquista no tenía ningún interés en mostrar otros modelos sociopolíticos. Yo estoy aprendiendo ahora, en los últimos años, lo que algunos libros me han permitido entrever de los llamados paraísos comunistas, entre ellos, Rumanía, hoy día miembro de la Unión Europea, pero tan desconocido como si se tratara de una isla de los mares del sur, pese a la enorme cantidad de migrantes rumanos que vemos cada día.

He terminado en las primeras horas de 2023 una novela que muestra una buena parte de la historia rumana del s. XX, de su convulsa experiencia. Se trata de Vidas provisionales (Gabriela Adameșteanu, Editorial El Acantilado, mayo de 2022, 477 páginas) y en esta novela se despliega un friso histórico que recorre desde el rey Karol II, hasta la última parte de la época del Camarada (Nicolae Ceaușescu). En medio, Rumanía vivió el destronamiento del rey, un titubeante gobierno de Gigurtu, que cambió de coquetear con la URSS a ofrecerse a Alemania, más que nada por el antisemitismo que reinaba en la sociedad rumana, después el gobierno netamente fascista de Antonescu, que abrió las puertas del país a la Wermacht, para acabar, tras la derrota de Hitler y la ocupación soviética de parte del territorio, orbitando en torno a la URSS y dentro del Pacto de Varsovia.

La arquitectura comunista del Parlamento rumano (Imagen de que-ver-en-Bucarest)

La novela presenta como telón de fondo este marco histórico, especialmente, los últimos años del régimen de Ceaușescu. Los años juveniles de los dos personajes centrales transcurren en ese momento en el que tan pronto los fascistas estaban en la cumbre, como eran fusilados. Con Ceaușescu, Rumanía es un estado policial en el que la Securitate (la policía política) maneja los dosieres de las actitudes y actividades políticas de muchos ciudadanos, algo que permite controlar la disidencia y reprimirla, de tal modo que el ciudadano vive con la cautela del presente y el temor del pasado. Cualquier tachón en los dosieres de padres, abuelos, suegros o cuñados puede significar la tortura o la muerte, y casi siempre el destierro y la pérdida del empleo y de los beneficios con que se distingue a los esforzados rumanos fieles al Camarada. Ni siquiera los gestores directos de la acción política se atreven a tomar decisiones por si un error o una controversia con la nomenclatura del PCR traen consigo las represalias.

En este contexto, sugerido en cientos de pequeños detalles que la autora va dejando caer, la rigidez del Estado se transmite a las relaciones personales, pues nadie se atreve a opinar libremente, ni siquiera en una relación afectivo-sexual, como es la que mantienen en secreto los dos protagonistas, Letitia y Sorin. Ella, casada, vive con angustia su adulterio y la posibilidad de un embarazo. Él, que ha recibido una educación esmeradísima, intenta no exteriorizar lo que piensa, ni en el trabajo, ni con los amigos, ni siquiera cuando está a solas con ella. Ambos intentan comunicarse, pero la cautela paraliza siempre el exponer al otro sus inquietudes, su manera de ver el mundo, sus deseos ocultos de pasar al otro lado del Telón de Acero.

El régimen de Ceaușescu es, además especialmente puritano con el aborto y con el adulterio e incluso con el divorcio, por lo que ambos creen sentirse siempre vigilados y siempre acallan las confidencias, limitando la relación a una gozosa sexualidad que además tienen que silenciar por los vecinos del apartamento en que se encuentran, en las afueras de Bucarest. 

La ocultación es especialmente difícil para Letitia, que debe esquivar el fisgoneo de su marido y de sus compañeros de trabajo, lo que la obliga siempre a mantenerse distante y rehuir la simple mirada a su amante y jefe, con el que trabaja en la redacción de un documento oficial de gran trascendencia para el régimen del Camarada.

Transporte colectivo en Bucarest años 70

Tras la exultación de los cuerpos, llegan las dudas, la desconfianza, las preguntas sin respuesta y la joven se plantea si no debería divorciarse de sus dos hombres. En síntesis, la aniquilación de sentimientos, emociones y deseos individuales en pro de lo colectivo, es decir un universo asfixiante, especialmente para ella, que está peor situada en el tablero de un juego peligroso.

Autora, protagonista y traductora (Marian Ochoa de Eribe) son mujeres y esa sensibilidad femenina está presente en el libro, que ofrece una enorme riqueza de matices. Tengo la impresión de que cuando una mujer pretende hacer una literatura femenina, suponiendo que exista tal cosa, suele naufragar y reproducir un esquema claramente masculino, pero con las costuras deshechas. En este caso, Gabriela Adameșteanu imprime a su relato una visión esclarecedora del mundo femenino, que se respira en la mayor parte de los párrafos. En este meritorio oficio, la secunda la traductora, que ha ofrecido el tono exacto, en mi opinión, de la triste biografía de Letitia Branea. El lector no suele reparar en la tarea del traductor, pero en este caso está muy clara la excelencia de la traducción. Buscaré más libros de la autora, que me ha deslumbrado y ya he visto los libros traducidos por la traductora, que intentaré leer. Creo que sus trabajos bien hechos lo merecen.

Alberto Granados 

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Mis lecturas de 2022

Los seguidores de este blog no van a encontrar en esta entrada una lista de títulos y autores, sino unas reflexiones sobre el proceso lector, tal como yo lo percibo. Soy un lector consciente desde que dejé de leer cuentos y tebeos, hacia los 12 o 13 años, y empecé a leer libros de adulto. Tengo un elevado número de libros y muchos más en mi Kindle, especialmente desde que mi visión se fue agotando en los últimos años. Tengo muchos libros que he vuelto a comprar en formato electrónico para ponerles un tamaño de letra conveniente y no es raro que lea en mi lector electrónico junto al libro comprado hace décadas, pues el libro tradicional en papel parece que me acompaña más que la frialdad del dispositivo electrónico, pero este me facilita la visión.

He terminado el año con 50 libros leídos, casi uno por semana, casi 51, pues el cambio de ritmo de las fiestas y los encuentros me han impedido terminar un libro fundamental para conocer mejor la realidad de los paraísos comunistas: Vidas provisionales (Gabriela Adameșteanu, Editorial El Acantilado, mayo de 2022) del que Antonio Muñoz Molina hizo una entusiasta reseña en Babelia hace unos meses.  Un total de casi 19.000 páginas y varios hallazgos junto a bastantes decepciones.

En general, ha sido solo un discreto año lector, pero a medida que avanzo en la línea del tiempo, me da la sensación de que ya he leído todos los libros, como afirmaba Mallarmé. Cada vez me resulta más difícil encontrar el entusiasmo que me produjeron algunos libros hace 30, 40 o 50 años. Por más que lea algo de Onetti, no encuentro el sabor a excelencia que le encontré a Los adioses, cuando lo leí en 1981. Por esas fechas leí casi todo lo de Manuel Puig, que ahora se está reeditando, pero ya no encuentro el menor entusiasmo para acometer una relectura de Boquitas pintadas o de El beso de la mujer araña. Igual me pasa con Alice Munro, John Banville, Houellebecq, Thomas Mann, Auster, Murakami… Últimamente, las únicas relecturas que me parecen tentadoras son la Comedias bárbaras y las Sonatas de Valle-Inclán, que siempre me resultan llenas de matices nuevos. En poesía, lo más original que encuentro es Quevedo, que me parece cada vez mejor. Lorca se me está atragantando por cursi. Salinas, al que leí mucho hace décadas, me harta ahora. Solo leo con placer a algunos poetas locales (Antonio Enrique, Fernando de Villena, Enrique Morón, Rafael Guillén, Antonio Carvajal…). Y falta de esta mínima enumeración Luis García Montero porque no me hace gracia, no por olvido. Y releo continuamente a Machado, a Góngora, a Miguel Hernández, Cervantes, y Muñoz Molina, en cuyo periodismo llevo trabajando, a ritmos muy desiguales, los últimos cinco años.

Supongo que el factor sorpresa ha quedado diluido tras tantos años leyendo a destajo. Ahora busco referencias en blogs literarios y se está asentando un temor: el de la decepción. El de gastarme unos euros en un libro que no me ofrezca lo que yo necesito, que tampoco sé lo que es. ¿Soy raro o a otros lectores septuagenarios les pasa igual que a mí?

Me he llevado chascos descomunales con libros que no han respondido a mis expectativas o me han decepcionado abiertamente (Chimamanda Ngozi Adichie, Sara Mesa, Edurne Portela…).

Mi lectura ha cambiado enotro aspecto: antes intentaba informarme concienzudamente del libro que iba a leer. Ahora no quiero saber absolutamente nada: ni la breve nota de la solapa. El cambio viene del prólogo que alguien escribió para Os Maias (Eça de Queiroz, 1888). El prologuista desveló ya antes de empezar el libro un aspecto fundamental de la novela, un hecho que el lector debe conocer sólo en la última parte de su lectura y que cambia por completo el sentido de la misma. Desde entonces, abro el libro con la curiosidad del novato, sintiéndome virgen de influencias prefabricadas y de prejuicios. Por otra parte, cada vez estoy más convencido de la importancia de la curiosidad ante la sorpresa que conlleva cualquier lectura, y pienso en los libros para adultos que se les obliga a leer a nuestros adolescentes en los institutos y creo que a menudo les castran la capacidad lectora y me enfado al considerar que esos acercamientos infantilizados a los clásicos en versiones acortadas e infantiles malogran la capacidad de descubrimiento que pueda tener una obra como el Quijote. ¿Qué estímulo puede ofrecer el libro a un adulto joven si desde su niñez se le han ofrecido las anécdotas en cómic o series de dibujos animados?

Suelo alternar lecturas graves con ligeras, así que, tras un libro comprometido o muy extenso, busco la ligereza de una novela negra o una relectura de los años 80 o 90. Tras leer Vida y destino (Vassili Grossman), con sus casi 1.200 páginas, releí El llano en llamas (Juan Rulfo) y tras Por un túnel de silencio (Ismail Kadaré), una novela negra de Camilleri.

La novela negra no me desagrada, pero creo que se ha extendido demasiado, en detrimento de otros subgéneros. En cualquier caso, soy lector omnívoro y me trago todo lo que cae en mis manos, con algunas salvedades. De Kadaré me gustó mucho su Crónicas de la ciudad de piedra, pues me resultó curioso encontrar realismo mágico en un autor albanés.

Entre las relecturas de este año ha estado La noche de los tiempos, de A, Muñoz Molina, que he disfrutado mucho más que la primera vez, pues no he sentido la inmediata necesidad de centrarme en el argumento, que ya conocía, sino en aspectos formales que me han parecido excepcionalmente sutiles, o en el personaje de Judith, que por sí mimo merecería entrar en el olimpo de los grandes personajes literarios femeninos.

Otras lecturas que me han parecido muy gratas han sido la novela de Javier Moro El Imperio eres tú (Premio Planeta, 2011), novela histórica sobre la saga de los Bragança, que hicieron de Brasil un imperio con unas situaciones históricas muy peculiares. También una novela de José Luis Muñoz, El mal absoluto (2008), que enfrenta a un verdugo nazi y a una de sus víctimas. Juan Gabriel Vásquez, al que no conocía, me ha ofrecido en El ruido de las cosas al caer (2012), una visión más real, menos mágica, de la Colombia actual y el mundo del narcotráfico. Nada que ver con García Márquez.

Una verdadera curiosidad: el levantino José Payá Beltrán me envió un ejemplar dedicado de su curiosa novela Los hilos invisibles/séver lA, novela bien sólida sobre un asesinato de postguerra que extiende su venganza a los tiempos actuales. Lo curioso de esta novela es que ofrece dos montajes diferentes, ambos lineales, ambos repetidos pero en orden opuesto. De ahí la segunda parte del título, que ofrece la misma trama, pero contada al revés y con absoluta coherencia. Estoy dejando pasar el tiempo para volver a leerla y ver cómo percibe el lector el segundo montaje.

En cuanto las relecturas, aparte de las mencionadas, este año han sido cosa de Galdós, Ibsen, Muñoz Molina (al ubetense lo releo constantemente), Némirovsky, Verne, Kundera… Para cuando esta entrada aparezca ante el público, habré terminado la lectura 51 del año, o más bien la primera de 2.023, la mencionada Vidas provisionales. Y para empezar este año, ya me esperan en un anaquel concreto un vistoso Villar Yebra, pintor que se ocupó de pintar Granada en preciosas plumillas con las que acompañaba sus fogosos textos sobre la belleza de la ciudad; otro Enrique, Vila-Matas y su Montevideo; Fuego de invierno, de Josefina Martos; No todos los versos tienen héroes, del reciente Director de la Academia de Buenas Letras de Granada, José Antonio López Nevot y la obra monumental de otro de sus académicos, Francisco Morales Lomas, Historia de la Literatura Española durante la democracia. 1975-2020. Después ya iré viendo qué leer, que hay un exceso de oferta.

Felices lecturas para 2023.

Alberto Granados

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Teocracias

Que en pleno siglo XXI, la época del metaverso y la inteligencia artificial, subsistan regímenes teocráticos es un puro contrasentido, pero haberlos, haylos, y además aplican sus recursos medievales con una saña desquiciada. La represión en nombre de los sagrados preceptos de Alá se enseñorea por la mayor parte del mundo islámico con la pretensión de que es normal lapidar a una mujer adúltera o torturar hasta la muerte a una chica joven que se ha hartado de llevar su belleza y su pelo ocultos, o bien ahorcar a un joven sencillamente porque lo han detenido en una manifestación contra el régimen, o incluso negar el derecho a la educación por la simple razón de ser mujer. No, no es y no puede considerarse normal ninguna de esas situaciones. Más bien son nauseabundas, criminales y extemporáneas. Al menos en el sistema de pensamiento occidental, que tras otras barbaries apostó por la democracia como mejor sistema político (descartados todos los demás, apostilló Duvivier). Nuestras democracias acostumbran a respetar derechos tales como la libertad de pensamiento y opinión, reconocen igualmente la libertad de expresión y va desapareciendo el miedo a manifestar todas las formas de identidad sexual.

Los estados teocráticos suelen justificar su barbarie recurriendo a asuras coránicas interpretadas con la más cruel saña. Una prueba más de que cada cultura inventa sus dioses y sus reglas morales en función de las obsesiones ocultas en sus enfermos cerebros. Son, así, normas profundamente humanas, que no divinas, y además de una irrespirable falta de humanidad con quien se atreva a saltarse tales dogmas y preceptos.

En las últimas semanas van demasiados muertos en Irán, precisamente en nombre de un dios supuestamente misericordioso. Qatar se ha permitido el lujo de imponer a los occidentales limitaciones en cuanto a la ingesta de alcohol y, por supuesto, a la diversidad sexual. Afganistán nos aterrorizó con las lapidaciones de mujeres…

Imagen de agencia tomada de El País

Sé que no todo el Islam es así, pero siempre me he planteado por qué el grupo más civilizado de la población musulmana no ha intentado influir positivamente en el sector medieval, tosco y bárbaro. Me refiero a las enseñanzas de algunos imanes sobre como pegar a las esposas sin que se note, a los atentados islamistas en medio Occidente, a los secuestros de púberes del estado islámico, a las decapitaciones filmadas de estos salvajes. Y me pregunto qué grado de complicidad tienen los musulmanes civilizados con los otros.

Pero occidente tiene sus pecadillos que purgar: en el siglo pasado se le permitió a Hitler la limpieza étnica más asesina de la historia, mientras los alemanes aseguraban no haberse dado cuenta del horror. En este caso era una religión, el nazismo, que fue llenando sus dogmas de odio y muerte. La jugada se repitió hace muy poco en lo que conocimos como Yugoslavia. En España, tuvimos un régimen despiadado que intentó —y consiguió— revestir su obstinación golpista de cruzada religiosa en defensa del catolicismo frente al marxismo bolchevique. Duró mucho el proceso, pero la realidad barrió los planteamientos totalitarios durante la Transición, con algunas excepciones, tales como el reciente golpe de estado del Constitucional.

La historia no tendría por qué repetirse, pero el aire enrarecido de la política parece que nos está devolviendo al salvajismo de la caverna. Las redes sociales y la actual clase política han creado un ambiente irrespirable que nos extraña a los que éramos jóvenes cuando murió Franco y se inició el proceso de democratización.

Los últimos y sonrojantes casos de teocracia los han protagonizado, cómo no, dos figuras públicas, la señora Ayuso, del PP y el inexplicable Vicepresidente de Castilla y León, don Juan García-Gallardo, de VOX. Este último ha lanzado un discurso navideño en el que afirma que “La imagen del niño Jesús en el pesebre desafía cada Navidad a quienes nos quieren desarraigados, consumiendo frenéticamente, vigilados por el Estado y dependientes de él. No hay mayor batalla cultural que la de adorar en Navidad a Jesús, que nació en un pesebre y murió en una cruz por todos nosotros mientras el sistema te ofrece un modelo de vida individualista en el que el éxito se mide exclusivamente por la acumulación material y de poder”. Y se queda tan fresco.

El otro caso recoge el intento evangelizador de la señora Ayuso, que últimamente no para de hacer referencias católicas, aunque seamos un estado aconfesional. La última ocurrencia de la presidenta de la comunidad madrileña ha sido gastarse un millón de euros en sus hospitales, pero no en médicos, tan necesarios y asfixiados, sino en capellanes. La señora Ayuso ha decidido que haya un capellán por cada 100 ingresados. Me pregunto si teniendo la sanidad como la tienen es que asume que los capellanes se van a hartar de darles la extremaunción a los que su sistema sanitario está desahuciando. Una nueva teócrata, aunque no adore al Dios oficial, sino al del neoliberalismo. Que Dios, caso de que exista, nos libre de iluminados y de obsesos. De los islamistas y de los nuevos cruzados nacionales. Amén.

Alberto Granados

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Jueces

Sobre el papel, la justicia es ciega y se supone que los jueces que la imparten reflejan esa ceguera en una palpable dosis de imparcialidad, ecuanimidad, ausencia de intereses personales de carácter ideológico, religioso o de cualquier otra índole. El instrumento de la Justicia es, en las representaciones alegóricas, la balanza, algo que requiere un equilibrio perfecto, es decir, que tiene un fiel que jamás debería desviarse hacia ninguna de las partes litigantes. Pero eso sucede solo sobre el papel, en la capacidad significativa que adquiere toda alegoría. La realidad es bien distinta desde siempre.  Quevedo hizo un retrato mucho más despiadado de la realidad judicial en su obra Los sueños, en que la parcialidad, la venalidad y la prevaricación aparecían como la práctica más extendida en la impartición de la Justicia, que de esta forma dejaba de serlo para convertirse en un juego de intereses y poderes que alejaban y desviaban ese ideal fiel de la balanza en favor de la parte más poderosa, más rica, más próxima al juez. Una conocidísima letrilla, también de Quevedo, resume la visión del poeta:

          Por importar en los tratos
y dar tan buenos consejos
en las casas de los viejos
gatos lo guardan de gatos;
y, pues él rompe recatos
y ablanda al juez más severo,
poderoso caballero
es don Dinero.

          Mucho más recientemente, el exalcalde de Jerez, Pedro Pacheco, se enfrentó a los tribunales por decir públicamente algo que todos hemos pensado alguna vez: que la Justicia es un cachondeo.

Tribunal de las Aguas de Valencia. Imagen de la UNESCO

          Resulta chocante que en la era de la información inmediata, haya jueces de instancias judiciales que aparezcan señalados como pertenecientes al sector conservador o al progresista, algo que contradice de raíz la imparcialidad. La judicatura no debería asumir adjetivos, pues asegurar que un juez es conservador o progresista es tanto como decir que no es un juez recto. De igual forma, me resulta sospechoso que las sentencias en los casos de corrupción política, parezcan ser muy duras si se trata de los casos que afectan al PSOE y muy benignas si se trata de la corrupción del PP (me sigo preguntando si machacar los discos duros de Génova va a quedar en simple anécdota). Y si hablamos del bloqueo por parte del PP de los más altos tribunales, me queda la sensación de que la Justicia es una pantomima llena de magistrados indignos y vendidos, con toda la gravedad del caso y todas las agravantes. ¿En manos de quién está la Justicia? ¿Qué seguridad jurídica ofrece este panorama? ¿Cómo no han tenido la honestidad de dimitir en bloque los que están en funciones desde hace cuatro años? ¿Tantos favores les deben a los partidos como para soportar la riada de descrédito y desprecio social que los envuelve?

          Recuerdo que en mi juventud existía en los pueblos pequeños la figura del juez de paz, alguien que normalmente carecía de formación jurídica y que era nombrado por ser una persona honesta y públicamente aceptada por sus vecinos. También recuerdo que en muchos pleitos se recurrí a otra figura, el hombre bueno, que actualmente sería un mediador entre las partes. Eran campesinos, estanqueros, amas de casa… y cumplían su función de una forma dignísima. Por contraste, los miembros de los tribunales Constitucional y Supremo, los vocales del CGPJ parecen ser la voz de sus amos, siempre atentos a intereses de partido, algo que los retrata con una inconsistencia moral que horroriza al ciudadano. No hacen justicia porque ellos mismos son injustos y su conducta convierte a la Justicia en un cachondeo, muy por debajo de la rectitud de quienes administraban justicia sabiamente en los juzgados de paz, en el Tribunal de las Aguas valenciano, en las mediaciones de aquellos hombres buenos, que no habían pisado jamás una Facultad de Derecho.

Alberto Granados

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Una razón brillante

En los últimos tiempos he visto bastantes películas francesas, que suelen gustarme, especialmente aquellas en las que se juega con los campos argumentales de la inmigración, la docencia, la marginación. La última, hace solo unos días (Le brio, —en español, Una razón brillante— Yvann Attal, 2017), nos presenta a Neila Salah (interpretada por la actriz Camelia Jordana, que ganó el Premio César a la mejor actriz revelación), una joven francesa de segunda generación de inmigrantes musulmanes, que con 18 años asiste a su primera clase en la prestigiosa Facultad de Derecho de la Sorbona. Llega unos minutos después de empezada la clase y el profesor Mazard (el gran Daniel Autuil), un verdadero impresentable, la humilla públicamente, recurriendo a argumentos que dejan ver su misoginia, su clasismo, su xenofobia y su pésima condición humana. La escena, apoyada por unos alumnos y protestada por otros, salta a las redes sociales y el Rector se ve obligado a llamar a capítulo al profesor. Para reivindicarlo públicamente, le sugiere que prepare a la chica para el concurso universitario de debate, que la Sorbona no ha ganado en los últimos años.

             Profesor y alumna empiezan a tratarse al margen de las clases lectivas y, pese al antagonismo inicial, poco a poco se produce entre ellos una extraña sensación, mezcla de rechazo y admiración recíproca, de descalificaciones y muestras de admiración, de malquerencia y afecto. Los continuos desplazamientos en taxi, metro o autobús nos muestran con evidente intención el contraste entre las nobles maderas de la Sorbona y las cités del extrarradio parisino, entre la clase alta y la media-baja de las economías más débiles, en el punto exacto donde está la realidad vital de la joven e inexperta Neila.

He visitado París con mucha frecuencia y he vivido en casa de mi hija, exactamente en una de esas cités, que lo tienen todo (colegios, institutos, farmacias, consultorio médico y supermercados) para impedir que la población africana se deje ver en el centro de la ciudad, en los barrios financieros y comerciales. He vivido de primera mano esa diferencia que el personaje de Neilah intenta superar. Una anticuaria nacida en Madrid nos contó que a su comercio no le perjudicaba la presencia de la inmigración y nos aseguró que no compartía el concepto acuñado en cierta prensa francesa que llamaba a estos barrios la porcherie africaine, esto es, la pocilga africana.

Neila Salah haciendo ejercicios de vocalización junto al Profesor Mazard

          Volviendo a la película, Mazard le enseña a la motivada joven las 38 estrategias para tener razón que había formulado Schopenhauer en su libro Dialéctica Erística o El arte de tener razón (1831) y Neilah llega a la final del concurso tras ir dejando atrás a muchos rivales de otras universidades. Obviamente, no voy a desvelar el final, pero sí a señalar que la muchacha termina por asumir uno de los postulados de Schopenhauer: No importa la verdad, aquello en lo que se crea, lo que importa es convencer al oponente.

          La película no habría pasado de una simple comedieta bien hecha, pero las malévolas estrategias para imponerse en un debate me han hecho pensar. El público es masa informe y fácilmente manipulable. Si lo importante de un discurso es convencer, al margen de que los postulados sean asumibles, necesitamos contrarrestar nuestra vulnerabilidad con una actitud defensivamente crítica. La protagonista se da cuenta de que se puede usar un argumento para defender una tesis y su contraria si se sabe hacer, si se usa debidamente la estrategia necesaria.

Y eso es lo que yo quiero destacar de la película, al margen de sus detalles argumentales, artísticos o técnicos. Pienso en las estupideces que nuestros políticos usan cada día, en las argumentaciones fraudulentas, en las falsas promesas, en la componente meramente emocional que se nos transmite diariamente para contar con nuestra complicidad ante el candidato de un partido, ante un producto hábilmente publicitado, ante un dogma dialécticamente bien defendido. Y ahora entiendo que Feijóo y Díaz Ayuso echen la culpa al PSOE del largo bloqueo a las cúpulas del poder judicial o que Sánchez alabe la gestión de Marlaska y no se les caiga la cara. ¿Han leído a Schopenhauer? Lo que no termino de entender es que haya gente que se lo crea. O que haya gente que no active sus defensas racionales y críticas ante la manipulación y la mentira.

Alberto Granados

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MUÑOZ MOLINA. “Ida y vuelta”: Una serie liquidada

El suplemento de humanidades de El País, Babelia, insertó el sábado 29 de octubre una nota en que nos hacía saber que, debido a una redistribución de las columnas periodísticas de los medios vinculados al periódico, Antonio Muñoz Molina abandona su colaboración semanal en el suplemento, para incorporarse a la sección de Opinión los sábados a partir del próximo día 5 de noviembre. Se liquida así su serie más larga, “Ida y vuelta”. Muñoz Molina, que tiene una sección fija en distintos lugares del periódico desde 1990, salvo algunos períodos, publicó su primer artículo de esta serie el 27 de octubre de 2007 y se ha prolongado hasta 2022, 15 años en cartel con un total de 730 textos.

Setecientos treinta artículos y 15 años no llegan a batir un record en el campo periodístico, pero suponen todo un corpus considerable. Son años que el autor pasa entre Madrid, Nueva York y, más recientemente, Lisboa. Es posible que el epígrafe “Ida y vuelta” tenga su origen en el mundo del flamenco. Los cantes de ida y vuelta, de los que se ha ocupado más de una vez, eran aquellos que, originados en España, cruzaban al continente americano donde adquirían una impronta diferente que dio origen a nuevos palos (la guajira, la colombiana o la vidala, por ejemplo). Tal vez, el autor sintió que su columnismo se enriquecía con esa doble vida y esa influencia de sus continuas idas y vueltas de un continente a otro. Es, al menos, mi hipótesis.

La serie contiene materiales muy diversos, de los que solo voy a enumerar sucintamente algunas categorías

Antonio Muñoz Molina en 2007 (Imagen sin amención de autoría de El País

ACTORES: Fernando Fernán Gómez, al que en otros artículos ha dedicado elogios y muestras de afecto.

CIUDADES: Cartagena de Indias, Praga, Memphis, Madrid , Varsovia, Lisboa, Turín

COMPOSITORES E INTÉRPRETES DE MÚSICA: Frederic Mompou Javier Perianes, Falla, Tete Montoliu, Daniel Baremboim… 

ESCRITORES: Marsé, Coetzeé, Alberti, Malcolm Lowry, Bellow, Philip Roth, García Márquez, Raymond Carver, Verne, Proust, Galdós, Idea Vilariño, Vidiadhar Surajprasad Naipaul…

EXPOSICIONES: El retrato moderno en España (1906-1936) en la Academia de Bellas Artes San Fernando; Colección Abelló en el Thysen; ‘Ed van der Elsken’. Sala Bárbara de Braganza de la Fundación Mapfre; Juan Muñoz: a retrospective está abierta en la Tate Modern de Londres;

FOTÓGRAFOS: Alfonso, Masats, Català-Roca, Centelles, Cristina García Rodero…

PINTORES: Leiro, Goya, Juan Gris, Sorolla, Nicolas Poussin, Ignacio Zuloaga, Rubens…

Habría que añadir su visión de personajes con los que ha coincidido, varias decenas de libros que ha leído y le han producido cierta inquietud, la situación política nacional y mundial, visión personal de algunos políticos, algunas películas y series,  etc. 

Se trata de un conjunto disperso y variado que siempre ofrece la magia de su prosa. Sin embargo, la serie en su conjunto me parece la más impersonal, la menos comprometida de toda su producción periodística. No encuentro en estos artículos la capacidad onírica del universo de Robinson, Apolodoro o el capitán Nemo, ni el lirismo de Escrito en un instante, uno de sus libros más desconocidos, pese a su incontestable calidad. Mucho menos, la crítica social de sus series Travesías, Las apariencias o La vida por delante, o La máquina del tiempo (en XLSemanal) ni el rabioso mordente que puso en las columnas de La huerta del Edén. Son Muñoz Molina, pero otro Muñoz Molina.

Antonio Muñoz Molina en 2022 . Imagen sin mención de autoría tomada de Ethic

De nuevo debo recurrir a una hipótesis para explicar el exceso de visión personalísima de la mayor parte de los artículos de esta serie: Ida y vuelta coincide con el regreso del columnista de su bienio al frente del Instituto Cervantes en Nueva York, responsabilidad que asumió por amistad con el entonces director del Instituto y posteriormente ministro de Cultura del gobierno de Rodríguez Zapatero, César Antonio Molina. La aceptación del nombramiento fue criticada por algunos sectores y, tras el cese o dimisión (se había comprometido para ejercer dos años) tal vez necesitara hacer un periodismo menos comprometido, menos cuestionable, lo que no significa en ningún caso de menor calidad. Y ahí están, siempre según mi interpretación, las causas de su apagamiento, de su menor virulencia crítica. De todas formas, hay tres campos de nuestra sociedad que hacen al autor reencontrarse con su arrojo acusatorio de siempre: el independentismo catalán y sus mentiras, el ascenso de la corriente conservadora neoliberal, especialmente centrado en Donald Trump, en Bolsonaro y en el Madrid de Díaz Ayuso, y la aparición de la pandemia de Covid-19. Estos tres campos temáticos nos devuelven al Muñoz Molina crítico, beligerante y comprometido al que no me interesa renunciar.

Con todo, algunos de sus artículos de esta serie son verdaderamente antológicos (Dueños del mundo —Babelia n. 1.452, 21/09/2019—) es un fulminante alegato en contra del sistema neoliberal; Defender la cordura, Babelia n. 1.350 (07/10/2017) y En Francoland (Babelia n. 1.351 -14/10/2017-) explican irónicamente los delirios independentistas de Cataluña; Presente de indicativoBabelia n. 1.480 -04/04/2020-), Querido Calleja (Babelia n. 1.483 -25/04/2020-) exponen su punto de vista sobre el confinamiento y la muerte provocados por la pandemia del coronavirus.

En unos años en que nuestro esquema vital se está resquebrajando, necesitamos la lucidez de sus artículos y su compromiso. No nos basta con que nos reseñe libros que quizás no vamos a leer o que nos cuente sus impresiones sobre exposiciones de pintura, escultura o fotografía que no están a nuestro alcance. En mi opinión, la serie Ida y vuelta está amortizada, incluso teniendo la calidad periodística inherente a su prosa. Terminada la serie, queda esperar lo que desde el sábado próximo nos traiga El País. Tengo mucha curiosidad sobre título, posición en el periódico, nombre de la nueva serie, extensión de cada título y, especialmente, el posicionamiento ideológico. Toca esperar.

Alberto Granados

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«El aprendizaje del héroe», de Fernando de Villena

Presentado como novela, no estoy tan seguro de que el último libro de Fernando de Villena (El aprendizaje del héroe, Barcelona, Editorial Carena, 2022) sea realmente una novela, pues podría perfectamente pasar por un libro de lo que la preceptiva literaria clásica llamaría Didáctica, o por un libro de viajes. Es cierto que existe una trama novelada, pero la carga doctrinal contenida en el libro devora literalmente el escaso argumento. También podría considerarse libro de viajes, ya que los protagonistas recorren una buena parte de España y, en el caso del migrante Tahír, también de Francia, con una estampa literaria de los monumentos de cada ciudad que van visitando.

          La trama parte del hecho de que Anselmo, un hombre mayor, jubilado, viudo, solitario y con cierto poder adquisitivo, asiste a la llegada de una patera, de la que huyen todos los africanos, menos uno, que muestra evidentes signos de cojera. Aun sabiendo que puede caer en responsabilidades penales, el jubilado acoge a Tahír. A partir de ahí, lo que él creía una ayuda puntual se convierte en una verdadera convivencia, más novelesca que posible, en que el anciano va cubriendo las necesidades más urgentes del joven: ropa, medicamentos, contrato de trabajo e incluso una operación quirúrgica. Evidentemente, uno encuentra un padre y el otro encuentra un hijo, o al menos pupilo, y una corriente de verdadero afecto surge entre ellos.

Tahír encuentra en Anselmo todo un flujo de conocimientos lingüísticos, históricos, éticos, estéticos… que recuerdan a los viejos libros de enxiemplos medievales y barrocos (El Conde Lucanor o El Criticón me han parecido fuentes directas del autor) y así, en un tiempo reducido, el personaje logra una cultura general muy asentada, domina un vocabulario difícil de creer, adquiere una madurez argumentativa sorprendente, tiene una visión de la realidad española mucho más vasta que cualquier universitario (sobre todo si consideramos a los niñatos del madrileño Colegio Mayor Ahúja) y se convierte en un ciudadano del mundo, abierto, con criterio, bastante capacitado para hacerle frente al mundo que él ha elegido para vivir, o al menos, sobrevivir. El muchacho terminará en Francia, con el propósito de convertirse en escritor, enviando sus borradores a los concursos literarios y publicando alguno en alguna revista.

Hasta aquí, nada que objetar, pero Villena, que ha sido docente toda su vida, no se resiste a endosar al lector una carga doctrinal que impide el desarrollo narrativo normal y le distrae. Sus críticas a la pérdida del sistema de valores, al sistema de enseñanza, al triunfo literario amañado, a las nuevas costumbres sociales… se repiten sin cesar y el libro transmite al lector una sensación de amargura, de desarraigo, de frustración y dolor que el lector no espera, incluso conociendo la producción literaria anterior del autor.

Porque el libro transmite mucho desengaño barroco, mucha pena, demasiadas referencias a la muerte, todo ello con el mensaje implícito que ya formuló Manrique en el tránsito del Medievo a la etapa renacentista: No todo tiempo pasado tiene que ser mejor que esta sociedad que no sabe gestionar sus libertades y que presenta miles de contradicciones, pero que es la nuestra, la que nos ofrece un sistema de vida lleno de comodidades, unas conquistas sociales impensables en otras épocas, unas posibilidades de gozar la libertad que nunca estuvieron a nuestro alcance, sino en brevísimos períodos históricos.  Ni todo triunfo literario tiene que asentarse en una actitud venal, ni este mundo es tan desagradable y tan carente de sentido ético como el libro presenta, ni las sucesivas leyes educativas son el origen exclusivo de la decadencia moral. Ni cualquier tiempo pasado fue mejor. Les Luthiers decían que solo era… anterior.

Fernando de Villena ha querido hacer un corpus doctrinal y lo ha llamado novela, pero la moralina es tan obvia que uno se olvida del hilo narrativo, independientemente de que se comparta o no el contenido de esa doctrina. Personalmente, encuentro puntos en que estoy de acuerdo y otros que me parecen en las antípodas de mi sistema de pensamiento y valores.

Villena es un prosista de una vez (también en reseñas de sus obras anteriores he elogiado la sonoridad de su prosa) y un gran conocedor de nuestros siglos de oro, pero debería enfocar su escritura hacia un panorama más actual y aligerar en sus novelas esa doctrina excesiva. Si acaso, dejarla para sus libros de artículos periodísticos o para un ensayo, pero nunca para una novela, que exige un ritmo distinto. Es evidente que el novelista está pasando por un problema personal muy difícil, según se desprende de esa aura pesimista que rodea el libro. Que haya sido capaz de sacar esta novela adelante en sus circunstancias, es de agradecer, por encima de los reparos que le he encontrado. Es muy posible que ya esté trabajando en otra, pues no sabe vivir sin la escritura. Espero su próxima novela y le sugiero más contención, más contacto con la realidad y una mayor paz de espíritu: por su ya corpulenta obra y, muy especialmente, por la frescura y el optimismo de estar vivos que he gozado en otras novelas suyas.

Alberto Granados

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Asma asmatón: Un desgarro musical

Algo que ignoran los seguidores de este blog es el hecho de que soy un consumidor compulsivo de cine y literatura relacionados con los nazis. Cada libro y cada película que veo sobre los totalitarismos del s. XX me provocan tal reacción de rabia, de impotencia ante tamaña injusticia, que obtengo un torrente de mala baba, de rechazo total y absoluto frente a los Stalin, Mussolini, Hitler, Franco y otros de menor calado. Es como un chute de racionalismo frente a la depravación moral de los camisas negras, los SS, los falangistas valerosos de gatillo fácil y demás indeseables, de esos que después se acercan a misa y comulgan como inocentes benefactores de la moral pública y la rectitud ideológica. De esos que hemos conocido tan de cerca en España y que ahora se estén haciendo hueco en las instituciones, como si el juego democrático les hubiera interesado de verdad alguna vez.

          Al hilo de la idea anterior, hace unos meses encontré en YouTube una canción que al momento reconocí como trascedente, pese a estar cantada en griego, y sobre la que posteriormente me informé. Hoy la traigo a este blog, en el que existe una categoría dedicada a Música, que hace tiempo que no visito.

          Se trata de Asma asmatón, título que equivale al salomónico Cantar de los cantares, cuya historia quiero exponer para todos ustedes.

          Iakovos Kambanellis fue un conocido escritor greco-judío, encerrado en el campo de exterminio de Mauthausen, en Austria. Fue testigo directo de todas las formas de la crueldad, pero consiguió sobrevivir, aunque nunca olvidó el horror, al que dio forma poética en su ciclo Mauthausen, que primero fue apareciendo en los suplementos literarios del diario griego Elephteria, y tras el consiguiente éxito, publicados en la editorial Themelios. Mientras se preparaba la edición, el autor eligió cuatro capítulos, fundamentalmente narrativos, y los reconvirtió en poemas, destinados a aparecer en el libro. Fue una sugerencia del editor que esos poemas los musicara el conocidísimo Mikis Theodorakis. Y el popular compositor supo darle tal profundidad a los textos que su Balada de Mauthausen se convirtió pronto en un paradigma de música popular que trasciende su categoría para convertirse en algo mucho más serio.

          La Balada de Mauthausen tuvo un éxito inmediato y un recorrido glorioso con el paso del tiempo. Así, en 1988, la música de Theodorakis fue interpretada en un auditorio improvisado en el propio campo de Mauthausen por decisión del entonces canciller austriaco Franz Vranitzky. Las cuatro arias fueron interpretadas en griego (por Maria Farandouri), en hebreo (por Elinor Moav) y en alemán (por Gisela Mayel).  El mismo concierto se repitió en el campo al cumplirse 50 años de la liberación. Y la Orquesta Filarmónica de Israel hizo su versión, dirigida por Zubin Mehta en el Festival de Atenas. La Balada pronto apareció como grabación musical, con lo que su difusión se multiplicó exponencialmente, sobre todo en países donde los migrantes de origen helénico tienen amplia representación.

Iakovos Kambanellis conoció a una pareja de prisioneros que esperaban el momento para verse a través de las alambradas que separaban a hombres y mujeres. Veía las miradas expectantes, la alegría del reencuentro, la pena de saberse tan frágiles que en cualquier momento podría ser ejecutado alguno de los dos. Y llegó el momento en que aquel prisionero de la sinrazón sintió el amargo peso de la ausencia definitiva.

Kambanellis les dedicó su Asma asmaton, una paráfrasis de un pasaje del Cantar de los Cantares, adaptada a la dramática situación. Theodorakis, siempre comprometido, supo darle la profundidad que el nuevo texto requería y consiguió una canción bastante simple en su estructura musical, pero de una intensidad emocional deslumbrante. He encontrado varias traducciones, que he reelaborado para llegar a la que sigue:

¡Qué hermosa era mi amada

con su vestido de diario

y una peineta en el pelo!

Nadie supo que era tan hermosa.

Muchachas de Auswitz,

muchachas de Dachau,

¿habéis visto a mi amante?

La hemos visto en un viaje lejano,

No tenía ya su vestido

ni la peineta lucía en su pelo.

¡Qué hermosa era mi amada,

la mimada de su madre

y llena de los besos de su hermano!

Nadie supo que era tan hermosa.

Muchachas de Mauthausen,

muchachas de Belsen,

¿habéis visto mi amor?

La hemos visto en la plaza congelada

con un número en su mano blanca,

y una estrella amarilla en el corazón.

¡Qué hermosa era mi amada,

la mimada de su madre

y llena de los besos de su hermano!

Nadie supo que era tan hermosa.

Unos simples versos llenos de sencillez, repetitivos, casi de canción infantil, una voz y la música de Mikis Theodorakis pueden crear un clímax obsesivo de dolor, soledad y desgarro provocados por la barbarie. Nunca deberíamos ser testigos de estas simples tragedias.

Alberto Granados

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Novatadas

En la propia filosofía profunda de las novatadas subyace una afirmación cuartelera que pretende ser una verdad axiomática: la veteranía es un grado. No me extraña que el origen de tal aserto sea una institución basada en la jerarquía piramidal, como es el estamento militar, tan escasamente democrático y tan opaco, tan necesitado de actualizar sus maneras y adaptarlas a una sociedad democrática, europea y plural. Es posible que las novatadas no sean un patrimonio cultural exclusivo de nuestro país: el cine, especialmente el americano, ha explotado este filón zafio que permite a los veteranos humillar, acosar, insultar, degradar a los novatos de las fraternidades universitarias, a los reclutas de remplazo, a los policías en prácticas, etc.

          Yo creo que la veteranía, la experiencia, solo es una ventaja en el caso de que el paso del tiempo haya permitido madurar al veterano, adquirir una técnica incuestionable en lo suyo, haber sacado un provecho indiscutible de lo aprendido durante un tiempo. En cambio, la veteranía del universitario que no aprueba ni las marías, del soldado que se sigue equivocando en la instrucción, del policía que no tiene la intuición para continuar una investigación estancada, más que una ventaja es una prueba evidente de su incapacidad, una prueba que yo tendería a mantener lo más oculta posible.

          La reflexión previa viene a cuento de una noticia de estas últimas horas: los internos de un colegio mayor masculino madrileño han proferido gritos insultantes a las chicas de la residencia femenina próxima. Han sido insultos gruesos, de contenido sexual y especialmente soeces.

No se trata en este caso del mecánico cuyo taller exhibe una colección de fotos recortadas de una revista pornográfica, ni del albañil que desde un andamio lanza ofertas sexuales prometedoras a las mujeres que pasan por la calle. Son universitarios, destinados a formar los cuadros del futuro en campos vitales: enseñanza, investigación, medicina, arquitectura, artes, obras públicas, derecho… Son jóvenes, alocados, gozan de una libertad que mi generación jamás hubiera soñado, pero no han aprendido a gestionar esa libertad, a ponerse unos límites que simplemente eviten su propia degradación moral. Ellas, tampoco: las chicas, igualmente destinadas a formar parte de esos cuadros esenciales del futuro, han restado importancia y no se sienten ofendidas ni humilladas. Ni siquiera, molestas: lo ven una situación normal. Posiblemente, en algún caso, hasta halagadora. Consideran algo inocuo, inocente que las llamen putas, que les anuncien un uso sexual descarnado, que las identifiquen como conejas…

(Imagen tomada de Vozpopuli)

Nunca me gustaron las inocentadas porque percibo en todas ellas un sustrato fascistoide. Participé como víctima en una novatada bastante inocente en un internado (nos cortaron el agua caliente de las duchas, aunque ya lo barruntábamos y nos enjabonamos lo menos posible para salir en cuanto el agua se enfriara), y en el cuartel donde hice la mili (nos formó un veterano, con permiso evidente del oficial de guardia a las tres de la mañana), pero con 21 años eso era cosa sabida y lo importante era que la novatada llegara cuanto antes para quedarnos tranquilos de una vez. Pero he leído en prensa otras novatadas menos inocentes: en la Facultad de Medicina de la UGR, una chica recién llegada de Jaén, se tiró por una ventana, presa del pánico, y sufrió varias fracturas que le hicieron perder el curso. Así de divertido.

Algunas universidades han prohibido las novatadas, pese a lo cual se siguen dando. Algunas tan chisposas como pintarrajearles las batas recién compradas por los padres a los alumnos de Medicina. No puede negarse que esta manifestación lúdica debe de resultar muy divertid para los padres que han pagado la bata, posiblemente con un considerable esfuerzo económico, para que quede inservible ya en los primeros días de curso.

Y en plena ola de afirmación feminista, cuando algunos gobiernos se esfuerzan por erradicar conductas sexistas y proteger la integridad y la dignidad de las mujeres, estalla este escándalo al que se le quiere soslayar la profunda carga machista.

Viendo el vídeo en los telediarios de anoche, me dejó K.O. un hecho: la unanimidad. Un tipo sale a su ventana, insulta a las chicas de enfrente y, súbitamente, se abren las demás ventanas y aparecen tres siluetas en cada una, como si de una coreografía ensayada y siniestra se tratara. ¿No hubo nadie discrepante? ¿Tiene tal capacidad de convocatoria una propuesta tan denigrante?, ¿Es posible tal grado de borreguismo?

Cada vez estoy más convencido de que aquella Educación para la Ciudadanía que laminó el ministro Wert en nombre del PP es necesaria, más que nunca, en una sociedad que pese a la brecha económica vive en cierta opulencia, en un desarrollo tecnológico futurista, pero se permite una futura clase dominante a la altura moral del primate.

Alberto Granados

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Acerca de “Buena suerte, Leo Grande”

Esta semana he tenido ocasión de ver la película “Buena suerte, Leo Grande”, dirigida por Sophie Hyde y estrenada este mismo año, filme que parece haber seducido a los medios por el desnudo integral de Emma Thompson a sus 63 años, contemplando ante un espejo los estragos del propio cuerpo después de cuatro sesiones de alquilar los servicios de un trabajador sexual educado, servicial, sensible, casi como salido de una prestigiosa universidad inglesa y más próximo a las tareas propias de los estudios diplomáticos que al ejercicio de la prostitución masculina.

De todo lo que he leído sobre la película parece que lo único que asombra a espectadores y críticos es que esa gran actriz que es la Thompson exhiba su desnudez casi como una bandera de la liberación de las cadenas estéticas que el sistema impone a las actrices. Se ha hablado del pudor con que Emma Thompson ha cuidado a lo largo de su larga carrera el mostrar su cuerpo, casi un tabú que logra superar con 63 años, cuando su indudable belleza se ha ido marchitando.

Cristina Fallarás o Elvira Lindo han comentado ese desnudo desde las páginas de El País enfocando aspectos comunes y diferentes del asunto. Para Cristina Fallarás, que tras analizar el papel del gigoló, se centra en el personaje femenino:

“A Emma Thompson la vemos arrancar con los mohínes propios de una profesora de instituto con terno anticuado y pacato. Después, aparecen las transparencias en la blusa, los camisones, los tirantes, la enagua, y la mujer va ganando lo que podría haber sido desde el principio, sencillamente una hembra madura con un cuerpo redondeado y bonito bajo la seda o la sábana. Finalmente, la vemos follar. No follar un poco debajo de la sábana, sino hacerlo en las más variadas posturas. En todos esos momentos, su cuerpo es gozoso y bello. Por supuesto no es una chavala ni Sharon Stone, pero la cámara le da la plenitud que merece, y resulta indudablemente sexi”. (Cristina Fallarás, “Tu aplauso a Emma Thompson es nuestro castigo!, El País, 15/09/2022)

          La columnista termina su artículo de la misma forma que lo empieza: denunciando que hay veces en que una alabanza se convierte en un insulto: la mujer que es eficiente pese a estar gorda o Emma Thompson, cuyo desnudo resulta hermoso a pesar de sus 63 años. Alabanza descalificatoria, o elogio insultante, según formuló hace muchos años Antonio Muñoz Molina.

          Elvira Lindo, por su parte, rechaza la épica liberadora que se le ha tratado de dar al desnudo de la actriz. Más bien lo considera una imposición de la industria cinematográfica en el caso del pudor previo de la Thompson:

“¡Valiente, valiente, valiente!, la han jaleado. Yo me pregunto para qué sirve esa valentía, y por qué es liberador traspasar la barrera del legítimo pudor para presentarse ante los demás en un acto de sacrificio. No es el cuerpo de Thompson lo que inquieta, sino su rostro, el rostro de una mujer que se avergüenza de su figura envejecida y trata de obtener algún tipo de reconocimiento por atreverse a reconocer su aprensión. Me gustaría tomarla de la mano, a ella y a otras, a esas jovencitas que se angustian por la irrelevante piel de naranja, a mí misma, y llevarla, llevarnos, hasta ese vestuario femenino de una piscina municipal donde una cuadrilla de mujeres, valerosas, cachondas, alegres, desinhibidas sin saberlo, ajenas a los aplausos por una heroicidad que no contemplan, para que nos enseñaran la mejor lección de vida: que tal vez la suerte sea llegar a cierta edad estando sana y la victoria superar los años de la aprensión. Es posible que nos enseñaran a comentar los hitos y fracasos de la vida sexual con ironía, sin que el asunto alcance siempre elementos de victimismo y melodrama”. (Elvira Lindo, “Cuando un desnudo es un calvario”, El País, 18/09/2022)

          Aunque en ambas columnas las autoras mencionan la prostitución masculina, lo hacen tan de pasada que la referencia pasa casi desapercibida, ya que ponen el énfasis en el desnudo, que parecería ser el motivo central de la película, cuando es una especie de corolario que añade muy poco al resto: una viuda de más de sesenta años, que ha tenido una frustrante vida sexual con su marido, se decide a experimentar las posibilidades de su cuerpo y del placer, para lo que contrata una habitación de hotel y los servicios de un puto. El chico, siempre correcto, dialoga con ella para disipar los reparos de Nancy (nombre que ha dado en la agencia de contactos). Hay debate sobre la dignidad de ese tipo de trabajo, sobre la moralidad de ambas conductas (ella ha sido profesora de ética en un instituto y ha llamado zorras a sus alumnas por lo exiguo de su vestuario). También le habla del páramo sexual de sus 31 años de matrimonio. Poco a poco van rompiendo el hielo, con tímidas caricias, con un acercamiento progresivo, hasta con una sesión de reproches que parecen volver la situación irreversible. Y después le llegan los orgasmos primeros de su vida.

La mirada de Emma Thompson. Eso sí que es un desnudo

         

El rostro y los ojos de Emma Thompson son mimados con muchos primeros planos llenos de expresividad, que complementan lo que los dos personajes dicen. Esos gestos, esos ojos, sí que son capaces de desnudar el alma de una mujer que descubre el placer, aunque parece que nadie lo ha descubierto.

Respecto al chico, el guion parece encumbrarlo hasta la categoría de un terapeuta capaz de liberar a una mujer llena de carencias. Todo falso: Nancy ha dejado atrás sus traumas en el momento en que da el paso de contratar sus servicios. Lo demás, orgasmos incluidos, le sobreviene según ella ha programado (le hace una lista de todo lo que quiere que él le haga). Por otra parte, la glorificación del puto me parece desmesurada y falsa. Desmesurada porque se llega a decir que su trabajo debería formar parte de los programas de la sanidad pública. Falsa por presentar un angelical gigoló, ajeno por completo a los modales de los macarras y chaperos de ese ambiente.

Y una contradicción: cuando nos felicitamos por ese proyecto de abolir la prostitución, de castigar al cliente putero, de hacer lo posible por dignificar a las víctimas de la trata, aparece Leo Grande que, siendo el correlato masculino de las prostitutas, parece convertirse en algo indispensable para la realización de mujeres solitarias e insatisfechas. ¡No me cuadra, pero tal vez el raro sea yo!

En definitiva: una película ambigua, dirigida por una mujer, que ha intentado cuadrar el círculo al retratar un personaje dedicado a un trabajo despreciable, pero, según el guion, indispensable para la realización de una mujer frustrada. ¡Menuda aportación a la causa feminista! Por otra parte, que del debate ideológico que tendría que derivarse de la película solo parezca importar el desnudo final de la Thompson da una idea de el jardín en que se han metido la directora y la siempre impecable protagonista. ¡Qué mala suerte, Emma Thompson!

Alberto Granados