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La mujer que leía a Machado


Al  gran poeta Rafael Guillén

 

 

 

 

   

    Mariana levanta la vista de su labor y mira un momento a través de la ventana. Los cristales, medio empañados, le permiten vislumbrar la silueta de la sierra. Divisa un paisaje gélido, lleno de escarcha, mientras un súbito tiritón le recorre la espalda. Se ajusta el mantón de lana y remueve el brasero. Tiene las manos ateridas. Para cambiar de postura, se dirige a la cocina. Añade un trozo de carbón a la hornilla y espabila la lumbre soplando hasta el mareo. Cuando brotan unas diminutas llamas les da aire con un soplillo de esparto. Finalmente mueve el puchero que hierve mansamente con un borboteo que le resulta casi musical.

     Vuelve a su trabajo, que empezó muy de mañana,  tan pronto como Marianilla se fue a la cercana escuela. Ella se levantó bien temprano para preparar el almuerzo que Paco se ha llevado a la huerta. Cuando todo estaba recogido, despertó a la niña. La casa es pequeña y ella muy dispuesta: tenerlo todo ordenado, obsesivamente pulcro, le lleva poco tiempo. Por eso hace labores para algunas tiendas de confección o para familias conocidas: arregla vueltos, repasa costuras e hilvanes, forra botones, achica o agranda trajes o vestidos… Su habilidad con la aguja le da muy buenos dineros cada mes, aunque también le proporciona algunos sinsabores, pues a Paco le parece humillante que su mujer trabaje para la calle, como si él no fuera capaz de sacar adelante la casa con su esfuerzo. Más de una vez lo han discutido:

    -Yo es que no sabría estar mano sobre mano. Además, lo que yo gano es para nuestra hija… La maestra dice que es más lista que el hambre. ¡Mira que si pudiera estudiar una carrera…! No, Paco, no me mires así. Ahora las mujeres hacen cosas que no habíamos hecho nunca. Algunas están estudiando, ocupando trabajos fuera de la casa… Las cosas ya no son como en mis tiempos, que sólo aprendíamos las cuatro reglas. ¿Te imaginas a nuestra hija de médica o de abogada? ¿No te hace ilusión que llegue lejos? Además, si no quiere estudiar… que por lo menos pueda comprarse una casa sin tener que pasar las fatigas que hemos pasado nosotros…

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   Imagen tomada de lacoruñademistiempos.blogspot.com

        Se remueve incómoda al recordar las muchas discusiones similares que han surgido en los últimos años. Cuando estaban recién casados, Paco se iba con algún pretexto si la conversación tomaba semejante cariz. Desaparecía  sólo para eludir una respuesta a los sueños de su mujer, para no comprometerse. Por entonces pensaba que eran felices. Después, cuando llegó don Miguel a la casa de al lado, todo cambió. Mariana lo recuerda perfectamente con un semblante lleno de preocupación, con esa sensación de opresión en el pecho que la persigue desde que las cosas se torcieron entre ellos dos.

REALEJO Mercadillo callejero en Plaza del Realejo

    Mercado callejero en la Plaza del Realejo

    Eso fue hace cuatro años, concretamente una mañana de finales de agosto, cuando el curso estaba a punto de empezar. Marianilla sólo tenía siete años y la llevaba consigo a todas partes. Salían a hacer la compra cuando encontraron al maestro sentado sobre una de las dos gruesas maletas que ocupaban medio rellano. Se le veía sudoroso y cansado. Al percibir el sobresalto que les había causado, se levantó, se puso la chaqueta y se acercó  a saludar.

     -Señora, perdone si la he asustado. Soy el nuevo maestro de las escuelas nacionales –a Mariana le sorprendió el castellano tan fino y lleno de eses-. Voy a vivir aquí. Es que el casero se ha retrasado y aún no me ha entregado la llave.

Mariana, muy azorada, estrechó la mano que aquel hombre le tendía. Se vio ridícula, plenamente consciente de que el rubor la había dejado en evidencia. Tras unas torpes palabras, cogió de la mano a la pequeña y bajó las escaleras. Esa noche le comentó a Paco la anécdota.

-¡Mira que le habré parecido tonta…! Eso de que un hombre con estudios me salude… una no está acostumbrada… vamos, que creo que se me ha notado mucho que no sé comportarme delante de un extraño….

Unos días después fue Paco quien se lo encontró en la escalera. De nuevo don Miguel se presentó. Paco se ofreció para lo que hiciera falta. Sacó su petaca y ambos hombres liaron un cigarro. A Paco le pareció muy poquita cosa, un hombre de libros, de manos finas, incapaz de aguantar una jornada cavando en la huerta o vareando la aceituna del olivar.

Una noche, con el curso escolar ya en marcha, don Miguel tocó a la puerta. Venía a comentarles su intención de dar clases gratuitas a aquellos adultos del barrio que lo desearan. Serían por la tarde, cuando ya hubieran vuelto del trabajo. Se trataba de leer, escribir, las cuentas y problemas de las situaciones cotidianas, comentar el estado del mundo, el de la sociedad española, leer artículos de periódicos… Mencionó varias veces una llamada Institución Libre de Enseñanza, habló de bibliotecas que hacen préstamos gratuitos, de comentar libros, de oír música en un gramófono, del papel de la mujer, del voto femenino, de la cultura del pueblo…

Paco oyó todo aquello con agria desconfianza, pero Mariana quedó deslumbrada por la honestidad que aquel joven destilaba. Era muy distinto a los demás hombres de su entorno. Esa delicadeza, esa resolución, eran muy distintas a lo que siempre había encontrado en otras personas con estudios o pertenecientes a la clase alta de la ciudad. No se trataba de esa humillante condescendencia de los ricos, sino de un respeto por la gente sencilla, de una aceptación de sus condiciones de vida.

Lo habló con Paco: ella quería asistir a esas clases, aprender cosas, saber más. Siempre se había callado ante la gente conocida porque no sabía si su opinión podía tener la más mínima relevancia o el menor fundamento. Si conseguía algo de seguridad, eso que se encontraba. Además, bastaba con atravesar el descansillo… Paco aceptó quedarse con la niña para que ella pudiera asistir.

Las clases se iniciaron poco después. Mariana se encontró con que sus ideas no parecían descabelladas, ni su ignorancia parecía un problema para don Miguel: la incultura era, simplemente, una consecuencia más de la injusticia –les decía con frecuencia-. La gente sencilla no era culpable, sino víctima de una sociedad basada en las diferencias y precisamente la cultura era la herramienta ideal para conseguir, aunque sólo fuera en un mínimo grado, la igualdad. Él mismo era hijo de un albañil madrileño, pero había sabido superarse. Por eso estaba obligado a ayudar a otras personas a hacer lo propio.

En pocos meses, Mariana pasó de considerarse una mujer torpe a ser la alumna más aguda, la más sagaz y aceptada al manifestar sus opiniones. Su timidez inicial fue cambiando a una cierta seguridad que veía crecer con gran satisfacción. Le gustaba que don Miguel les leyera fragmentos de obras literarias y les contara el argumento, junto a una síntesis con el significado general.

“Fortunata y Jacinta” –les explicaba- muestra la diferencia entre el amor convencional y el verdadero amor, lleno de pasión, que no acepta sutilezas tales como la diferencia de clases o el matrimonio. Los cuentos de doña Emilia Pardo Bazán son necesarios para cualquier mujer que desee dignificar su papel en la sociedad. La poesía de Juan Ramón Jiménez es un hermoso castillo de fuegos artificiales que explota en mil artilugios de belleza sublime para después desvanecerse sin dejar nada. Valle-Inclán y sus “Sonatas” suponen un maravilloso canto de cisne de una clase que se extinguía: el aristócrata arruinado. Un joven poeta local, llamado Federico García Lorca, al que había conocido, tiene un futuro deslumbrante en poesía y en teatro…

En cualquier caso, quien emocionó verdaderamente a Mariana fue un poeta que era amigo de don Miguel. Se llamaba Antonio Machado y había estado a punto de perder la razón cuando murió su esposa, apenas una adolescente. El día que les leyó un brevísimo poema, Mariana no pudo contener las lágrimas:

-Fíjense en lo que don Antonio le reprocha a Dios:

Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.

Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.

Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.

Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.

Un hombre que lleva toda la vida dudando de la existencia de Dios, lo menciona cuatro veces en cuatro versos. Cuando lo escribió –les decía-, estaba tan dolorido que asumió su gigantesca incoherencia, su enorme contradicción. Y lo hizo por amor, sólo por amor… ¿No les parece grandioso?

Y Mariana sintió una intensa conmoción en su interior: el amor era algo capaz de promover estados de ánimo así. Esa idea le hacía pensar después, durante sus solitarias horas de costura ante la ventana, en algo que llevaba mucho tiempo enquistado en su conciencia, algo que recordaba con inquietud: cuando tenía quince años se había enamorado de un chico algo mayor que ella que vivía enfrente de la casa de sus padres. Él la miraba como una cría, pero eso no impidió que apareciera en Mariana una firme resolución a perderse con aquel muchacho. Era como una fiebre incontrolable, como una angustia que la volvía loca. Si no llegó a dar el paso, fue porque unos meses después la familia del chico se mudó y no volvió a verlo. Su locura se fue apaciguando, su fuego se extinguió poco a poco y finalmente, cuando ya era una mujer,  comprendió que un amor tan tormentoso era un peligroso estorbo, una dolorosa y vergonzante enfermedad contra la que había que vacunarse. La pasión no era buena. Las cosas del amor deberían ser más sosegadas, menos alocadas, menos dolorosas.

Fue cuando aceptó casarse con Paco, un buen hombre sin duda, por el que sentía un gran afecto. Siempre había considerado que su matrimonio había sido una decisión acertada, pues él era trabajador y considerado, no era vicioso y le había dado una hija que ya se iba haciendo una mujercita. Estaba bien con él. Habían creado una familia, un hogar que funcionaba bien, sin estridencias ni locuras. Pero esa pasión que descubría en los poemas que Machado había dedicado a Leonor…, eso no existía en su vida. ¿Se estaría perdiendo algo grande, algo indispensable?

-Don Miguel, ¿por qué no nos lee otra poesía de su amigo Machado? –pidió Mariana una tarde.

En esa ocasión les leyó muy complacido algo que resultó inolvidable para Mariana: un poema llamado “Yo voy soñando caminos”. La muchacha paladeó cada idea, cada imagen, cada palabra del poema y le pareció muy hermoso, pero hubo unos versos que la dejaron petrificada:

En el corazón tenía

la espina de una pasión;

logré arrancármela un día;

ya no siento el corazón.

Le pareció que hablaba exactamente de ella cuando hace años sintió aquella locura. “Ya no siento el corazón”, decía el poema. Tal vez era exactamente lo que le pasaba a ella. Tal vez, en su deseo de no caer en la tormentosa demencia de la pasión, había llegado a una situación que la dejaba sin nada que realmente mereciera la pena en la vida, si no era su hija. El poema terminaba:

Aguda espina dorada,

quién te volviera a sentir

en el corazón clavada.

Creyó que Machado se refería exclusivamente a ella. Ya le había pasado antes con otros poemas de don Antonio en que había encontrado clarísimas referencias a sus propias vivencias. Don Miguel lo había explicado: los grandes poetas siempre tratan temas eternos, universales. Por eso resultaban tan directos para todo el mundo, no sólo para ella.

Esa misma tarde, el maestro le prestó “Campos de Castilla”. Ella llegó con el libro a su casa y, muy ufana, se lo enseñó a Paco, en quien encontró un gesto realmente hosco. Al preguntarle qué le pasaba, éste le reprochó:

-¿Qué me pasa? Que no eres la misma muchacha con la que me casé, Mariana, que has cambiado mucho y no te conozco. Llevamos ocho años casados y no creo haberte dado motivos para que te quejes. Te he dado todo lo que he podido y jamás te he tenido un mal modo. Pero desde que empezaste las clases con el maestrillo… No eres la misma, Mariana, no lo eres. Has cambiado y ha sido para peor. Esas ideas…

-Pero Paco, yo no he hecho nada malo ni con don Miguel, ni con ningún otro hombre, ni…

-Es que si hicieras algo malo, acuérdate, Mariana, tú acabas bajo tierra… Yo, en la cárcel, pero tú bajo tierra. Yo no soy hombre de cuernos, entérate… -Paco estaba dominando todo un torrente de ira, controlando un odio que hasta entonces Mariana no le había visto jamás-. Y a ver si voy a tener que explicarle a ese hombre hasta dónde puede llegar con mi mujer. No quiero que te dé lección, ni que te preste libros, ni que te vuelva como un calcetín, que es lo que está haciendo contigo… – y salió dando un portazo.

Mariana consoló a la niña, que se había echado a llorar, y comprendió que su marido estaba celoso. ¿Tenía algún motivo? Era la persona que debería confiar más firmemente en ella y le dolía su sospecha. Supuso que alguna habladuría, alguna referencia en la taberna, algún chisme había hecho mella en Paco… y se sintió perdida. Aceptó calladamente la exigencia de su marido y abandonó las clases, aunque echaba de menos las cosas que iba aprendiendo, el ambiente junto a los otros alumnos y el trato afable de aquel hombre, bueno en el buen sentido de la palabra, como decía el poeta.

Varios días después compró en secreto un ejemplar de “Campos de Castilla”, que escondió liado entre los retales de su costurero. Muchas mañanas se concedía un breve descanso y sacaba el libro para leer varios poemas. Cada vez se veía mejor reflejada en el universo machadiano. Comparaba a su marido con su maestro y veía las dos realidades, “las dos Españas”, que el poeta plasmaba en varios poemas que ella se sabía ya de memoria. Además, por encima de todo, encontraba en Machado una verdad vital, una intensa fuerza que la llevaba a superarse, a desear saber más, a apartarse de la ignorancia y la falta de sensibilidad que la rodeaban.

***

        Han pasado tres años de todo aquello. Presa de la contradicción, le parece que sólo ha sido un breve lapso de tiempo y, a la vez, que lleva toda la vida en Madrid. Ya no es la mujer que reflexionaba sobre su vida en sus ratos de costura. Ya no abriga la menor duda respecto al papel de la pasión en la vida de una persona. Comprende ahora que vivir sin un profundo amor, sin una enfebrecida pasión… sencillamente no es vivir. Ahora lo entiende perfectamente y se pregunta cómo pudo estar tan ciega, cómo se casó  con Paco.

Madrid, Puerta del Sol

Madrid, Puerta del Sol

Sigue cosiendo para la calle, pues nunca hubiera aceptado vivir a expensas del sueldo de Miguel. ¡Cómo iba  a aceptar ser una mantenida del hombre que la arrancó de su ciudad! Sabe respetarse y jamás hubiera pasado por una situación así. Tiene mucho trabajo y en Madrid se gana mucho más que en Granada. Marianilla, ya una preciosa adolescente, cursa el bachillerato con la idea de estudiar enfermería. Le ayuda Miguel, por quien la niña siente auténtica adoración

        Mariana trata de que la chica respete a su padre y la obliga a escribirle una vez al mes, pero la niña no puede olvidar aquella tragedia: los feroces insultos, las voces, las agresiones a su madre. Paco, siempre tan templado, perdió los estribos el día que encontró un libro de don Miguel escondido en el costurero de su mujer, junto al ejemplar de Machado que esta había comprado. Pensó que ambos se veían pese a sus órdenes y una cólera hasta entonces desconocida se apoderó de él.

        La realidad era que una mañana, don Miguel y ella se cruzaron en la escalera. Cuando apartó los ojos, avergonzada por su miserable situación, él le dijo:

-Me alegro de verla, Mariana. ¡Qué pena que haya dejado de venir a mis clases…! ¿Sabe? La echamos en falta…, sus sabias opiniones…

Ella eludió la respuesta, con gesto comprometido, apurada y nerviosa. Ante su silencio, el maestro dijo:

-España no podrá jamás convertirse en un país moderno si seguimos con los maridos anclados en el sentido calderoniano del honor, Mariana. De verdad que siento haberle creado problemas. Esta es la “España que embiste”, como dice su admirado Machado. Perdóneme.

Desde entonces, el maestro le dejaba libros en la terraza, escondidos en la cesta de las pinzas de la ropa que ella usaba. Con ello, establecieron una maravillosa complicidad que mantenía entre ambos el nexo prohibido. Mariana cogía aquellos libros, los devoraba y se los devolvía por el mismo procedimiento… hasta que Paco encontró en el costurero la prueba de cargo, la evidente inculpación de su delito de leer. Era a comienzos del verano y, con las ventanas abiertas, la explosión de celos de su marido debió de oírse en todo el Realejo. También don Miguel tuvo que oír algo tan vergonzoso, tan humillante. Ella soportaba el dolor de las bofetadas en el más absoluto silencio, pero la niña, aterrorizada, salió a pedir ayuda a la calle.

-¡Que mi padre va a matar a mi madre! ¡Venid, que la mata…!

El primero en acudir fue don Miguel. La chiquilla había dejado abierta la puerta y entró para ayudar a la mujer, que yacía semiinconsciente en el suelo, recibiendo patadas del agresor. Cuando le hizo frente, recibió toda una tanda de puñetazos que lo derribaron. El agresor no lo mató porque los vecinos lo sujetaron. Media taberna había acudido con la niña, que señalaba, muda de espanto, aquella tragedia y sollozaba:

-¡Mi madre! ¡Mi madre, que me la ha matado!

Paco fue reducido y llevado al cuartelillo, donde estuvo retenido muchas horas.

A la mañana siguiente, don Miguel llamó a la puerta. La tuteó por primera vez:

-Mariana, no puedes seguir aquí. Este loco te va a matar.  Tienes que salir de aquí. Es como cuando una fiera prueba la sangre: volverá a matar más presas… Mira, tienes que haberte dado cuenta, pues esas cosas no os pasan desapercibidas a las mujeres… yo te quiero desde que empezaste a venir a mis clases. Tu sencillez, tu prudencia, tu sensibilidad, desde entonces… ¡Pero eras una mujer casada! Ahora te puedo pedir que te vengas con tu hija y conmigo a Madrid. Me han dado el traslado para el curso que viene… La República ha traído el divorcio y yo te querré siempre…

Mariana, con el cuerpo tumefacto y la cara llena de cardenales, abrazó a aquel hombre. Sintió la ternura que jamás había experimentado en el abrazo a un cuerpo de hombre. Tuvo el firme convencimiento de que Miguel  representaba su única oportunidad. Se vio reflejada en sus ojos y recordó otra estrofa de Machado:

Y en la cosa nunca vista

de tus ojos me he buscado;

en el ver con que me miras.

 

Supo que no cabía error alguno, que su felicidad estaba junto a él. Si alguna vez volvía a sentir la espina de una pasión, sería con aquel joven auténtico y honesto que le ofrecía un futuro. Un hombre al que amaba, ahora le parecía evidente, aunque jamás había reparado en ello.

Pocas semanas después estaba en Madrid con él,  para siempre feliz y apasionada.

-Y ya han pasado tres años, los más felices de mi vida –se dice a sí misma, aunque al pensarlo le vuelve una preocupación que la tiene atenazada: hace unos días mataron a Calvo Sotelo y desde ayer se están recibiendo noticias  estremecedoras sobre un alzamiento de Franco en África.

Miguel, muy nervioso, abiertamente asustado, le ha comentado la enorme gravedad de los hechos. Lleva todo el día saliendo y entrando. Cada vez que viene trae el semblante más turbio. Le ha comentado su firme resolución de luchar, si es necesario, por la legitimidad de la República.

-Mariana, compréndelo, por favor. No quiero morir ahora que te tengo, pero no podría hacer otra cosa sin perderme el respeto –le explicó la noche anterior-. Se trata de luchar por nuestro futuro, por el de Marianilla… Lo que se ve por media Europa, esos repugnantes movimientos totalitarios… es un panorama desgarrador, Mariana, no quiero para ti ni para tu hija algo así… ¡Nunca!

Mariana oye unos pasos precipitados por la escalera y Miguel entra. Lo interroga con los ojos.

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Asalto al Cuartel de la Montaña, foto de origen desconocido

-Mariana, todo está muy confuso. Las milicias republicanas han pedido armas, pero nadie se atreve a armarnos. En cambio Fanjul, un generalote, se ha hecho fuerte en el Cuartel de la Montaña. Se está preparando un asalto en toda regla… Voy a ir. Quiero que sepas que me voy muy preocupado. Te he hecho abandonar tu vida anterior, tus raíces, tu ciudad… y tal vez te deje sola si las cosas salen mal, si la Historia quiere que muera hoy… Te quiero –y besa sus labios emocionadamente.

Mariana, que aguanta sus lágrimas, sale a despedirlo a la escalera y le sonríe. Al verlo bajar, percibe inequívocamente un halo de muerte inexorable que lo rodea, pero no le dice nada. Le gustaría pedirle que no se vaya, que no se haga matar. Decirle que dentro de su cuerpo late una nueva vida, un nuevo Miguel, fruto del amor que han compartido… pero no es el momento adecuado y ella guarda silencio.

Se limita a poner una mano protectora y tierna sobre su vientre, mientras recuerda, rota de dolor, los versos de Machado:

Españolito que vienes

al mundo, te guarde Dios.

Una de las dos Españas

ha de helarte el corazón..

 

 

 

Este relato forma parte de mi libro «Mariana contemplando las mareas y otros relatos», actualmente agotado. 

     

  

        

 

    

 

 

 

Alberto Granados

37 comentarios el “La mujer que leía a Machado

  1. Helado mi corazón de españolito, pero esta vez por la emoción de leer tu relato, ligero en su fluir narrativo (como el equipaje machadiano), pero hondo en su historia esencial, como el alma del mejor don Antonio. Y por un momento me sentí -si me es permitido- el don Miguel protagonista, en mi triple condición: onomástica, de maestro y amigo del poeta (que hoy eres tú).
    Gracias por este regalo el día del aniversario de la muerte de NUESTRO don Antonio

    Una abrazo machadiano y «riográfico» :

    Torreperogil
    quién fuera una torre;
    torre del campo del Guadalquivir.

    • Poeta riográfico: el guiño no es casual. Un simple cameo amistoso-literario.

      Celebro que te guste, pues me ha costado escribirlo dos veces. Es el que tenía previsto estrenar en el Centro Artístico el pasado 29… cuando cinco días antes se me esfumaron los archivos a causa de un virus canalla…
      No me has comentado nada de un correo privado que te mandé ayer.

      Un abrazo, maestro machadiano.

      AG

  2. Me gusta el Machado universal.
    No tanto la izquierda maniquea
    hace suyo para autocomplacerse.
    Me gusta el Machado incisivo, agudo,
    crítico, lúcido, veraz.
    El Machado que va ligero de equipaje.
    Interpreto el final del poeta
    como una metáfora de tristeza colectiva,
    de esa España heladora, bifaz,
    extrema y altanera sin merecerlo.
    Cuando enciendo la televisión
    y contemplo impotente el desafuero,
    la indolencia, el orgullo ciego,
    a veces me acuerdo del poeta,
    y asiento,
    y me duele algo sin saber qué.
    ¡Ay!

  3. Enhorabuena Alberto,por este cuento precioso que refleja desgraciadamente una vida como tantas vidas que fueron en este país, que no va a termina nunca de .salir adelante.

    • Es curioso, Coco: muchas mujeres me han escrito o comentado el cuento desde un enfoque feminista, cuando a mí, desde que surgió la idea, me tiraba más la idea del libro, y del de poesía en especial, como una realidad que amplía horizontes, sensibilidades y potencialidades.
      De hecho, va dedicado a uno de los poetas que más admiro del panorama actual.
      No sé si considerarlo un fracaso, pues mi intención no era exactamente el enfoque feminista, que es obvio que está presente, pero como un tema secundario.
      Un abrazo,

      AG

  4. Un relato hermoso, estremecedor, Alberto. El final conmociona… Te felicito efusivamente, es un homenaje maravilloso a ese gran poeta que fue d. Antonio. Saludos cordiales.

  5. Aquéllos/as que no sentimos ni vivimos la Literatura con la intensidad con la que demuestra hacerlo el autor, nos sorprendemos por la emoción que es capaz de producirnos una historia bien contada, aderezada de hermosos versos. Quizás sea el momento de dejar de lado las novelas recién publicadas para girar de cuando en cuando hacia nuestros grandes clásicos. Gracias.

    • No sé si eso es un acierto. Hay veces en que me gustaría establecer un distanciamiento con lo que escribo, buscar más la técnica narrativa que el desparrame emocional. Pero me sale como me sale.
      Gracias,

      AG

  6. Magnífico relato de la Tercera España, la que lucha, la que lee, la que muere por la libertad, a la que los otras dos odian porque son inútiles, matonas y desvergonzadas.
    Gracias por enviarme estos relatos. Los disfrutp muchísimo.

    Un coridal saludo.
    Alfonso

  7. Esas fueron de verdad las dos Españas, la anclada y la navegante, la que vivía con la mirada atrás y la que vivió con la mirada adelante. Pero hubo una tercera: la que no se quería pelear, la que desconfiaba ligeramente de esas novedades pero también sabía que no se puede poner uno delante de la rueda de la historia porque será atropellado. Esa fue, acaso, la que más sufrió, porque murieron lo mismo que las otras dos pero sin saber exactamente a qué santo. Muy recomendable en este sentido las cartas entre Machado y Unamuno, de las que reproduje una de ellas en mi blog. Precioso cuento.

    • Miguel, estoy seguro de que esa tercera España fueron/somos todos los bienintencionados que sólo querían vivir su vida, pero se los llevó el torbellino de la historia y fueron víctimas de su tiempo.
      Por desgracia, la realidad parece demostrar que no hemos aprendido nada.
      Supongo que te veo mañana en el Centro.
      Un abrazo,

      AG

  8. Que maravilla levantarse un sabado, o cualquier otro día, y encontrarse con líneas tan gratificantes, que solo las pueden plasmar los grandes maestros y las grandes personas. Con cariño.

  9. Pues, querido amigo, tu soltura literaria es conocida, aceptada la frescura de tus oportunas narraciones, tu honestidad, pero… me pregunto ¿porqué no abordas el presente, andaluz, español, o si quieres mundial de globalización? ¡Venga! Agudiza tu ingenio y aprovecha tu pluma para desarmar lo inmoral y vergonzoso del hoy. Muy bien por La mujer que leía a Machado.

  10. Muy buena manera de recordar este 75 aniversario de D.Antonio y de reconocer tantas vidas anonimas de Marianas .Un relato precioso y emotivo para disfrutar.Gracias compa.M.Carmen

  11. Me ha gustado mucho, Alberto.

  12. Alberto, muchas gracias. Cuánta soledad, cuánta tristeza y cuánto sufrimiento inútil. Un abrazo.

    • Carmela, gracias a ti por tu presencia y tu elogiosa crítica. Ángela te manda un abrazo y lo hace a través de su hilo de comentarios, así que no sé si te habrá llegado.

      Un abrazo, esta vez, a mi cuenta.
      AG

  13. Un relato precioso. Me ha llegado muy adentro pues mi poeta es Machado. Cuantas dificultades tuvieron que pasar tantas mujeres. Un abrazo

    • María José Sánchez, bienvenida. Invitada quedas al blog, a enriquecerlo con tu presencia y tus comentarios.
      Celebro que te haya gustado. El día 8 de marzo espero colocar otro relato para el día de la mujer.
      Un saludo,

      AG

  14. Me ha parecido precioso este homenaje que haces a Machado.Muy bien escrito y comprometido. Enhorabuena. Un abrazo de Mento.

  15. Quiero agradecer la buena acogida a mi relato que me han hecho llegar otros lectores a través de correos privados o de conversaciones telefónica o incluso presenciales, así como a través de Facebook.
    Muchas gracias. Es un estímulo para seguir escribiendo mis humildes relatos.

    Abrazos mil,

    AG

  16. Un poco tarde llego para comentar, pero es que a mí me ha faltado el tiempo y he tenido todo tipo de dificultades técnicas, pero creo que fui una de las primeras lectoras del relato.
    Apunto dos cosas, una que está en el relato y la otra no.
    La que está en el relato es que los tiempos, los sistemas políticos e incluso las leyes pueden cambiar (igualdad de la mujer, divorcio en la II República) pero las mentalidades siguen siendo cavernícolas, como es el caso del marido de la protagonista que lee…, y que nadie me vaya diciendo que es ignorancia por la pobreza, porque no es así y si no miremos ahora mismo. Y algo que es muy políticamente incorrecto, ciertos estratos sociales son más impermeables que otros a los cambios. Ser pobres y casi analfabetos no hace más buenas ni inocentes a las personas.
    La otra, la que no está en el relato pero que se ve venir es el final terrible que pueden tener Mariana, su hija y Miguel. Pues yo quiero imaginar para ellos que embarcan en el Wininpeg y aunque la vida y la historia traerá sinsabores, Miguel será maestro en un barrio marinero de Valparaíso y los tres verán ponerse el sol cada día sobre el Océano Pacífico (como en la foto de mi avatar 😀 )

    • Bueno, Hesperetusa, no sé si estoy de acuerdo en que la ignorancia sea eximente o no. Un sistema mental lleno prejuicios y sin una formación analítica absorberá mucha más fácilmente el prejuicio de la superioridad masculina.
      Y es cierto: alguien me dijo que lo vio felices en Valparaíso y que Marianilla tuvo un novio que la colmó de felicidad… y comieron perdices o su equivalente chileno.

      AG

  17. Un relato emicionante y estremecedor.
    Un precioso homenaje a Machado y a todos los que en tiempos difíles lucharon por difundirla cultura.

    Mi enhorabuena

  18. Realismo, sensibilidad y equilibrio. Mee ha gustadomucho. Primo, es el tercer comentario que escribo yno se queda nuncaa, mis fallos informáticos son garrafales. Marisa

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